sábado, 31 de enero de 2015

Memoria de Poe / IV y última entrega

 

 
The soul… Ne demeure qu’une seule fois dans un corps sensible: au reste, un cheval, un chien, un homme même, n’est que la ressemblance peu tabngible de ces animaux.
[El alma… no reside más que una sola vez en un cuerpo sensible: por lo demás, un caballo, un perro, un hombre mismo, no son más que la apariencia poco tangible de sus ánimas.]
Edgar Allan Poe. “Metzengerstein”.
 
 
Por supuesto, perdió su empleo. Un día al entrar en su oficina se encontró con Griswold cómodamente instalado en ella, se sabe que giró en redondo y salió de aquel edificio para no volver más. Luego, la vida de Edgar Allan Poe pasó por un período oscuro, en donde no sólo el alcohol era un agradable compañero ante la desgracia, sino que el poeta actuaba de manera “extraña” —es probable que tuviera alteraciones en el sistema nervioso como respuesta al dolor que le causaba la enfermedad de su esposa—. “Me volví loco”, le dice a un amigo en una carta. Ese mismo año hace un viaje de Filadelfia a Nueva York obsesionado con el recuerdo de una antigua novia, Mary Devereaux, quien lo recibe con temor, pues Mary estaba casada y Edgar se había metido por la fuerza a su domicilio. Entre otras cosas, le preguntó si amaba o no a su marido y, antes de irse, le pidió un té y que cantara su melodía favorita. De regreso a Filadelfia no llegó a casa. Lo encontraron vagando por los bosques de Jersey City, perdido, perturbado, ausente de sí mismo.

         La tía María Clemm tuvo que enfrentar otra vez la miseria y mantener a su familia. Edgar, por su parte, ya con la razón recobrada, ganó en junio de ese año, 1842, el premio instaurado por el Dollar Newspaper para el mejor relato en prosa con uno de sus cuentos más famosos: “El escarabajo de oro”. En adelante lo vemos en Filadelfia impartiendo conferencias sobre el arte de escribir, en particular sobre la poesía y los poetas, aunque ganando poco dinero con ellas; es el caso de El principio poético, conferencia que dictó en varias ocasiones y de la que reproduzco el comienzo:
 
En el examen muy arbitrario de la esencia de lo que llamamos Poesía, mi principal objetivo será citar para su consideración algunos de esos poemas menores ingleses o americanos que mejor se amolden a mi gusto o que, según mi propio capricho, me hayan dejado una impresión muy clara. Por “poemas menores” entiendo, por supuesto, poemas de pequeña extensión. Y aquí, en el comienzo, permitidme decir unas pocas palabras con respecto a un principio un tanto peculiar que, acertada o equivocadamente, ha ejercido siempre su influencia en mi propia apreciación crítica del poema. Mantengo que un poema largo no existe. Mantengo que la expresión “un poema largo” es sencillamente una palmaria contradicción en términos.
             Apenas necesito observar que un poema merece este título sólo en tanto que entusiasme, elevando el alma. El valor del poema se halla en la proporción de este entusiasmo elevador. Pero todos los entusiasmos son, por necesidad, pasajeros. Ese grado de entusiasmo que da a un poema el derecho a ser denominado tal no puede mantenerse a todo lo largo de una composición de gran extensión. Tras un lapso de media hora como máximo, decae, se apaga, sigue una repugnancia, y entonces el poema, en efecto y de hecho, ya no lo es.
 
         Su período en Filadelfia termina hacia 1844, año en que regresa a Nueva York, pero esta vez con un nombre más consolidado. En este año, Edgar dirige el Broadway Journal y se asocia con Willis en el Evening Mirror, en el cual apareció “El cuervo” en 1845. Es precisamente este poema narrativo, “El cuervo”, el que hace de Poe el hombre de letras más famoso de América y no sólo eso; conmovidos por la historia y por el sonido espectral con que se narra, los escritores le solicitaban escucharlo de su propia voz en los salones literarios de Nueva York. Por el tema (la trágica historia de una muerta, pero que refleja la muerte espiritual del autor), por el tono, por la leyenda negra que él mismo construyó entre sus amigos, “El cuervo” se convierte, así, en la imagen del romanticismo en Norteamérica, y con éste se marca el retorno de Poe a la poesía.

