jueves, 30 de mayo de 2013

Contra los poetas


De modo que si queremos que la cultura no pierda todo contacto con el ser humano, debemos interrumpir de vez en cuando nuestra laboriosa creación y comprobar si lo que creamos nos expresa o no.
Witold Gombrowicz


Más conocido por sus notables cuentos y por su rivalidad con Jorge Luis Borges, a quien admiraba cuando llegó de Polonia a Argentina huyendo de la Segunda Guerra Mundial, Witold Gombrowicz (1904-1969) enfatiza en estas dos conferencias publicadas por Tumbona Ediciones bajo el nombre de Contra los poetas el innecesario y mítico culto religioso que el poeta, apoyado por sus seguidores, se hace a sí mismo y a su arte, aunque éste cada vez esté más lejano del lector común.

         El poeta escribe para sí mismo y para otros poetas, asegura Gombrowicz, porque se deleita en el abuso de las formas alejándose del contenido de sus expresiones y, lo que es peor, se revela que muchas veces el poeta escribe sin tener nada que decir. Pero ante un ataque el argumento que esgrime en defensa suya no se basa en la técnica y la estructura con que ha construido su poesía, sino afirmando que la poesía es un don de los dioses, y con una actitud de indignación se lamenta por la barbarie de los tiempos que corren.

         Estas críticas que Gombrowicz expuso en 1947 y en 1969, respectivamente, son aún vigentes. Nada es más ofensivo que decirle a un poeta que sus versos aburren, que no se entienden, que no poseen al menos ritmo y que, por más intentos que haga, esa poesía no conmueve ni, acaso, es posible guardarla en la memoria. La finalidad de la creación poética no se lleva a cabo y se escudan muchos poetas mediocres en lo alto que es el arte poético como si su poesía estuviera en ese parámetro de degustación.

         ¡Cuánta más importancia tiene, sin embargo, para nuestra formación el enemigo que el amigo!, dice Gombrowicz, y me recuerda a las palabras que Chéjov le escribe a su hermano Alexander P. Chéjov en una carta: “Te escribo esto como lector que tiene un gusto definido. También para que cuando escribas no te sientas solo. Sentirse solo en un trabajo resulta muy duro. Mejor una crítica adversa que ninguna crítica, ¿no es cierto?”

         Los poetas, como cualquier escritor, cometen errores de estilo, de ritmo, de rima, que muchas veces provoca ruido al interior del poema, por no mencionar los de sentido, pero hay poetas que no lo quieren admitir, cambiar o tal vez por su falta de pericia o de conocimiento en el arte que dicen ejercer no se dan cuenta.

         Paradójicamente, esta actitud de tomar a los poetas como dioses, o que son por inspiración divina, procede de Grecia, de los rapsodas que iban cantando sus epopeyas de región en región. No obstante, los griegos cantaban para que las multitudes los escucharan, y su arte radicaba en la manera en que ellos lograban conmover al público, en cambio el arte de muchos poetas actuales radica en el deleite de sentir que son poetas en el aislamiento, incomprendidos y que su arte es excelso por sí mismo.

         Este es el momento en que los poetas deben pisar tierra, dejar el pedestal que se han construido y con el que están matando a la poesía.




jueves, 23 de mayo de 2013

Una vieja discusión


La literatura es elevación. No inspiración, les ruego. Elevación. Epifanía joyceana. Es el instante en el que se tiene la impresión de que, en toda la nulidad del hombre y de la vida, hay de todos modos unos cuantos momentos privilegiados, que hay que aprovechar.
Danilo Kis



El día de ayer redescubrí con placer por qué me gustaba leer a Platón. Ciertamente, ya no me fascina por el tono con que en los diálogos Sócrates ataca a sus contrincantes y para ello usa una herramienta que se supone el mismo Sócrates vilipendia en razón de la “verdad” que dice buscar, la retórica. A pesar de esto, leer Ión o de la poesía es traer al presente una vieja discusión que sin embargo sigue causando escozor entre los escritores: ¿el poeta (entiéndase creador en su más amplio sentido literario) escribe bajo el influjo de una diosa o es la técnica aprendida, estudiada y repetida lo que lo hace creador?

