jueves, 30 de enero de 2014

El crítico como artista y el artista como crítico

Uno de los libros con que abriré mi próximo curso, Taller de crítica, en el Centro de Cultura Casa Lamm es un texto poco conocido de Oscar Wilde: “El crítico como artista”, publicado en 1891 como parte de su colección de ensayos Intenciones, pero que apareció originalmente en la revista literaria The Nineteenth Century con el título La verdadera función y valor de la crítica. Dividido en dos partes: El crítico como artista (con algunas observaciones sobre la importancia de estar ocioso) y El crítico como artista (con algunas observaciones sobre la importancia de discutirlo todo), este ensayo está escrito a la manera de un diálogo platónico y comprende muchas de las ideas estéticas de Wilde a la vez que hace un lúcido análisis sobre el panorama literario de su época.

         Sentado en la biblioteca de su casa en Piccadilly, Gilberto toca el piano mientras Ernesto encuentra un libro de memorias en una mesa. El descubrimiento de este libro le permite a Ernesto cuestionar a su amigo sobre el interés que éste tiene acerca de un género de libros escrito por “gente que o bien ha perdido totalmente la memoria o bien nunca ha hecho algo que valga la pena: lo cual, con todo ―continúa Ernesto―, constituye sin duda la verdadera explicación de su popularidad, ya que el público inglés se siente siempre perfectamente a sus anchas cuando le habla una mediocridad”.

         Con esta sugerente afirmación ―hoy quizá vigente más allá de las fronteras inglesas, aunque bien pudiera matizarse con las afirmaciones de Xavier Rupert de Ventós, quien en su libro El arte ensimismado afirma: “la alienación no puede dejar de ser un elemento constitutivo en toda obra de arte” porque la alienación, nos dice este autor, no es mala, sino previa y necesaria, debe ser superada, pero no puede ser superada al negarla, sino que el ser humano ha de transitar por ella como si fuera un peldaño en la escalera del conocimiento estético, al que sólo se accede por medio de la educación―, Gilberto comienza una serie de meditaciones sobre la crítica en el arte que vale la pena considerar:

         Al crítico de arte, desde el siglo XIX, se le percibe como un ser poco creativo, envidioso, mezquino y en cuyas críticas destruye a quienes “en verdad” son artistas. La figura del crítico desde entonces se considera como la del artista frustrado que no tuvo el talento para ejercer ningún tipo de arte. Sin embargo, nos dice Wilde, se nos olvida que desde la antigüedad griega han existido estos críticos que han analizado el arte desde diversos roles. Platón y Aristóteles, por ejemplo, el primero en sus diálogos (Ion o de la poesía, Hipias o de lo bello, Cratilo o del lenguaje) y el otro en su Poética, nos dan a conocer sus pensamientos con relación al arte; los artistas que con sus mismas obras plasmaron sus reflexiones estéticas y su crítica al arte de su tiempo, y, sobre todo, la afirmación más contundente de Wilde: “los griegos eran una nación de críticos de arte”, porque a ellos les debemos, por encima de cualquier otra cosa, el espíritu crítico que ejercitaron en todo cuanto veían: la religión, la política, la ciencia, la metafísica, la educación, el arte, la literatura, la vida.  “Y te aseguro, querido Ernesto, que los griegos charlaban sobre los pintores tanto como lo hace la gente hoy, y tenían sus reuniones privadas y exposiciones baratas y corporaciones de artes y oficios y movimientos prerrafaelistas e impulsos hacia el realismo, y disertaban sobre el arte, y escribían ensayos sobre arte y sus arqueólogos y todo lo demás. ¡Si hasta los empresarios de las compañías teatrales en tournée llevaban consigo a sus críticos teatrales en los viajes y les pagaban suculentos sueldos por sus reseñas laudatorias!”. La importancia que el arte tuvo en el mundo griego no se construyó de manera artificial, sino, seguramente, fue una construcción reflexiva y discursiva, como asegura el escritor, tanto desde el público como desde los artistas.

