Sobre habitar los textos
Cuando compré, hace muchos
años, Ellas habitaban un cuento de
Guillermo Samperio no sabía de qué trataba el texto ni que el autor era un
maestro del relato. Recuerdo que quedé fascinada con el título y años después
de su lectura me tranquilizaba mirarlo en el librero antes de escribir, como si
yo también habitara los cuentos que estaba a punto de narrar.
Tal vez el no saber de qué trataba el libro, que se debía en parte a mi
desconocimiento acerca del autor y a que el editor prefirió detallar, en la
contraportada, la importancia de la colección que estaba sacando (La Centena;
Aldus-Conaculta) en vez de incorporar una breve reseña del texto, hizo que mi interés por él fuera en aumento. No obstante,
como asegura el editor, en el caso de Samperio se trata de un escritor original, cuya obra merece ser mejor leída y conocida.
El libro recoge tres cuentos cuyo personaje principal es
una mujer; quiero destacar que recientemente se ha mencionado en los medios que el libro Los enamoramientos de Javier Marías es un gran logro porque se trata de la narración en primera persona de su personaje femenino María Dolz. Sin embargo, en el caso de Marías la mujer tarda en encontrar su voz y a ratos se escucha y a ratos es el propio autor el que narra. Pero en el caso de Samperio, desde el inicio, los personajes femeninos están muy bien logrados, tan es así que en el segundo cuento a veces no recordamos que haya un narrador de por medio. “Ziska y los viajes”, “Aquí Georgina” y “Ella habitaba un cuento” son los tres cuentos que forman esta obra.
En el primero, el narrador tras leer un breve texto de Francis Bacon acerca de lo que deben tener en cuenta los viajeros durante su estancia en otro lugar rememora con nostalgia, sentido crítico y una ironía bien dosificada, su estadía en Eger, capital de la provincia de Heves, Hungría, donde conoció a la enfermera Ziska, una mujer de piel traslúcida y con un brío que nos hace recordar a los personajes femeninos de las novelas negras de mediados del siglo pasado. Debido a la indigestión que le causó haber cenado un guiso de carnes, la casera de la posada donde se alojaba lo envío al pequeño consultorio donde trabajaba esta joven, pero el médico nunca pudo atenderlo, porque mientras esperaba su turno la policía (al parecer secreta) detuvo al galeno. Tras varios intentos por sacarle una cita, Ziska finalmente accede a verse con él al caer la noche. De regreso a su posada y por boca de su casera el narrador se entera de que al médico lo detuvieron acusado “de bigamia, pornografía, perversión, faltas a la moral y no sé qué mierdas más”. Había grabado un ménage a trois donde participaban él, la enfermera y la madre de uno de sus pequeños pacientes y se lo había mostrado a uno de sus amigos, quien lo envío a la policía secreta para quedarse con el puesto de alcalde, que también poseía el médico. En su encuentro con Ziska descubrimos junto con el narrador cómo este pequeño pueblo, con sus particulares usos y costumbres y, por lo mismo, “sombrío, hipócrita, campesino, feroz”, se parece a cualquier pueblo dentro o fuera de nuestro país; es un pueblo blanco, como canta Joan Manuel Serrat, y los pueblos blancos están en todos lados, son lugares donde se vive en la taberna, las comadres murmuran su historia en el umbral y, sobre todo, nacer o morir es indiferente.
En el primero, el narrador tras leer un breve texto de Francis Bacon acerca de lo que deben tener en cuenta los viajeros durante su estancia en otro lugar rememora con nostalgia, sentido crítico y una ironía bien dosificada, su estadía en Eger, capital de la provincia de Heves, Hungría, donde conoció a la enfermera Ziska, una mujer de piel traslúcida y con un brío que nos hace recordar a los personajes femeninos de las novelas negras de mediados del siglo pasado. Debido a la indigestión que le causó haber cenado un guiso de carnes, la casera de la posada donde se alojaba lo envío al pequeño consultorio donde trabajaba esta joven, pero el médico nunca pudo atenderlo, porque mientras esperaba su turno la policía (al parecer secreta) detuvo al galeno. Tras varios intentos por sacarle una cita, Ziska finalmente accede a verse con él al caer la noche. De regreso a su posada y por boca de su casera el narrador se entera de que al médico lo detuvieron acusado “de bigamia, pornografía, perversión, faltas a la moral y no sé qué mierdas más”. Había grabado un ménage a trois donde participaban él, la enfermera y la madre de uno de sus pequeños pacientes y se lo había mostrado a uno de sus amigos, quien lo envío a la policía secreta para quedarse con el puesto de alcalde, que también poseía el médico. En su encuentro con Ziska descubrimos junto con el narrador cómo este pequeño pueblo, con sus particulares usos y costumbres y, por lo mismo, “sombrío, hipócrita, campesino, feroz”, se parece a cualquier pueblo dentro o fuera de nuestro país; es un pueblo blanco, como canta Joan Manuel Serrat, y los pueblos blancos están en todos lados, son lugares donde se vive en la taberna, las comadres murmuran su historia en el umbral y, sobre todo, nacer o morir es indiferente.
