miércoles, 12 de diciembre de 2012

Niebla, nivola, novela...


 La niebla de la vida rezuma
un dulce aburrimiento, licor dulce.
Unamuno. Niebla.

El mundo es un complejo teatro nebuloso, parece exponer Miguel de Unamuno en Niebla, publicada en 1914 y escrita como parodia[i], esta novela —o nivola, como suele llamarle su personaje Víctor Goti— aborda lo absurdo de la existencia, la farsa que, cotidianamente, representamos ante nosotros mismos, lo íntimo de la conciencia y la angustia que sumerge al hombre en una vida sin sentido.
            En esta niebla, o en este teatro humano, aparece Augusto Pérez, muchacho rico, soltero y huérfano quien, para sofocar su ocio, comienza el día esperando a un perro al que sigue todas las mañanas. Enajenado por la espera, no se da cuenta que en vez seguir al perro empieza a seguir a una hermosa chica hasta su casa. La escena tiene tintes impresionistas, pues lo que resalta es el color con que ha pintado el cuadro Unamuno.
            Luego de informarse acerca de quién es la joven, Augusto regresa a su casa ensimismado, aunque sin recordar el rostro de su amada; su único recuerdo son los ojos de ella, a los que en un íntimo acto de conciencia les pone rostro, cabello, cuerpo y espíritu, para terminar enamorándose de su modelo y no de la mujer de carne y hueso.
            Eugenia, la chica, es maestra de piano que detesta dar clases. Marcadamente influenciada por las ideas de su tío Fermín, un anarquista místico, tiene “ideas particulares sobre todas las cosas”; por ello, no le importa tener un novio que sea vago, que no estudie ni trabaje y que salga con otras mujeres. Al final de cuentas, le parece bien ―dado que ella es diferente y, por tanto, su vida será distinta― mantener algún día a su novio Mauricio. Por lo mismo, desprecia a Augusto, a quien considera simple, débil y hasta tonto, ya que éste sólo le ofrece un matrimonio convencional y amoroso...
            No obstante, Eugenia logra que Augusto termine con el aburrimiento que es su vida, que la niebla se disipe un poco y aprenda que para vivir es necesario amar, sufrir, conocer y hasta enloquecer por el sexo femenino. El despertar sexual de Augusto es fundamental e irónico en la obra, un despertar que no tendrá un desenlace feliz.
            Al crear a Eugenia, Unamuno desautomatiza el estereotipo de personaje femenino. A ella no le interesa buscarse un buen partido, amar su profesión, atender la casa o ser agradecida con la ayuda que recibe de otra persona ―como la de Augusto, quien le ayuda a pagar una hipoteca y, en vez de recibir un agradecimiento por parte de Eugenia, ésta se ofende, se enoja, lo regaña y termina odiándolo.
            Hacia el final de la novela, Eugenia acepta casarse con Augusto, pero días antes de la boda escapa con Mauricio. Augusto vive una crisis existencial tan fuerte que llega a concebir la idea de suicidarse. ¿Qué hacer?, se pregunta en uno de los constantes soliloquios que tiene dentro de la obra. Resuelve hacer algo que ampliará la exégesis del texto: visita al autor de la novela de la cual es protagonista.
            Se abre así, vivamente, otra lectura que ha corrido paralela a la lectura literal del texto: la intromisión del autor y el juego de la escritura. La novela está llena de intromisiones sobre el proceso de escritura de Unamuno, pero el lector, cuyo primer acercamiento es inocente, lo descubre muy avanzado en la lectura de la obra. Tarde sabemos que el prólogo lo ha escrito uno de sus personajes, que todo lo que leemos seguirá metido en la niebla, que el libro es una farsa desde el comienzo, como alegoría de la farsa de la existencia humana.
            Como parodia, Unamuno elabora un texto en el que degrada a su héroe principal, donde se burla de él, lo satiriza y le hace representar un papel absurdo; gracias a este personaje se desenvuelve una novela antitética a la novela realista decimonónica[ii]. El actante, absurdamente hamletiano, duda de su existencia, pero a diferencia de Hamlet no por la tragedia que está viviendo, sino porque se sabe personaje de una obra literaria, con un destino determinado por el escritor que lo creó: la muerte (o ni siquiera la muerte, ya que no existe, la niebla).
Estamos en un mundo al revés, un mundo paradójico, paródico, donde Miguel de Unamuno juega todo el tiempo con el lector, desde el título: Niebla —que si invertimos las letras de en medio diría nibela está en juego con nivola y novela; rítmica aliteración.
Niebla también se encuentra en un punto intermedio entre Hamlet y el Quijote, una parodia trágica y muy reflexiva. Gran parte de la escritura refleja las meditaciones de Unamuno a través de Augusto; claro, la mayor parte de las veces de manera satírica.
Innovador para su época; crítico mordaz del mundo en el que vive y de la literatura; consciente de cada palabra que pone; sin saberlo, escritor posmoderno; Unamuno no sólo representa muy bien a la generación del 98 que intenta apartarse del agotado realismo, sino que se convierte en el padre de la novela metaliteraria.
      