         En este breve diálogo, Platón a través de Sócrates da la respuesta con una epifanía: si no sabes todo lo que conlleva tu arte sería injusto decir que eres poeta en virtud del compromiso que has hecho con este (es decir, no eres poeta por el arte), en tal caso habría que afirmar que tal título se te confiere por inspiración divina. Es clara la intención de Platón de denostar a Ión por representar un arte que ni él mismo comprende a cabalidad, sobre todo cuando en tiempos de Pericles los viejos dioses van siendo un recuerdo mítico más que una vivencia espiritual. La tecné, unida a la areté, impera en la conciencia colectiva de los griegos en este momento histórico.

      No obstante, Homero, quien es el educador por antonomasia de los griegos, resuena también en aquellas mentes: “Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles…” exhorta a los oyentes a concebir que los poetas y rapsodas crean, componen y profieren su canto a través del soplo divino.

         La inspiración como base de la creación después de tantos siglos parecería pasada de moda. Pero esta vieja discusión griega es tan actual que es difícil para algunas personas percibir el arte despojado de inspiración. Al arte se le rodea de un halo de misterio y genialidad innatos a los propios creadores, lo que lo hace doblemente atractivo.

         Desde mi punto de vista no hay arte sin conciencia del arte. El trabajo, estudio y compromiso que el artista establezca con su propio oficio llegará a la cumbre, acaso, en una obra maestra; porque no hay obra maestra que haya surgido de manera espontánea, sin trabajo previo. En este sentido, podemos ver la obra de muchos escritores en ascenso, que van de menos a más en su proceso creador. Es el caso, por ejemplo, de Edgar Allan Poe, quien a través del estudio y del desarrollo de la técnica y de la conciencia artística concibió una poética con que vincular el criterio literario y el gusto popular. De Tamerlán a El cuervo hay una distancia que no se llena con inspiración divina.



jueves, 16 de mayo de 2013

Robert Walser: El paseante



A Rober Walser lo conocí como uno de esos bartlebys de los que Enrique Vila-Matas escribe en su libro Bartleby y compañía. Ser bartleby no es fácil, pero ser un bartleby de la escritura es realmente complicado. Los bartlebys toman su nombre del escribiente Bartleby, personaje del cuento homónimo de Herman Melville: Un empleado que se queda a vivir en la oficina en la que ha dejado de trabajar, que deja de tomar café, té, cerveza, de comer, y que a todo lo que se le cuestiona da la misma respuesta: “Preferiría no hacerlo”.

         Los bartlebys son seres —y retomo las palabras con que el narrador del libro de Vila-Matas los califica— en los que habita una profunda negación del mundo. No hay mejores palabras con las que definir lo que simboliza Robert Walser (1878-1956). Querer ser escritor, terminar odiando el oficio y vivir abrumado entre la necesidad de escribir y preferir no hacerlo revela por qué Walser deseaba ser olvidado.

         Los últimos veintiocho años de su vida los pasó en los manicomios de Waldau y Herisau dedicado al parecer a la invención de una escritura microscópica tallada en diminutos pedazos de papel que Werner Morlang y Bernhard Echte han ido descifrando muy lentamente y que la editorial Siruela publicó en la última década con el nombre de Microgramas. A su pesar, no dejó de escribir, aunque hubiera preferido no hacerlo.

         La literatura que le sobrevive es como él, detallada, perfeccionista, íntima, de sutil ironía, cargada de imágenes y de epifanías. Un aliento impresionista recorre su obra. Nos paramos junto con el poeta para, a la manera del espectador que vive en Cuadros para una exposición de Mussorgsky, recorrer diversos paisajes de la mano del absurdo cotidiano que habita en el hombre.

         Su mejor obra, o al menos la que a él más le gustaba, es Jakob von Gunten. Quizá porque el narrador de la historia es un personaje que anhela con vehemencia, al igual que Fernando Pessoa lo planteó en Tabaquería, ser nadie. Pero tanto en ésta como en sus otras obras la contemplación de los paisajes que observa el narrador relacionada con la descripción de los pensamientos que esos paisajes le suscitan es una característica fundamental en sus escritos, así como la revelación del mundo absurdo en que vive el hombre, quien no se ha dado cuenta de que ese mundo se lo inventa como real todos los días.