         Pese a esto, Poe se mueve entre la esperanza y la desesperación. Agravada la enfermedad de su mujer, el autor entabla relaciones de amistad —algunas de ellas amorosas— con otras escritoras (Frances Osgood, Marie Louise Shew, Annie Richmond, Sarah Helen Whitman) con las que comparte su pasión por las letras y con cuyos diálogos literarios se enriquecen sus ensayos y su poesía.

         Al final del año 1845 el Broadway Journal deja de aparecer y Poe se siente perdido de nuevo, aunque esta vez tiene visa de entrada con los literati, es decir, los escritores más conocidos de Nueva York, lo que le permite publicar en casi cualquier sitio, y así lo hace. Sólo que la elección del tema del poeta no es muy afortunada, pues publicó en el Godey’s Lady’s Book una serie de treinta y tantas críticas, casi todas despiadadas, contra aquellos literati. Fue una especie de ejecución en masa para quienes, en algún momento, pudieron ser sus benefactores. Pongamos, por ejemplo, la crítica al libro de Theodore Sedwick, Norman Leslie. Un cuento del tiempo actual, publicado en Nueva York por Harper and Brothers y del que Poe se ocupa de la siguiente manera en la introducción de su artículo:

 
Muy bien, ¡ya lo tenemos acá! Éste es el libro, el libro por excelencia, el libro del que todos hablan, al que todos elogian, y sobre el que todos escriben, particularmente en el Mirror; un libro “atribuido a Alguien”, un volumen que “se supone salido de la pluma de Fulano”; el libro del que se sabía iba a aparecer, del que se decía que se estaba “escribiendo”, que estaba “en prensa”, que se esperaba “apareciera pronto”. Un libro del que se anticipaba su calidad, el talento de su autor y Dios sabe qué otras cosas. ¡Por consideración a todo lo que ha sido exagerado, a lo que se exagera y a lo que es exagerable, adentrémonos en su contenido!
 

Mientras Virginia empeoraba, Poe seguía sin conseguir un trabajo estable. Las deudas, los pleitos con otros escritores, la miseria de su familia eran un enorme peso que el autor escondía en el alcohol y el láudano. Por ello, en estos momentos su mujer es una columna importante, si ha de hacer algo con las letras o luchar por un nuevo trabajo es porque está Virginia está, por paradójico que parezca, sosteniéndolo a él. En la única carta que sobrevive del poeta a su esposa, él le dice: “Hubiera perdido yo todo coraje si no fuera por ti, mi mujercita querida… Eres mi mayor y mi único estímulo ahora para batallar contra esta vida inconciliable, insatisfactoria e ingrata…”. Es, de esta manera, comprensible que a la muerte de su esposa, en 1847, él tuviera episodios de conducta erráticos y falleciera tan sólo dos años después de ella.

         Con la muerte de su esposa nace el famoso y conmovedor poema “Annabel Lee”; una mirada poética a la relación de Poe con su esposa y prima:

 

Hace de esto ya muchos, muchos años,
cuando en un reino junto al mar viví,
vivía allí una virgen que os evoco
por el nombre de Annabel Lee;
 
[…]

Niños éramos ambos, en el reino
junto al mar;  nos quisimos allí
con amor que era amor de los amores,
yo con mi Annabel Lee;

[…]

[…] ¡triste de mí!
desde una nube sopló un viento, helando
para siempre a mi hermosa Annabel Lee
Y parientes ilustres la llevaron
lejos, lejos de mí;
en el reino ante el mar se la llevaron
hasta una tumba a sepultarla allí.