[i] En su Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria, Ángelo Marchese y Joaquín Forradellas señalan que la parodia “implica la creación de una sosia que ‘destrona’ al héroe principal, la afirmación de ‘un mundo al revés’; como la sátira, parece estar unida en sus orígenes a lo cómico carnavalesco, en el que cada uno de los valores jerárquicos tradicionales se desacraliza, se escarnece y se derrumba”.
[ii] Entre cuyas características destacan: describir fielmente la realidad circundante y explicarla, con un predominio de asuntos sociales y psicológicos, presencia indirecta del autor en lo que escribe y la observación metódica de la realidad para representarla y describirla.



miércoles, 5 de diciembre de 2012

Un loco libro de ajedrez o los que juegan ajedrez están locos


En la pasada Segunda Gran Fiesta Internacional de Ajedrez en la UNAM adquirí un interesante libro cuya imagen de portada intenta transmitir el tono con que fue compuesto, pues muestra al Quijote acechado por diversas visiones a las que intenta atacar con una espada. Lecturas Locuras de Ajedrez, compilado por Jesús Isarrarás Gutiérrez, da un panorama sucinto de lo que ha sido la historia del ajedrez, de su relación con la literatura, la música, la prohibición de este juego en algunas religiones, varias anécdotas divertidas, cuentos psicológicos, poemas y algunas partidas que han sido rememoradas por su belleza, por su locura o por lo raro del contexto en que fueron jugadas.
        Una de estas partidas es la que el poeta chileno Floridor Pérez narra como la partida inconclusa. Jugando con el alcalde de Lota, Danilo González, ocurrió algo extraño. Apenas habían movido seis veces (Danilo, blancas; Floridor, negras) llegó un cabo y gritó el nombre de Danilo. “Voy”, dijo, y le pasó el pequeño ajedrez metálico a Floridor, quien, después de bastante rato en que lo estuvo esperando, anotó en su libreta de jugadas, medio en broma medio en serio “abandona”. A la semana siguiente, mientras el poeta leía el diario El sur se enteró de que su amigo había sido fusilado; en ese momento comprendió de golpe la magnitud de lo que había escrito. Años más tarde al contarle la anécdota a otro poeta sólo le dijo: “¿y si te hubieran tocado las blancas?”
        Otra anécdota es la que da cuenta de una “computadora” inventada en 1769 por el barón Wolfgang von Kempelen para jugar ajedrez. El turco, como solía llamarse a la máquina, enfrentó a personajes como Edgar Allan Poe y al mismo Napoleón, quien, después de haber perdido por tercera vez consecutiva reaccionó enfurecido echando las piezas de ajedrez al suelo. Pero el turco no era en realidad una máquina que actuara por sí sola, en su interior se hallaba escondido un maestro de ajedrez de poca estatura que controlaba la compleja máquina mediante sesenta y cuatro placas magnéticas, ganando la mayoría de las veces. En el siglo XX ya no pudimos conocer al turco porque terminó sus días consumido por el fuego en un incendio que tuvo lugar en el Chinese Museum de Filadelfia, pero antes se había conocido el truco durante una exhibición en Estados Unidos cuando un gracioso gritó “fuego” y el pequeño maestro ajedrecista salió disparado del mecanismo.
        El apartado que más me conmovió fue el escrito por Jorge A. Esquivel León, Ajedrez y Literatura. No sólo por el tema, la literatura, sino porque narra las historias que están detrás de algunos libros clásicos de ajedrez, como La defensa de Vladimir Nabókov, que cuenta la historia de Luzhin, un niño prodigio de enorme talento para el ajedrez. Cuando crece se convierte en un maestro de fama mundial y llega a creer que su vida es una partida de ajedrez. Mientras jugaba una partida, Luzhin se da cuenta que lo que subyace a las combinaciones en el tablero puede dar alguna respuesta a las interrogantes de la existencia humana. De manera que Luzhin se percata, como lo declararía Bobby Fisher años después, que el sentido de su vida estaba en el ajedrez y sin ajedrez habitaría el no-ser, la nada... Este personaje está basado en el Gran Maestro polaco Akiba Rubisntein (1882-1961). Akiba, al igual que Luzhin, llegó a obsesionarse de tal manera con el ajedrez que debió vivir sus últimos treinta años recluido en una institución para enfermos mentales. La defensa de Luzhin, no obstante, es arrojarse por una ventana, solución empleada por el reconocido Maestro alemán Curt Von Bardeleben en 1924.
        Obsesiones, el sentido de la vida, algunas pasiones y locuras están incorporadas en este breve libro cuya lectura es ágil, divertida, profunda y, sobre todo, recomendable.