         Admirado por Franz Kafka, Elias Canetti, Robert Musil, Thomas Mann o Walter Benjamin podemos rastrear la decisiva influencia literaria que en estos autores tuvo Walser si lo acompañamos en el sonido de sus paseos.


jueves, 9 de mayo de 2013

Exiliados



 
Un estilo tiene que ser individual, porque es la expresión de una manera individual de sentir.
Middleton Murry

La poesía siempre estará más viva que los poetas que la quieren encerrar.
Marco Fonz


La semana pasada leí un texto de Marco Fonz (Ciudad de México, 1965) que la revista Círculo de Poesía publicó en el mes de marzo: La poesía mexicana: Un espejismo que sueña, y aunque no estoy de acuerdo con todas sus reflexiones me parece necesario rescatar algunas de sus ideas basada en ese espíritu de diálogo con que cierra su interesante análisis sobre los vicios de nuestra poesía.

Podemos resumir en tres las ideas generales que aborda en su ensayo:

1)     Desde que se ha buscado lo nacional en todos los aspectos de la vida del mexicano a partir de la Independencia de este país (siglo XIX) la poesía carece de algo tan sencillo como lo que va unido a su etimología: poiesis, creación. Por algún dislate, muchos poetas mexicanos en vez de crear, dice Fonz, se dejan “influenciar” por las poéticas de otros países para terminar copiando, plagiando o intertextualizando estas poéticas y firmándolas como propias.

2)     La siguiente reflexión es más grave que la anterior y, para nuestra calamidad cultural, más vigente: la corrupción de los grupos literarios. A través de Roberto Bolaño escuchamos durante casi toda la década de 1990 que Octavio Paz fue el mayor obstáculo literario que enfrentó en su carrera. Después se fue a Barcelona y fue haciéndose un camino ligado sobre todo a su voluntad y persistencia en las letras. En México hay poetas –habrá que observar si lo son- favorecidos por: el sistema, o de manera más clara por los funcionarios públicos en turno; otros son favorecidos por sus cuates poetas y rechazan a otros porque esta corrupción ha hecho una situación piramidal de la poesía mexicana y mientras menos poetas haya más oportunidades tienen aquéllos de alcanzar la punta (al menos así lo deben creer), y hay editores que favorecen a unos poetas sobre otros y de ninguna manera se debe a la calidad literaria (muchas veces los editores no se dan cuenta de la técnica usada por los poetas –ni les debe importar-, sino que se fijan en otras cosas: las ventas, la influencia política y cultural que pueden obtener de alguno de estos personajes, el prestigio que les puede aportar señalar que publicaron a escritores consagrados pero cuya literatura se ha vuelto cómoda y, muchas veces, insignificante literariamente.

3)     A pesar de lo anterior, existe poesía mexicana alternativa que se ha abierto camino en muchos casos como Bolaño y en otros fundando editoriales. Gracias a esto podemos observar que lo que caracteriza a esta poesía no es la búsqueda de una poética nacional sino la consolidación del territorio poético de cada autor. Aunque muchas veces algunos de estos poetas exageren con las formas desestructuradas y no se vinculen con los lectores, la multiplicidad de voces poéticas es un acierto enorme que nos desvela Fonz porque ha ido fragmentando la abigarrada estructura cultural que poseemos y favorece el surgimiento de poetas de cualquier sector de la sociedad.

Desde mi punto de vista, uno de los errores que existen en México, al margen de esto que se ha mencionado, es la creencia de que la poesía es algo elevado e inalcanzable, así se enseña y así se le aleja de los lectores. Sin embargo, ni los poetas son dioses ni la poesía es inalcanzable, como cualquier arte es algo que si se practica diariamente en algún momento se alcanzará la meta deseada.