         Las ideas estéticas que a partir de este punto desarrolla Wilde reflejan un principio fundamental para cualquier artista: “Sin la facultad crítina no existe en absoluto creación artística digna de ese nombre”. La separación, que por error, ignorancia o necedad, han realizado algunas personas entre la crítica y la creación sugiere que el arte no necesita de la crítica y la crítica no es arte. Pero con un análisis agudo Wilde muestra que esa crítica es fundamental dentro de la creación artística y que incluso la crítica es al mismo tiempo un arte, como veremos con algunas reflexiones que presento a continuación:

  •    Para realizar su obra el artista necesita elegir a partir de su instinto estético qué elementos incorporará para que, al realizarla, tenga un efecto en el espectador. “Pues bien: ese espíritu de opción, ese sutil tino de omisión, es en realidad la facultad crítica en uno de sus modos más característicos, y quien no posee esa facultad crítica nada puede crear en el arte”, porque incluso para decidir lo que conviene a una obra hay que saber qué se está haciendo y conocer, en el caso de la literatura, sobre teoría literaria, que, junto con el idioma, son los instrumentos del creador.
  •    A veces, cuando un gran poema o una novela o cuento dejan en nosotros profunda huella, llegamos a pensar que el escritor estaba en un momento tan alto de inspiración que esa emoción espiritual nos la transmite íntegramente, sin el uso de la razón creadora. Pero no es así. “Toda obra imaginativa, dice Wilde, tiene conciencia de sí misma y es intencional”. Es siempre resultado del esfuerzo consciente del creador, de su estudio, de la práctica que diariamente ejerce sobre su arte y, sobre todo, del ensayo y el error.
  •    Crear en la literatura no necesariamente es el reflejo de la vida del artista, sino su conocimiento de las formas y su transgresión de ellas. Gracias a la crítica que los artistas han hecho sobre el arte es que éste ha cambiado sus formas (ya no escribimos siguiendo los modelos arcaicos, o si los retoma es para sugerir nuevos modelos), porque “una época sin crítica es, o bien una época en que el arte es inmóvil, hierático y restringido a la imitación de tipos formales, o bien una época que carece de arte en absoluto”. Es la crítica precisamente la que ha dado los grandes movimientos artísticos desde el romanticismo: realismo, parnasianismo, simbolismo, impresionismo, expresionismo, cubismo, surrealismo, futurismo, ultraísmo y demás exquisitos o malhadados ismos.
  •    Bajo aquella concepción del arte separado de la crítica se llega a afirmar que es más fácil hablar de una cosa que hacerla, pero quienes aseguran esto, ¿acaso piensan en todas las aristas que tiene tal afirmación? Para hablar de una cosa en términos artísticos se necesita exponer no sólo el gusto del que habla, sino su conocimiento sobre el arte que está juzgando y para hacerlo usa diferentes estrategias del pensamiento crítico: evalúa, analiza, argumenta, juzga, ejemplifica, critica…, e incluso sueña, se sueña dentro de la obra que está contemplando porque, como dice Gaston Bachelard sobre sí mismo, es un soñador de palabras, él también se deleita cuando crea, se detiene en la forma, ve a través de los distintos ángulos del arte la obra que se le presenta, usa a la vez el lenguaje racional y emotivo que le produce la obra y nos comparte su experiencia estética, las impresiones que le ha causado una obra, proceso tan subjetivo como difícil de expresar.