jueves, 29 de noviembre de 2012

El cuerpo en la poesía de Julieta Gamboa


En su número 178, edición de octubre-noviembre de 2012, la revista Tierra Adentro obsequia un poemario de Julieta Gamboa, Taxonomia de un cuerpo, publicado dentro de la colección La Ceibita. Este hermoso libro abre con un epígrafe de Héctor Vil Temperley: “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”. Este epígrafe nos descubre cuál será el tono y el tema de los poemas escritos por Gamboa: epifanía del cuerpo y el cuerpo como algo que no le es propio al ser humano.

         Tras la lectura de los poemas de Taxonomía... la revelación que nos comparte la poeta deja huella, pues encontramos que no sólo el destino del ser humano es incierto, el origen también. Así, observamos junto con ella que a los seres humanos nos engendran sin preguntarnos, sin preguntarnos nos ponen nombre, al nombre le vamos dando la personalidad de la máscara que nos sofoca y, como tradición, vamos repitiendo lo mismo que nuestros padres. Dice Julieta en su poema “Retrato”:  


El nombre propio es el principio de la máscara.
El sonido de una palabra extranjera para el cuerpo,
salido de otras bocas,
recorre los canales auditivos,
se aloja hasta volverse íntimo.

Con el tiempo,
mi nombre se llena de mis rasgos;
se convierte en el punto de partida
para medir el tono de mi voz,
la forma de mi risa,
el ángulo formado entre mis pies en cada paso.


En este poemario todos los poemas abordan de alguna manera el cuerpo y su devenir como creación, desarrollo y derrumbe. Es difícil que un poemario se conciba con la unidad que tiene éste, muchas veces no pasan de ser interesantes antologías. Pero la voz poética de Julieta está bien lograda, con una riqueza de léxico y con un siseo repetido a lo largo de los poemas que nos hacen evocar mientras avanzamos en la lectura lo que leímos anteriormente. Además, Julieta experimenta con diversas formas, lo que hace de ella una poeta moderna. Si alguno de los lectores pasa por un puesto de revistas no estaría mal que comprara Tierra Adentro, pues la Taxonomía de un cuerpo es un buen regalo para meditar cualquiera de estos días.