 
Desde entonces, pese a sus recaídas en las borracheras y en el láudano, trata de aferrarse a la vida a través de la compañía de algunas mujeres: Marie Louise Shew, quien fue la mejor amiga de Poe durante el duelo que vivió por su esposa; Sarah Helen Whitman, al parecer una poetisa mediocre de la que Poe se enamoró y que le hacía recordar a la otra Helen, la madre de su condiscípulo, su primer amor. A ella le pediría matrimonio, pero al mismo tiempo conocería a Annie Richmond, con quien sentía un alivio espiritual y a la que llamaba hermana Annie. Ella estaba casada, sin embargo, los rumores de que había una relación entre los dos llegó a oídos de Helen y ésta terminó con Poe. Antes de esto, en la época en que intenta convencer a Helen de que se case con él intenta suicidarse. “No me acuerdo de nada”, le diría en una carta a un amigo, pero qué tan cierto es esto, es algo que causa confusión porque  él mismo narra que compró un frasco de láudano, que se bebió la mitad y que luego vomitó.

         De enero a junio de 1849 pareció tranquilizarse, pero hay un poema, “Para Annie”, escrito en este período que nos revela el sentir del escritor: “Gracias a Dios, el mal ha pasado y / la lánquida enfermedad ha desaparecido por / fin, y la fiebre llamada “vivir” está vencida / […] / Y reposo tan tranquilamente, en el presente, / en mi lecho, que a contemplarme se me / creería muerto, y podría estremecer al que me / viera creyéndome muerto.”

         Finalmente, ese año decide visitar a unos amigos en su ciudad de origen, Richmond, en donde vuelve a ver a su amor de juventud, Elmira Shelton (Royster de soltera), viuda ahora, a quien convence de casarse con él. El matrimonio se estableció para octubre de 1849 y la pareja decidió que Edgar viajaría al norte en busca de la tía María y para entrevistarse con Rufus Griswold, quien había aceptado trabajar en la edición de las obras completas del autor. Se sabe que a las cuatro de la madrugada del 27 de septiembre de 1849 se embarcó rumbo a Baltimore, pero desde ese instante hasta el 5 de octubre, fecha en que lo encuentran moribundo en una calle de Baltimore, todo es neblina. El autor de “Los fundamentos del verso” moriría dos días después en un hospital de aquella ciudad. “Que Dios ayude a mi pobre alma”, fueron las últimas palabras de un hombre que alguna vez se describió a sí mismo: “Mi vida ha sido extravagancia, impulso, pasión, un anhelo de soledad, un anhelo de todas las cosas presentes, en un honrado deseo del futuro”.

         Con estas cuatro entregas he querido rendir un homenaje, en el mes de su nacimiento, a un autor que se debe leer como crítico, poeta y cuentista, modelo fundamental de la creación literaria en cada una de las ramas que cultivó.

        

Para realizar esta serie de textos sobre la vida y obra de Edgar Poe, alias Edgar Allan Poe, consulté los siguientes libros:
Poe, Edgar Allan. La filosofía de la composición. Seguida de El cuervo. Trads: Carlos María Reylés (La filosofía de la composición), Ignacio Mariscal y Ricardo Gómez Robelo (El cuervo, 3 versiones). México: Ediciones Coyoacán (Colección Reino Imaginario), 1997.
————. Cuentos 1 y 2. Trad. y pról. Julio Cortázar. México: Alianza editorial, 1997.
————. Escritos sobre poesía y poética. Versión castellana de María Condor. Madrid: Hiperión, 2009.
————. Crítica literaria. Vóls. 1 y 2. Buenos Aires: Claridad, 2006.
————. Tales of Mystery and the Supernatural. London: Alma classics, 2012.
Otros autores:
Thoorens, León. Historia universal de la literatura. Inglaterra y América del Norte: Gran Bretaña, Estados Unidos de América. Barcelona: Daimon, 1977.
Zardoya, Concha. Historia de la literatura norteamericana. Barcelona: Labor, 1956.
 

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