Ante todo esto, Wilde contempla al crítico a contracorriente para su época y tal vez aún para la nuestra: “Para el crítico, señala Wilde, la obra de arte es simplemente una sugestión para una nueva obra propia, que no necesita presentar forzosamente alguna semejanza evidentemente con la cosa criticada”, sino que es a veces tan sólo el detonador para su propia obra artística, porque para él el crítico y el artista son uno mismo, ya sea que la obra le invite a escribir una reseña, un ensayo o incluso una novela, una obra de teatro o un poema. Con frecuencia olvidamos que muchos de los grandes escritores han sido críticos de arte, del arte y de su arte: Charles Baudelaire, Thomas de Quincey, André Breton, James Joyce, Victor Hugo, Alfonso Reyes, Miguel de Unamuno...; y que es ese espíritu crítico, ejercido de diversas maneras, el que los ha colocado en el pedestal en que se encuentran.






lunes, 27 de enero de 2014

Imaginación, memoria y muerte en "Morirás lejos" de José Emilio Pacheco

In memoriam


Extraño, misterioso, tal vez peligroso, tal vez redentor consuelo de escribir: salir de la fila de los asesinos, observar los hechos.
Franz Kafka. Diarios

Desde la década de los noventa hasta nuestros días hay una exagerada preocupación entre los jóvenes escritores por aportar novedosas formas a la literatura, ello, a veces, sin importar que el contenido de sus textos no esté a la altura de la forma que encontraron[1]. Sin embargo, a lo largo de la historia literaria, la imaginación del hombre ha buscado cauces diferentes, originales, para darle salida a esta necesidad vital de dejar plasmadas sus ideas, sus experiencias, su vida y sus preocupaciones. Es decir, la necesidad de contar historias ha desembocado no sólo en la necesidad del contenido, sino de la forma, desde siempre.

            Se nos olvida, por ejemplo, que el auge que tuvo la literatura de ciencia ficción durante el siglo xx estuvo precedido por varias obras de siglos anteriores, como los relatos de Cyrano de Bergerac (El otro mundo, siglo xvii) o del barón de Münchhasen (Las aventuras del barón de Münchhasen, siglo xviii), entre otras; pero sobre todo, que los relatos de ciencia ficción tienen su antecedente más claro en Los relatos fantásticos[2] de Luciano de Samósata, escritos en el siglo ii d.C., bajo el nombre de Relatos verídicos, y narran historias donde los personajes tienen viajes fabulosos, como el viaje a la luna, y que, como el título y el tema lo refieren, son relatos paródicos, contradictorios, caricaturescos, basados en tradiciones literarias anteriores[3]. En éstos, Luciano trabaja con la novedad de la forma al unir el diálogo con la comedia[4].

            En ese sentido, hay un breve libro, apenas de 150 páginas, un poco olvidado por la historia literaria mexicana: Morirás lejos, de José Emilio Pacheco, que es un enorme acercamiento a estas dos caras (forma y fondo) con las que ha crecido la literatura del mundo.

            La historia es evanescente. Nunca sabemos quién habla. Si hay uno o varios narradores. Dividido en cinco capítulos: Salónica, Diáspora, Grossaktion, Totenbuch, Götterdämmerung; un Desenlace y un Apéndice (u otros posibles descenlaces), a primera vista parece un libro que no tiene coherencia, o más bien, un libro que se pierde en diversidad de ideas.

            Pero esto es totalmente falso. Cada palabra y cada idea inscritas en Morirás lejos parecen acudir a una estructura interna extraordinariamente planeada por el autor. Morirás lejos es, entre otras cosas, el recuento de la persecución que, en algunos momentos históricos, ha sufrido el pueblo judío; pero es más que eso. Pacheco recurre a la memoria histórica y a digresiones interminables con el fin de dejar huella de lo que acontece cuando uno es perseguido por otro.

            Así, el libro se abre como un enigma. Quién persigue a eme, quién es Alguien, quién está sentado en la banca de un parque leyendo todos los días el aviso oportuno de El Universal, donde hay un pozo con forma de torre y un perpetuo olor a vinagre. Pero, sobre todo, quién es el perseguido y quién el perseguidor.