jueves, 18 de octubre de 2012

La creación poética en la mirada de Pfeiffer


He estado volviendo a leer esta semana un libro que mi profesor Juan Antonio Rosado incluyó en su bibliografía complementaria en la primera materia que tomé con él, Poesía Europea. Se trata de La poesía de Johannes Pfeiffer, un pequeño libro editado por el Fondo de Cultura Económica en su colección Breviarios; sin embargo, no por ser breve es menos puntilloso, lúcido y analítico que las otras obras de este autor. Al contrario, en éste ha condensado y simplificado su postura acerca de qué es y qué no es la poesía.

   La poesía, dice Pfeiffer, se ve amenazada por dos graves peligros: el diletantismo y el esteticismo; el primero carece de pericia y de técnica y se conforma con la intención del sentido que quieren expresar los poemas, al segundo sólo le importa la belleza con la que ha construido sus versos y deja de lado la esencia de la poesía.

   La intención del filósofo alemán es que nos percatemos de que la poesía está estrechamente unida en su forma y fondo, que esencia y palabra están fundidas en un poema y que, aunque el autor no se percate, una y otra son percibidas por el lector. Entre los primeros ejemplos que expone, y que me encanta porque ubica con claridad este problema, es el tema de la muerte en dos autores: Heidegger y Mathias Claudius. Dice Heiddeger:

Nadie puede tomarle a otro su morir. Cabe, sí, que alguien “vaya a la muerte por otro”, pero esto quiere decir siempre: sacrificarse por el otro en una cosa determinada. Tal “morir por...” no puede significar nunca que con él se le haya tomado al otro lo más mínimo de su muerte. El morir es algo que cada ser ahí tiene que tomar en su caso sobre sí mismo. La muerte es, en la medida en que “es”, esencialmente en cada caso la mía...
   De que es entregado a la responsabilidad de su muerte y ésta es, por tanto, inherente al “ser en el mundo”, no tiene el “ser ahí” inmediata y regularmente un saber expreso, ni mucho menos teorético. “El estado de yecto” en la muerte se le desemboza más original y más perentoriamente en el encontrarse de la angustia.

Dice Mathias Claudius:

¡Ay, es tan oscura la alcoba de la muerte!
Suena tan triste cuando se mueve
y alza ahora el pesadísimo martillo,
¡y da la hora![1]

Las reflexiones sobre la muerte expuestas por Heidegger tienen una intención filosófica, analítica, mientras que los versos de Claudius transmiten la esencia de lo que dice el filósofo pero de una manera vívida, es una experiencia puesta al rigor del lenguaje. Mientras que Heidegger teoriza con una intención comunicativa, el hálito de vida del poeta toma forma por y para el lenguaje. De ahí que Pfeiffer afirme que el cómo de la participación teórica es traducible, pero el cómo de la participación poética es intraducible, porque el poema sólo puede ser de tal forma y de tal modo.
   
   En estos dos registros del discurso humano la intención de los autores es diferente: uno nos invita a pensar sobre las ideas que expone y quiere que lo sigamos en su argumentación, mientras el otro desea que participemos con él en la vibración del temple de ánimo con que escribió su poema.

   El tono, el ritmo y la acentuación expresan la actitud y el estado de ánimo en el poema, mientras que en la estructura semántica se manifiesta el contenido de lo expresado. Es común confundir el ritmo con la cadena medible y contable del verso, es decir, con la métrica, pero el ritmo se refiere más bien a la secuencia con que están dispuestos los acentos en los versos. Veamos la siguiente estrofa de un poema de Miguel Hernández para aclarar esto:


Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como vemos, los versos que componen estas estrofas son endecasílabos, es decir, versos de once sílabas. Este conteo se refiere a la métrica, mientras que el ritmo se expresa a través de los acentos. Salvo una o dos excepciones, es notable la semejanza del ritmo verso a verso: 1ª estrofa (3,6,10/3,6,10/3,6,10/4,6,10); 2ª estrofa (3,6,10/1,6,10/3,6,10/3,6,10).