Enseñar que la poesía es poiesis, es decir creación, y que se ejerza no como repetidores de versos sino como creadores de versos, estrofas, figuras retóricas: poemas; aportará un vigor enorme a la poesía. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que la poiesis, siguiendo a Aristóteles, es asimismo imitación. Es decir, pensando en la reflexión final de Fonz sobre las diversas poéticas que actualmente existen no podemos llegar a ellas en la ignorancia, sin saber imitar las formas clásicas de la poesía. Para llegar a la poiesis hay que dominar la tecné (la técnica), eso es el Arte, cualquier arte. Pero si los editores no dominan la tecné ni saben de la poiesis, entonces habrá que volver la mirada a los textos que están publicando y cuestionarlos a ellos, a los editores, su falta de compromiso literario.

Colofón: El único compromiso que deben tener los poetas es el que pactan con la hoja en blanco y con su arte.

Aquí les dejo el vínculo del ensayo de Marco Fonz: La poesía mexicana: Un espejismo que sueña.http://circulodepoesia.com/nueva/2013/03/la-poesia-mexicana-un-espejismo-que-suena/

jueves, 2 de mayo de 2013

Agota Kristof: La necesidad de escribir


La actitud arquitectónicamente estable y dinámicamente viva del autor con respecto a su personaje debe ser comprendida tanto en sus principios básicos como en las diversas manifestaciones individuales que tal actitud revela en cada autor y cada obra determinada.
Mijaíl Bajtín
 

El fin de semana me topé, en la mesa de “novedades” de la librería Gandhi, con un libro publicado por Ediciones Obelisco en 2006, La analfabeta de Agota Kristof. Más conocida por su trilogía sobre Lucas y Claus (El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira), esta autora construye un relato autobiográfico en donde entrelaza temas presentes en la obra antes referida: la tensa y áspera infancia, la vida después de la segunda guerra mundial, la separación de la familia, el cruce de la frontera y sus consecuencias y el proceso que va desde la revelación de la necesidad de escribir en una persona a su consolidación. Con este libro, Kristof vuelve a hacer evidente una tesis que reverbera en su trilogía: la escritura nace a partir de una necesidad vital.

Al término de la segunda guerra mundial, la narradora de La analfabeta es separada de su familia y enviada a un internado. Entonces descubre que la única manera que tiene para soportar aquellas circunstancias es escribir. Pero la escritura en húngaro, su lengua materna, no durará mucho. Unos años después, junto con su esposo y su bebé, atraviesa la frontera con Austria hasta que es enviada a Suiza como refugiada. Durante su estancia en Suiza tiene otros dos hijos, trabaja en una fábrica y aprende que el largo tiempo que ha leído y escrito en húngaro es inútil en Suiza. Allí es una analfabeta.

         Paradójicamente, ha sido una lectora ávida desde los cuatro años. Hábito que no siempre fue bien visto en su círculo social y familiar y por el cual se le califica de “perezosa”, “no hace nada. Se pasa el día leyendo”, “hay miles de cosas más útiles, ¿no?”. De Hungría a México es posible que estos calificativos hayan desalentado a más de uno sobre una actividad que ahora algunos gobiernos intentan promover.

         De esta manera, el difícil camino del escritor se vuelve irreal cuando no existe una lengua que permita la comunicación con los lectores que lo rodean. Olvidemos la técnica. Este relato —pleno de humor, ironía, lucidez— revela que el personaje habita tres desiertos: el desierto connatural al oficio de escritor, el desierto del exiliado y el desierto del escritor exiliado de su lengua materna.

 
Aquí es donde empieza el desierto. Desierto social, desierto cultural. A la exaltación de los días de la revolución y de la huida le siguen el silencio, el vacío, la nostalgia de los días en los que teníamos la impresión de participar en algo importante, histórico quizá: el mal del país, la falta de la familia y de los amigos.
 

         Las continuas reflexiones de la narradora mezcladas con la narración ubica a este relato en la moderna literatura. Sin embargo, es más que esto. Dividido en once capítulos en los que aparecen diversas estrategias discursivas, el personaje principal de este relato no es Agota, sino la escritura: una escritura traducida a un lenguaje desconocido por una analfabeta.