            A diferencia de otros textos que intentan entablar un diálogo con el lector poniendo varios finales para que éste escoja el que quiera o invente el suyo, en el caso de Morirás lejos, Pacheco entabla el diálogo con el lector desde el inicio de su obra. Podemos escoger el principio que queramos, ya que los enumera, podemos escoger el desenlace que nos acomode, puesto que hay varios, o la anécdota que queramos. El texto es tan libre y tan abierto a posibilidades como lo deseé el lector, o quizá, como se dé cuenta. Porque una obra tan compleja como ésta de Pacheco necesita también lectores competentes y abiertos.

            No por ello, sin embargo, la intención del autor se diluye. Al contrario. Recorre el texto como una marca de agua. Los judíos a lo largo de la historia han sido perseguidos, pero no han sido los únicos, recordemos la persecución del pueblo armenio por parte de los turcos o, con un dolor más íntimo para los mexicanos, la persecución de españoles por parte de españoles en su guerra civil, cuando los padres mandaron a México, Rusia y a otros países a sus hijos pensando que en cualquier momento los iban a matar por ser republicanos; como efectivamente sucedió y por lo cual aún se descubren fosas clandestinas con familias enteras: abuelos, padres, niños, bebés...

            De manera que, como el mismo Pacheco lo dice en su texto, Morirás lejos es un recordatorio, una advertencia, un intento porque el ciclo de destrucción del hombre por el hombre no vuelva a ocurrir. Pero si vuelve será ahora más comprensible, porque el acecho, la ruindad, la asfixia de vivir también son sensaciones que aquejan al corazón del hombre.

            Y todo esto es pensado, inventado o narrado por Alguien, un personaje sentado en una banca de un parque que lee el aviso oportuno de El Universal, y cuya presencia se encuentra en todo el texto, pues, extraordinariamente, el capítulo en donde aparece este personaje se incorpora a los otros capítulos y entabla un diálogo con ellos.

            Salónica se encuentra a lo largo de todos los capítulos, pese a ser éste un apartado. Además, cada capítulo está en unidad con un símbolo, y de ninguna manera son gratuitos: el símbolo de Salónica se refiere a la unión entre la A de alguien y la M de eme, personajes-símbolos a lo largo del texto de gran relevancia; representa la lucha entre los hombres. Diáspora, representado por el caduceo de Hermes, se refiere al nombre con el que se conoce, desde el siglo I d.C., al exilio de los judíos por parte de los romanos: la expulsión de Jerusalén. Las serpientes del caduceo representan dos fuerzas encontradas, pero que buscan equilibrio. Grokssaktion, la gran acción, unida al símbolo de la esvástica refiere la persecución que los nazis hicieron de los judíos. Es interesante que parte de la obra se construya con documentos oficiales, en este caso, con parte de los documentos de los juicios de Nüremberg. En el libro de los muertos, o Totenbuch, presenciamos asesinatos masivos de judíos. El símbolo que lo acompaña, la triple cruz, representa el sacrificio. Götterdämmerung, o el crepúsculo de los dioses, se encadena al apocalipsis, a la destrucción de la tierra como consecuencia de la muerte de los dioses. Entre los judíos, el candelabro, como el que va unido a este capítulo, simboliza la relación con los planetas, pero en alquimia este símbolo representa al vinagre, cuyo olor se asocia con el dominio sobre la materia.[5]

            A través de estos capítulos también podemos observar un claro inicio, un desarrollo, un clímax y un deselance de manera general dentro de la novela que usa diferentes estrategias o géneros discursivos. La poesía, el diálogo, el monólogo, aunque usados desde tiempo atrás, se actualizan en la obra de Pacheco porque están usados como no se había hecho. Uno de los personajes que establece diálogo con el autor es el lector. Pacheco recrea los diálogos que el posible lector está haciendo al juzgar su obra, la prosa cambia de lugar al dejar espacios luego de una coma o sin ella, como Mallarmè con su poesía, quien dejaba espacios en blanco para hacer una pausa mayor con la pretensión de que el lector llenara los huecos con letras y palabras. Es decir, es un dicho en lo no dicho. Tal vez Pacheco pensó en esta función al elaborar el texto.