   Además de los temas citados, este libro le enseña al lector a valorar la poesía y los factores que deben tomarse en cuenta al leerla, por qué en ocasiones cuando leemos poemas no sentimos nada (y quizá sea éste uno de los motivos que ha provocado la disminución de lectores de poesía), si se debe o no ser original al escribir, qué importancia tienen dentro de la creación poética las imágenes y las metáforas y por qué la poesía es el “Arte que se manifiesta por la palabra”.

   De concisión y rigor ideales, La poesía de Johannes Pfeffer es un excelente acercamiento para aquellos poetas que se inician en su oficio o que todavía dudan sobre lo que “deberían” escribir en forma y fondo dentro de sus poemas.

Bibliografía:
Pfeiffer, Johannes. La poesía. Trad. Margit Frenk Alatorre. México: Fondo de Cultura Económica (col. Breviarios núm. 41), 2005, 136 pp.








[1] Ach, es ist so dunkel in des Todes Kammer,
tönt so traurig wenn er sich bewegt
und nun aufhebt seinen schweren Hammer
und die Stunde schlägt.

jueves, 11 de octubre de 2012

A contracorriente. No hables sobre el Nobel


Que me lo den o no, no me importa [...] Sólo quiero seguir mi camino, concentrado en lo humano para mi propia obra, tranquilo, para escribir encerrado en mi habitación.
Mo Yan


Dicen por ahí algunos críticos del Premio Nobel de Literatura que cada año se entrega a personajes políticamente correctos, de algún país sociopolíticamente adecuado, con fines extrañamente oscuros (razón por la cual el paciente lector comprenderá que yo desconozca); otros expertos –periodistas que muchas veces se hacen pasar por eruditos- señalan que “al fin ha sucedido” algo que se veía venir desde hace tiempo, otorgar el Premio Nobel de Literatura a... Mo Yan, Tranströmer, Coeetze, Müller, etc.

   Estas dos posturas tan locas, sin embargo, no permiten extraer la riqueza de esta experiencia literaria que da a conocer autores de otras nacionalidades y lenguas que tocan fibras humanas realmente importantes. Yo no sé si la cuestión política sea tan determinante como para rebajar la calidad literaria de estos escritores. Por lo que sé, en mi caso, descubrir a Tomas Tranströmer fue una revelación. La brevedad, la lucidez, lo certero de su pensamiento, la belleza de sus imágenes y de su lenguaje... No recuerdo haber leído a un escritor contemporáneo como Tranströmer.

   Con respecto a Mo Yan, su seudónimo lo dice todo: No hables. Y luego cuando él habla en las entrevistas observamos a una persona sencilla, tan cercana al que, desde su escritorio, habla consigo mismo a través de la literatura. Todo lo contrario de personalidades tan fuertes como Hemingway o Fitzgerald. Tal vez sea literatura más del siglo XXI esta del escritorio, la habitación cerrada y la soledad.

   Y al leer las primeras hojas de su novela Rana descubrimos que Mo Yan tiene esa necesidad vital de contar, de escribir a través de la literatura al ser humano o, como diría Juan Carlos Onetti, de “mentir bien la realidad”. La sentida dedicatoria de esta obra (“Para los miles y miles de lectores que nacieron en la época de la planificación familiar y para los que la vivieron en primera persona”) nos habla ya de un autor que no le pide permiso a la crítica o a la sociedad para escribir, sino que escribe porque lo necesita, porque necesita decir lo que él dice.

   No recuerdo muy bien cómo llegó a mis manos, si me lo recomendó algún amigo o lo vi en la Gandhi, pero en el año 2000 conseguí el extraordinario libro El grito silencioso de Kenzaburo Oé. No sabía que estaba leyendo a un Nobel, aunque es probable que, de no haberlo sido, ese libro no hubiera estado en la mesa de novedades de la librería donde lo compré.