“Aquí Georgina” es un cuento erótico, no sólo por una
escena al final del texto, sino por el placer con que Samperio desenvuelve las frases y porque hay una enorme necesidad de vida en el personaje, a pesar de
que observamos una casa desordenada y un mundo que a ella le parece revoltoso y
a veces incomprensible, pero a través del cual sus sensaciones y miradas
cambian con la impresión que le dejan los objetos. La imaginación se despierta inconteniblemente
mientras ella mira a su alrededor e intenta, antes de ponerse a trabajar en el
resumen de El estado y la revolución,
arreglar un poco el vacío emocional que le causa el desorden del departamento.
La Carla y Bernardo, su hija y su esposo, habían ido al circo para que ella
pudiera estar en silencio y concentrarse, pero cómo concentrarse cuando la
habitación no le devuelve el apego afectivo que necesita todo ser humano para efectuar
una labor. En esas contradicciones se mueve Georgina, en esas cosas que le
suceden a uno y que no son unívocas, sino múltiples, defectuosas y donde el rol
que se juega es en ocasiones activo o pasivo. “¿Esas son las babosadas que
estuviste pensando?”, le pregunta Bernardo al rato cuando llega, “Sí, entre
otras cosas, contesta Georgina. Cómo le alcanza el tiempo a una para pensar
tantas cosas en unos cuantos minutos, ¿verdad? A veces pienso que se vive más
rápido con la mente que con la vida”. Ese es el tono con el que está escrito
este magnífico cuento.
“Ella habitaba un cuento” es el relato que dialoga claramente
con los otros dos textos. El escritor Guillermo Segovia regresa a su casa
ubicada en Coyoacán luego de haber dado una charla a los alumnos de Estética de
la Escuela de Bachilleres de Iztapalapa, invitado por el profesor y poeta
Israel Castellanos. Iba contento, rememorando lo que expuso en la conferencia,
sobre todo un pasaje donde había hecho una comparación entre la labor del
arquitecto y la del escritor. “El arquitecto, dice el personaje, que habita una
casa que proyectó y edificó es uno de los pocos hombres que tienen la
posibilidad de habitar su fantasía. Por su lado, el escritor es artífice de la
palabra, diseña historias y frases, para que el lector habite el texto”. “Habitar
el texto”, pensaba Guillermo, le parecía una idea maravillosa. Pronto la frase
se convirtió en “Ella habitaba el texto” y mientras manejaba iba añadiendo particularidades
a la mujer del relato que estaba creando (sería una mujer parecida a Frida
Kahlo, pero de nombre Ofelia, como la actriz mexicana que se le parece). Pronto
halló que “Ella habitaba el texto” empezaba a ser una frase literaria, sonaba
bien, pero todavía había que hacer un cambio para que el título funcionara, así
encontró que “Ella habitaba un cuento” sería el título del cuento que
escribiría en cuanto se sentara en el escritorio. Y empezó a escribir. En su
cuento Ofelia se siente observada constantemente, un ojo la penetra de tal
manera que llega el momento en que se encuentra dentro del ojo y al darse
cuenta de lo que está viviendo empieza a escribir, a su vez, un cuento donde el
personaje principal es Guillermo Segovia, el escritor, quien vive, asimismo, a
otro Guillermo Segovia, el que se encuentra en Guillermo Samperio, cada uno
dentro del otro.
Lo que
el maestro Samperio había esbozado en “Ziska y los viajes” y “Aquí Georgina”,
la función metaliteraria del texto (porque vemos al narrador del primer relato
asegurando que, como Bacon recomendaba, tardó en escribir su historia hasta que
la experiencia del viaje madurara, saliera y se impusiera con el impulso del
viejo vino espumoso y, por su parte, vemos a detalle el proceso creativo de
Georgina mientras intenta escribir su ensayo), está espléndidamente expuesto en
“Ella habitaba un cuento”. La manera de escribir cuentos, ensayos o crónicas de
viaje a la que se refiere, respectivamente, cada uno de los relatos y su
aliento reflexivo instala a este libro en la narrativa actual; sin embargo, es
un libro que, por la calidad literaria con la que está escrito, no pasará de moda. Hasta aquí, unas breves líneas sobre un texto al que se le puede estudiar con más detalle.
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