            Es evidente que este complejísimo texto dialoga con la humanidad, representada por escritores, lectores, políticos, víctimas o victimarios. No importa qué papel estemos representando en el momento de la lectura de esta obra, lo importante es tomar conciencia que podemos ser cualquier cosa, y que de todas maneras vamos a morir y que lo más seguro es que moriremos lejos, lejos de nosotros mismos, en una tierra prestada, que por un instante nos ata y nos hace creer que, como ella, seremos eternos espectadores de la vida del hombre.


Bibliografía
Pacheco, José Emilio. Morirás lejos. México: SEP, 1967.
Internet



[1] Como si únicamente la forma novedosa le diera validez a su escritura.
[2] Cfr. Luciano de Samósata. Relatos fantásticos. Madrid: Óscar Mondadori, 1991.
[3] Hace dos mil años, Antonio Diógenes afirmaba en un extenso relato de más de veinticuatro libros, Maravillas increíbles de más allá de Tule, que él fue el primero en pisar la Luna. Cfr. Ibídem, p. VII-IX.
[4] Lo cual, según Luciano, era una innovación en su época (cfr. González Porto-Bompiani. Diccionario Bompiani de autores literarios. Barcelona: Planeta-de Agostini, 1998, pp. 1640-1641), aunque de pronto suene extraño si pensamos en la literatura griega y en Aristófanes, por ejemplo.
[5] Véase Elisena Ménez Sánchez. “Morirás lejos”: el futuro se conquista por la memoria del pasado perdido, en http://www.lasiega.org/index.php?title=%22Morir%C3%A1s_lejos%22:_el_futuro_se_conquista_por_la_memoria_del_pasado_perdido.

viernes, 17 de enero de 2014

Cuestiones de estructura



Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de  muchos y no se entierren en la sepultura del olvido; pues podría ser que alguno que las lea halle algo que le agrade, y a los que no ahondaren tanto los deleite; e a este propósito, dice Plinio, que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena; mayormente que los gustos no son todos unos, mas lo que uno no come otro se pierde por ello. Y así vemos cosas tenidas en poco de algunos, que de otros no lo son.
Anónimo. La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.


Mientras dormía el sultán, de Christel Guczka, es un intento por enlazar y desmitificar seis historias de mujeres de la literatura universal: Eva, Penélope, Medea, Dalila, Ana Karenina y Scherezada, a través de quince capítulos como si de una novela se tratara.

         A pesar del título, no es Scherezada la guía en la narración de estas historias, pues sólo aparece en el último capítulo intentando cerrar el ciclo de narraciones, como si ella hubiera contado todas las historias distribuidas a lo largo de los capítulos y no al sultán, como en Las mil y una noches, sino al pueblo que se congrega en la Plaza a la espera de que llegue una Scherezada ciega a contarles historias como parte de la celebración del Ramadán.

         Tal vez si el libro se hubiera estructurado de otra manera esta Scherezada hubiera gozado de mayor fuerza dentro de la obra, pero el desgaste del lector a través de las historias anteriores es inevitable. Así, llegamos al final del libro, al capítulo XV, tratando de creer que una Scherezada ciega al estilo del adivino Tiresias o, más bien, del ciego en La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades guiada por un “muchachito” llamado Mohamed va a sentarse en un cojín frente a la Meca para contarles, a los que la esperan, historias en donde “toca la esencia de tantas mujeres por las que hay que hablar…”

         Y estas “mujeres por las que hay que hablar”, mujeres, la mayoría, fuertes y astutas en sus historias originales, son, en las historias contadas por Guczka   , lánguidas sufrientes o víctimas que se dejan llevar por su destino.

         Penélope, “aquella invisible, indiferente, olvidada”, a decir de la autora, ejerce la prostitución por las noches y mata a sus dioses mientras limpia sus lágrimas y se dispone a tomar el tejido.