   Los dejo con algunos fragmentos de textos de estos autores Nobeles:

—¿Qué coño estáis haciendo aquí? Volved a casa a chuparle las tetas a vuestra madre.
Estas palabras se clavaron en nuestros oídos y después de darle vueltas a lo que nos había dicho llegamos a la conclusión de que no era nada más que un insulto, porque si en aquella época todos éramos niños de siete u ocho años, ¿cómo íbamos a seguir alimentándonos de leche materna? Y aunque hubiésemos querido seguir tomando leche, dado que nuestras madres se estaban muriendo de hambre, ¿cómo iban a ser siquiera capaces de ofrecérnosla? Pero en ese momento nadie le llevó la contraria a Wang. Nos pusimos delante de la pila de carbón, bajamos la cabeza y nos echamos hacia delante, como si fuéramos expertos en geología explorando gemas fascinantes. Olfateamos alrededor, como si fuéramos perros en busca de comida entre escombros, hasta que por fin percibimos ese olor irresistible.
Mo Yan. Rana.


Preludio
El despertar es un salto en paracaídas de un sueño
Libre del torbellino sofocante se sumerge
el pasajero en la zona verde de la mañana.
Los objetos se soflaman. Él percibe  - en una posición
temblorosa de baile de alondra
- el poderoso sistema subterráneo
de lámparas en balanceo de las raíces del árbol. Pero
encima del suelo está.- en el flujo tropical - el verde, con
sus brazos levantados, escuchando
el ritmo desde una invisible estación de bombeo . Y
se reduce en el verano, se atempera
en su cráter brillante, hacia abajo
a través de los ejes de las edades verde húmedas
temblando bajo la turbina del sol. Así se detiene
este viaje vertical a través del instante y se extienden
las alas en descanso del águila pescadora en una corriente de agua.
El tono proscrito de un cuerno de la era del bronce
cuelga sobre el abismo
En la primera hora del día la conciencia puede envolver el mundo
como la mano que aprieta una piedra calentada por el sol.
El pasajero está bajo el árbol.
Después del cataclismo a través del remolino de la muerte,
extenderá una gran vela encima de su cabeza,
Tomas Tranströmer, de 17 poemas (1954)


-Dice Schopenhauer que cuando aplastamos una mosca, “la cosa en sí” no muere, simplemente hemos aplastado su imagen, ¿no, Mitsu? Así, seca, realmente parece “la cosa en sí” –susurró mirando fijamente la mancha negra; eran las primeras palabras que me decía que no escondían espinas para herirme y pretendían suavizar la tensión.
Kenzaburo Oé. El grito silencioso.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Sobre el arte de tener libros

En los últimos años muchas voces -entre editores, libreros, académicos y escritores- se han manifestado contra aquellos que anuncian la inevitable desaparición del libro de papel ante la presencia cada vez más fuerte del libro electrónico. El internet y la computadora, alegan, ocupan el tiempo que los jóvenes dedican a la lectura; de esta manera perciben que el libro tradicional es en estos tiempos algo obsoleto.

   Tal vez esto sea así cuando a la salida de las ferias del libro me encuentro con muchos jóvenes que salen con las manos vacías. Sin embargo, ahora veo más gente en las ferias que cuando iba a la universidad. En cuanto a los libros, quizá el problema esté en otros aspectos, como el costo, la seducción de lo que se escribe, la promoción que de la lectura se haga en casa y la idea que la gente tenga de los libros.

   En México la lectura se asocia de manera primordial al aprendizaje; por ello, muchas personas creen que leer es algo aburrido, sobre todo cuando acaban de ver su telenovela de la tarde y ésta las hizo existir, por un momento, a través de una vida que no es la suya. Tras años de tener a la televisión como uno de los pocos entretenimientos diarios, la gente se acostumbró a obtener un placer inmediato sin preocuparse por pensar, por enfrentarse a sus problemas y  alimentar su espíritu y su mente de una manera diferente a la programada por la televisión. Es decir, como si la televisión fuera un suero que calma la ansiedad y cualquier otra afectación que se tenga. 

