Una historia de la poesía mexicana a través de sus letras
Para
Paco Calderón Córdova,
con
mi agradecimiento.
Tengo en
mis manos un ejemplar de la Antología
general de la poesía mexicana. De la época prehispánica a nuestros días, que
Juan Domingo Argüelles preparó para la editorial Océano, y que de manera
generosa el día de ayer me hizo llegar Paco Calderón Córdova, destacado ambientalista,
lector voraz y amigo entrañable.
Compuesta para que los lectores gocen
de la poesía sin importar si son especialistas o no, como afirma en su lúcido
prólogo Argüelles, esta obra está dividida en cuatro apartados y el pulso de
esta selección dialoga con lo que ha sido la poesía mexicana en cuatro momentos
históricos: época prehispánica (siglos XIV y XV), época colonial (siglos XVI y
XVII), Independencia (siglos XVIII, XIX y el despertar del XX) y Modernidad y
época contemporánea (el siglo XX y los albores del XXI).
En la primera parte observamos las
hermosas traducciones que don Miguel León-Portilla y Ángel María Garibay
hicieron de los poemas elaborados por ocho poetas prehispánicos: Tlaltecatzin,
Tochihuitzin, Nezahualcóyotl, Axayácatl, Nezahualpilli, Cuacuauhtzin,
Macuilxochitzin y Ayocuan Cuetzoaltzin. De todos ellos, dice Argüelles, el más
importante es Nezahualcóyotl, y aunque parece perogrullada porque era prácticamente
el único que leías en la escuela primaria, tal vez tenga razón porque “es el
que formuló las preguntas poéticas fundamentales, dándoles también las
respuestas más sabias en poesía y en filosofía”:
¿A
DÓNDE IREMOS?...
¿A
dónde iremos
donde
la muerte no existe?
Mas,
¿por esto viviré llorando?
Que
tu corazón se enderece:
aquí
nadie vivirá para siempre.
Aun
los príncipes a morir vinieron,
hay
incineramiento de gente.
Que
tu corazón se enderece:
aquí
nadie vivirá para siempre.
No
obstante la enorme labor que implica dar a conocer a estos poetas, el lector
siente al leerlos que la selección se queda corta, que si la literatura se
nutre de la literatura contemporánea y de la que la precedió por qué comenzamos
a leer a un poeta de mediados del siglo XIV… Inmediatamente surge una pregunta:
¿qué pasaba con la poesía prehispánica antes de este siglo?
El segundo apartado, la época colonial,
incluye, a decir de Juan Domingo Argüelles, al primer poeta mexicano realmente
universal: Sor Juana Inés de la Cruz. A Sor Juana es a la única que le dedica,
prácticamente, todos los comentarios cuando se refiere a este período en su
prólogo a través de las observaciones que en su momento hicieron de ella
Antonio Castro Leal, Alfonso Méndez Plancarte y Octavio Paz. Su obra cobra
mayores dimensiones si la comparamos con la de sus contemporáneos, reunidos
también en esta antología: Gutierre de Cetina, Luis de Sandoval y Zapata,
Carlos de Sigüenza y Góngora, Francisco de Terrazas, Hernán González de Eslava,
Bernardo de Balbuena, Juan Ruiz de Alarcón y Fray Miguel de Guevara, frutos
prodigiosos de las letras de la Colonia. Pero miremos si, acaso, es certero lo
que afirma el autor con el siguiente poema de Sor Juana:
QUÉJASE
DE LA SUERTE: INSINÚA SU AVERSIÓN A LOS VICIOS, Y JUSTIFICA SU DIVERTIMIENTO A
LAS MUSAS
¿En
qué te ofendo, cuando sólo intento
poner
bellezas en mi entendimiento
y
no mi entendimiento en las bellezas?
Yo
no estimo tesoros ni riquezas;
y
así, siempre me causa más contento
poner
riquezas en mi pensamiento
que
no mi pensamiento en las riquezas.
Y
no estimo hermosura que, vencida,
es
despojo civil de las edades,
ni
riqueza me agrada fementida,
teniendo
por mejor, en mis verdades,
consumir
vanidades de la vida
que
consumir la vida en vanidades.
Por un lado, un declive en la calidad
de la composición poética de la mano de los autores de finales del siglo XVIII
y principios del XIX: Martínez de Navarrete, Sánchez de Tagle, Ochoa, Pesado,
Montes de Oca, entre otros, que son, dice Argüelles, hasta cierto punto
decepcionantes y solamente sorprendentes rara vez en pocas composiciones, sobre
todo si se les compara con la época que los precedió.
Junto a los poetas anteriores hay otros que, sin alcanzar a Sor Juana, intentan romper con el academicismo poético y la medianía de su generación y preludian la época que vendrá: Andrés Quintana Roo, Francisco Ortega, Ignacio Manuel Altamirano, Riva Palacio, Ignacio Ramírez “el Nigromante”, Justo Sierra, Agustín F. Cuenca y Manuel José Othón.
Y, finalmente, de la mano de los románticos
Manuel M. Flores y Manuel Acuña se abren paso los modernistas, con quienes la
poesía mexicana cobra una nueva vitalidad y lo mexicano toma un nuevo rostro.
Así, las plumas de Amado Nervo, José Juan Tablada, Enrique González Martínez,
Efrén Rebolledo, Manuel Gutiérrez Nájera son, a la vez, una muestra de la
singularidad de la voz poética de su autor y una unidad del quehacer poético en
México.
La última parte, tengo que decirlo,
está incompleta. Los ejemplares poetas que componen este capítulo: Ramón López
Velarde, Alfonso Reyes, Renato Leduc, Bernardo Ortiz de Montellano, Owen,
Gorostiza, Torres Bodet, Efraín Huerta, Octavio Paz, Michelena, Pita Amor,
Bonifaz Nuño, Castellanos, Eduardo Lizalde, Gutiérrez Vega, Thelma Nava,
Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco, Aridjis, Aura, Cross, Montemayor, David
Huerta, entre muchos otros de calidad indiscutible, no alcanzan a llenar los
albores del siglo XXI como se suscribe en el título del apartado.
Pensar
que el último autor antologado ―Efraín Bartolomé― haya nacido en 1950 y
represente lo que a los instantes poéticos mexicanos ciñen en el año 2013 es
inverosímil. Ciertamente, el autor nos aclara que intenta mostrar a aquellos poetas
que ya son un referente en la poesía mexicana porque su obra ha sido sometida a
la lectura del tiempo, pero, si mal no recuerdo, muchos de ellos eran ya un
referente cuando yo era niña, y eso fue hace treinta años. ¿Acaso desde el
nacimiento de Bartolomé la poesía mexicana no tiene poetas que merezcan ser
incorporados en esta obra?
Como
el mismo Argüelles argumenta ésta es una visión parcial de la poesía mexicana y
tiene el gusto y el sabor del autor que antologa; un gusto, a mi parecer, cultivado,
romántico, inteligente, apasionado y sensible hacia las letras mexicanas. Por
ello, ojalá ésta no sea la edición final de este magnífico libro y se puedan
incorporar las ausencias que se advierten, ausencias que, por otro lado, no
deberían estar en una obra que tiene el aliento de ser, como se apunta en la
contraportada, “canónica”, es decir, un libro que representa el canon ―tanto en
su acepción de modelo como de catálogo― de lo que ha sido la poesía mexicana desde
la época prehispánica hasta nuestros días.
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