         Ana Karenina escribe en su diario el desgaste que ha venido de menos a más en su matrimonio con Karenin y sus amoríos con el conde Wronsky.

         El relato sobre Eva, el mejor de todo el libro, es un génesis en donde Adán y Eva llegan a una nueva tierra, el Edén, en una balsa buscando “Una constante, pero siempre distinta caída de agua de la cascada más grande del lugar, que en su descenso, se confunde con el matiz calmado de un lago transparente, un tapiz de peces y una muralla de rocas verdosas que dan origen a una vegetación interminable[]”, según dice la carta que Eva tiene en las manos y que les fue enviada por su creador como una invitación para que lleguen a este paraíso. Pero en este Edén no hay ningún dios, sino la serpiente del relato bíblico que es quien nos cuenta esta historia y a quien vemos manipulando a un Adán y una Eva ingenuos que creen que ésta es la mensajera de su “señor” al que tanto buscan y por quien obedecen todo aquello que les ordena la serpiente: “Ahora sé dice la serpiente de lo que es capaz aquel señor sobre estos pobres infelices; aún sin existir, los controla absolutamente”.

         Al igual que la narración sobre Adán y Eva, la historia de Jasón y Medea se desarrolla en otra época histórica a diferencia de la original. En este caso ocurre durante los tiempos de la Inquisición y es precisamente un inquisidor el rol que juega Jasón dentro de esta historia. En la primera escena asistimos, junto al hijo mayor de la pareja, a la quema de una mujer en la plaza. Arrebatado por su madre ante tan cruel espectáculo, el pequeño narrador nos cuenta que Medea dejó de ir a la iglesia y de platicar con el cura desde que empezaron a quemar personas en la Plaza, pues parece que es éste quien le propone al Juez la próxima víctima. En esta representación Medea ayuda a la gente del pueblo y los sana a través de sus conocimientos de herbolaria, conocimientos que, tras la aparición de una epidemia, serán usados en su contra para acusarla de brujería por el propio Jasón.

         El relato de Dalila acontece en un circo, siendo Dalila una insignificante enana que ama al fuerte Sansón, cuyo espectáculo se centra en levantar el mayor peso posible. La celosa e ignorada Dalila, un día antes de la función de Sansón recarga las pesas que éste debe cargar con más peso. Así que levanta las pesas se le rompe la espalda y todos aquellos placeres de los que gozaba, mujeres, salidas, ambiciones, desaparecen para quedarse al lado de la enana Dalila, a quien despreció por mucho tiempo y por la que sentía odio y asco.

         Independientemente de que algunas partes de las tramas y los tonos de los personajes de estas historias no sean muy atinados, el problema principal recae en su estructura, y es una de las lecciones más importantes de este libro. Los capítulos I, III, V, VII, IX, XI y XIII relatan la historia de Penélope como el hilo que se teje de la “esencia femenina” y que será evocado en las otras historias. El capítulo II, IV narran el cuento de Ana Karenina para volver a esta historia hasta el capítulo XII… El capítulo VI es la historia de Eva, el VIII la de Medea, el X la de Dalila y el XIV es una combinación de las cinco historias en donde las dos primeras narraciones comienzan con la última frase del último capítulo respectivo del personaje, pero los tres finales siguientes olvidan que esto era parte de la estructura del capítulo y comienzan con una imagen nueva.

         Como se ve hay rupturas en la narración de las historias para tejer nuevas o darle continuidad a otras, no obstante también en esto veo problemas de estructura que ocasiona que durante los cinco primero capítulos la lectura de esta obra sea lenta y cansada. La arbitrariedad con que se corta el relato de Ana Karenina y no el de Medea, Dalila y Eva me lleva a pensar que en un principio la autora pensó en darles un corte a todos pero que el tamaño de los cuentos no permitió esta ruptura. De haber sido así esto se hubiera podido solucionar dejando la historia de Ana completa y solamente la de Penélope hubiera podido funcionar como ese hilo conductor después de cada nueva historia, para darle al lector una sensación de simetría.