   En este sentido, no estoy segura que se ejerza la responsabilidad de vivir, que expresa Sartre en El existencialismo es un humanismo, porque para ello se necesita de la reflexión, de la conciencia de las acciones. Pero si lo que anhelamos es dejar de pensar, en el fondo no decidimos lo que somos, sino que vamos siendo lo que otros quieren que seamos. Afortunadamente, la lectura nos saca de ese conflicto, abre puertas a través de la confrontación de ideas y de las diferentes perspectivas de sus autores. Y por si fuera poco, suele ser entretenida y hasta divertida. Eso lo han entendido los editores de libros para niños, quienes ya no sólo editan libros con contenido moral o con un fin de aprendizaje, sino para que los niños se diviertan e interactúen con ellos.

   Tener libros en casa no sólo es una actividad cultural, sino hasta civilizatoria. En tiempos muy antiguos era loable tener una biblioteca dentro de la casa. En sus Cartas, Plinio nos refiere lo orgulloso que se siente porque en su villa ha puesto una hermosa biblioteca. Poseer una biblioteca era digno de elogio en Mesopotamia, Grecia o Roma; sin ellas el hombre moderno carecería de textos tan valiosos como el Gilgamesh, encontrado por el joven inglés Austen Henry Layard en 1844 en la ciudad de Mosul, donde se encontraron las ruinas de la biblioteca del palacio de Nínive del último gran rey asirio Asurbanipal (668-627 a. C.).

   Y claro, sin el conocimiento y las tradiciones contenidas en los libros el hombre empezaría de cero. Estar en el mundo sin la inscripción de los antecedentes es desconocer una importante parte de la vida humana. Eso pasa en las etapas en las cuales se carece de escritura. Para las futuras generaciones no sólo es complicado inferir el entramado existencial de esos periodos, sino que deberíamos preguntarnos qué parte del conocimiento de los hombres se perdió porque no tuvo inscripción . 

   Si bien el soporte electrónico es valioso y tiene ventajas, el rol del libro de papel es insustituible. Qué pasará cuando el libro electrónico pase de moda, qué pasará cuando la tecnología cambie y se tengan otros usos y costumbres. Cada uno cumple aspectos diferentes en la vida del hombre. 

   Así como ir al cine, al teatro o a un concierto son experiencias distintas entre sí, la visita a una librería es insustituible. Acudir a las librerías favoritas y revisar en ellas lo que se ha revisado muchas veces, observar las novedades, recordar el nombre de algún título que queríamos conseguir o encontrar algún libro que llevábamos años buscando, visitar una sección, después otra, revisar cada estante y descubrir un libro estupendo genera un placer que no se obtiene con otra actividad. .

   Además, habría que meditar en todo el proceso que hay detrás de la industria del libro. Escogemos un libro que ha sacado una editorial que tuvo que pensar en el papel ideal para ese volumen, el tipo de letra, el tamaño, el color del empaste, la imagen que lo acompañará, la corrección de estilo, la edición... Ni se diga del esfuerzo del escritor por recrear en palabras, oraciones, párrafos y apartados mundos posibles, emociones, anhelos, historias, teorías...

   Después de la librería hay que llevarlo a casa y ver dónde lo acomodamos. ¿Arreglamos nuestros libros por tamaños, colores, materias, cronología o abecedario? ¿Acaso es un libro especial que merece un lugar especial? ¿O lo ponemos en el buró para leerlo antes de dormir? ¿Empezamos por el índice, el prólogo o somos más desorganizados y vemos antes que nada el último capítulo?

   Si bien leer libros electrónicos es algo que complementa la lectura de los libros de papel, volcarnos exclusivamente al ámbito electrónico evitaría que nos acercáramos a una gran variedad de experiencias que acompañan la vida del libro y la industria del libro, de la cual también somos un eslabón.