         Estas fallas en la estructuración de Mientras dormía el sultán (buen título, sin embargo nunca lo vemos dormir y el lector, al menos yo, no creo que durmiera mientras está el festejo del Ramadán) no dejan de lado el intento de Guczka por retomar estas historias y contarlas con un lenguaje, por momentos, poético e incluso desgarradoramente lúcido, como en el siguiente fragmento del capítulo III: “Y la madre aguarda a que termine su porción de carne para recordarle su voz, en un tenue festejo, para después cerrar la tumba de su boca y levantarse de la mesa”. Tampoco dejamos de notar como lectores el interés de la autora por encontrar nuevas formas de narrar, de ahí las complejas estructuras elegidas, como en el capítulo XIV en donde a través del diario de Ana vemos un intento por mezclar lo que sería la habitual narración de un diario con el flujo de conciencia. Y a pesar de que no está muy bien logrado, tal vez puede ser un paso para que en un futuro Christel Guczka nos sorprenda en otro libro.


        


viernes, 10 de enero de 2014

De cuerpos y fragmentos


 
El cuerpo estaba más allá de los límites de su experiencia y precisamente por eso escribía sobre él infinidad de versos.
Milán Kundera. La vida está en otra parte.


En estas vacaciones decembrinas leí dos libros que me regalaron hacia fines del año: De pies a cabeza, de Godofredo Olivares, y Mientras dormía el sultán, de Christel Guczka.
         Leer el primero es un deleite. En cada capítulo Godofredo hace un recuento histórico, simbólico, sensible y sugerente de lo que las partes del cuerpo humano han significado para distintas culturas, épocas, artistas o lenguajes coloquiales. De los pies a las cabezas, pasando por las espaldas, las cejas, los lunares, las calvas o el pubis, descubrimos con asombro que partes como el sudor, las uñas o incluso los pulgares han llegado a tener un sentido erótico o amoroso para algunas personas en comparación con otras a las que su sola mención causa un profundo rechazo.
         Escrito con una erudición sensible, nada chocante o vanidosa, este libro despertó en mí una ávida curiosidad. ¿Por qué fue una de las preguntas que me sobresaltaron al leerlo sir Walter Raleigh, después de haber prestado tantos favores a la corona inglesa muere decapitado por mandato real? Corrí a buscar una explicación. Dice el Diccionario Bompiani de Autores Literarios, en su tomo IV, que Raleigh obtuvo la protección de la reina Isabel I cuando contaba con treinta años, en 1582, apenas dos años después de haber entrado en la corte bajo el amparo del conde de Leicester. A partir de ahí la historia de sir Walter Raleigh es más conocida: sus expediciones al norte de Florida que terminarían llamando Virginia en honor de la reina; años después, nombrado capitán de la guardia de la reina, tomó parte en la lucha contra la Armada española, organizando las fuerzas de tierra; sus exploraciones en la Guayana, sus cruzadas contra España. Su muerte en el cadalso no me hubiera sorprendido tanto de haber sabido que la reina Isabel muere en 1603 (a Raleigh lo decapitan en 1618). A la muerte de Isabel sube al trono Jacobo I, pero éste supo que en el proceso de su nombramiento Raleigh había conspirado en favor de Arabella Estuardo. Fue juzgado, procesado y condenado a la pena de muerte, aunque en el último momento se le conmutó por cadena perpetua. Astutamente, ya que no podía matarlo al haber hecho Raleigh tantos servicios a Inglaterra, en 1616 le ordena tomar el mando de una expedición contra la Guayana en busca de oro. A su regreso, habiendo fracasado en su encomienda, Jacobo I ordena que lo decapiten sin nuevo proceso. Así, uno de los hombres más importantes dentro de un orden político fue eliminado en el nuevo régimen. Si uno lo ve dentro de la historia de los procesos sociales y políticos, nada nuevo hay en esto, por más que a uno lo aflija.
         Uno de los aspectos estructurales que más me gustó de De pies a cabeza es la ilación nada repetitiva ni predecible de los capítulos. Algunos comienzan con una sentencia, popular o literaria, que es casi una síntesis capitular, como la que abre “Axilas”: “ ‘Las axilas son el sexo de los dioses’, sentenció el filósofo presocrático Heráclito de Éfeso”.  Y recorremos, en este capítulo, diversas manifestaciones eróticas en donde las axilas han tenido un papel sobresaliente, por más que en la actualidad se relacionen con el sudor y, en consecuencia, con algo repulsivo que hay que ocultar. Pero las axilas, nos dice Olivares, no siempre han sido vistas de esta manera.

Entre los reinos escandinavos, como los vikingos, los gigantes fueron una poderosa raza mitológica de fuerza suprahumana y siempre enemiga de los dioses, aunque con frecuencia  llegaban a casarse entre ellos. Del gigante primigenio Aurgelmir, se cuenta que una noche, mientras dormía, del sudor de una de sus axilas engendró a Trudgelmir, un gigante de seis cabezas, que a su vez hizo nacer a su compañero Bergelmir, y de estos dos emergió toda la estirpe de gigantes malvados del hielo que iniciaron una guerra que duró siglos contra los dioses. Al final los gigantes fueron vencidos y se dio muerte a Aurgelmir; su enorme cuerpo fue arrojado a las entrañas de la tierra y su piel formó el jardín central de Midgard, sus huesos crearon las montañas, su vello generó la vegetación y sus dientes, los grandes acantilados de Escandinavia.

Con todo, si las axilas tienen esta fuerza erótica y creadora, los cuellos no se quedan atrás.

Algunas tribus del Congo afirman que en el cuello habita la primera expresión de la vida y cuando el cuerpo muere es el último recinto que desaloja; los indígenas guaraníes del Brasil colocan en el cuello el alma animal que condiciona su carácter; y las mujeres birmanas se alargan el cuello mediante la sucesiva colocación de anillos metálicos, los cuales expresan su edad, el rango y su riqueza. Es a los diez años cuando las niñas birmanas comienzan a recibir, en una ceremonia de iniciación, sus primeras cinco anillas que en lo sucesivo irán aumentando hasta llegar a soportar un peso de 30 kilos; es el número de anillas de cobre, latón u oro, el que ejerce un poderoso atractivo estético. En la antigüedad, se creía que al removerlas del cuello no podría éste soportar la carga de la cabeza, provocándoles la muerte. Pero esto es una falsedad, ya que los músculos del cuello pronto recuperan su fortaleza y alcanzan su normalidad. Otra versión sobre el origen de que las birmanas porten anillos en sus cuellos se remonta a la leyenda de que un día los espíritus castigaron a las tribus birmanas con una invasión de tigres. Las víctimas que mayormente sucumbieron bajo los colmillos felinos fueron los cuellos de las mujeres, por lo cual los hombres idearon protegerlas colocándoles anillos metálicos.
         En realidad, todo cuello absorbe la tentación de inscribir sobre él una insigne huella de colmillos.

Observador y crítico lúcido no sólo de las antiguas épocas a las que su saber nos remite, sino de la moderna, construida sobre los pies de aquéllas, Godofredo construye con su nuevo libro, editado por Editorial Terracora, un diálogo con el Hombre, con sus obsesiones, con su historia, sus fanatismos, su arte, sus provocaciones, y estimula en nosotros, además de nuevas miradas sobre nuestro cuerpo desde los diversos ángulos que enfoca, la desacralización de estamentos históricos, sociales y políticos a través del estudio del cuerpo y su vida cotidiana.
         Del libro de Christel Guczka hablaré en la siguiente emisión de este blog. Es cuanto.