domingo, 22 de diciembre de 2013

Mi historia con Helena



El que no sirve para servir no sirve para vivir.
Rabindranath Tagore parafraseado en una hoja de papel en la oficina de Helena Beristáin.


Algunos la recordarán por su Diccionario de retórica y poética, para muchos su mayor contribución; otros pensarán en ella como la maestra generosa y lúcida cuyos alumnos favoritos se encontraban en el semillero de conciencias que es la Escuela Nacional Preparatoria; unos más la tendrán presente como académica, aunque el origen de su pasión por la literatura se hallase en la escritura y en el entendimiento de las técnicas literarias que sin recelos compartía con sus alumnos y a través de sus libros; unos menos evocarán incluso con nostalgia las peleas irremediables que sostuvo con Rubén Bonifaz Nuño, su amigo de antaño, por lo que ambos creían defender: su Universidad;  …y yo la rememoro como el capitán del barco que en 1998 giró el timón de lo que era mi vida en aquel momento y me dio un sinfín de enseñanzas literarias, académicas y morales, que torpe y lentamente he ido asimilando desde entonces.

         Conocí a la Dra. Helena Beristáin cuando un día de otoño de aquel 1998 decidí enfrentar mis miedos y acercarme al Instituto de Investigaciones Filológicas para hacer mi servicio social. Yo quería hacerlo con Esther Cohen. En aquellos días estaba demasiado entusiasmada con la semiótica y había leído que ella había sido alumna de Umberto Eco… Llegué con el policía de la puerta y tímidamente le dije a lo que iba. Él, muy amable, me llevó con la Secretaria Académica, quien, afable también, me preguntó lo que me gustaba leer, de qué carrera procedía, etcétera (a estas alturas me estaba percatando de la extraña situación en la que yo misma me había metido: eso de ir a un Instituto y sin conocer a los investigadores tratar de trabajar con ellos no era la norma). Me envió al cubículo de Esther, quien acababa de ser nombrada Coordinadora del Seminario de Poética. Excusándose me dijo que en ese momento su vida había dado un vuelco por las responsabilidades de la coordinación (después de felicitarla por el nombramiento me dejó en claro que no las quería) y me indicó que la persona que en esos momentos estaba saturada de trabajo en el Instituto era la Dra. Helena y que yo podía serle más útil a ella. Un poco decepcionada entré al cubículo de la Dra. Helena y allí, en esa plática que duró alrededor de hora y media, comenzó mi aprendizaje. Me habló de la retórica, de cómo la Dra. Paola Vianello la había introducido en México como disciplina a estudiar; de su importancia en las civilizaciones, no sólo en la literatura; de la negación de apoyo que el director de la Facultad de Derecho le había dado como respuesta cuando le solicitó que se hiciera un Congreso Internacional de Retórica en México (el de 1998) con instituciones en conjunto, cuando la retórica había nacido a través del derecho…; de la necesidad de estudios retóricos interdiciplinarios; de Bitácora de Retórica y los libros que habían comenzado a publicarse y los que estaban en proceso. Me habló también de que había dejado de fumar y cómo estaba convenciendo a sus amigas para que dejaran de hacerlo, que ella nunca habría fumado de haber sabido lo dañino que era, que había pegado alrededor de donde vivía y trabajaba calaveras fumadoras para que todos supieran que fumar mata (para aquella época podía verse todavía pegada en la pared al lado de la puerta de entrada del Seminario de Poética una de estas calaveras fumonas). Después me contó algo, muy poco, sobre sus hijos, su esposo, su nieto Marcelo, pero cada palabra con que los evocaba poseía la capacidad de ser intensamente conmovedora. Y para concluir me habló de mi perspectiva de vida (ahora me doy cuenta de que ella tenía muy claro lo que quería decirme, desde dónde quería partir y hasta dónde quería llegar). Me dijo que para tener las mejores oportunidades debía sacar las mejores calificaciones, y en ese sentido sólo había una meta: el 10. Desde entonces “diez” se volvería el parámetro con que yo misma calificaría mis acciones. Mi mediocridad, mi pereza intelectual, mis evasiones y conformismo lucharon por mantenerse durante los cinco años en que trabajé para ella (hice mi servicio social, fui becaria y técnico académico dentro del proyecto), pero ese diez se había metido profundamente en mi conciencia y fue la lanza de ataque que empezaría a ordenar mi vida. Contrario a lo que pudiera pensarse nunca me pidió mis calificaciones –se hubiera ido de espaldas con las calificaciones que en ese momento tenía en Ciencias de la Comunicación-; sólo creyó en mí y dejó que sus palabras, por sí solas, enderezaran mis actos. Me dio una ponencia que se había presentado en el Congreso de retórica que había organizado y me dijo que cuando la tuviera corregida se la regresara. Una semana después se la estaba devolviendo y me entregaba a su vez otra ponencia, así estuvimos por algunos meses hasta que se encariñó conmigo y me felicitó por mi interés, mi disciplina y mi inteligencia que, sin saberlo -no se lo dije nunca- ella había despertado. Al salir de su oficina, después de aquel primer encuentro, tenía sensaciones confusas: no iba a desarrollar la semiótica que tanto interés me provocaba, pero me había quedado con la retórica, que creía por debajo de aquélla…; no iba a estar con Esther sino con una maestra a la que no conocía, pero que, sin saberlo, sería vital en mi formación durante los años siguientes, y abrasaba en mis manos aquellos papeles porque había entrado al maravilloso arte oficio de hacer libros.





viernes, 27 de septiembre de 2013

Nada de pronto existe



Todo de pronto existe.
Todo de pronto se pesa en la espalda.
En el horizonte se proyectan las pinturas de Altamira.
Todo nace en el corazón como de la nada nace el gusano en el corazón de la manzana.
Roberto Bolaño


Desde épocas antiguas, el ser humano ha tenido un afán denodado por buscar el sentido de la vida: ¿Por qué y para qué estamos aquí? ¿Cuál es el fin de todas las cosas? ¿Cómo se originó el mundo? ¿Existe Dios o quién es el gran arquitecto del universo?; y sobre estas preguntas las personas han construido sus vidas y han intentado descubrir todos los misterios de la naturaleza, como si ello les pudiera dar en algún momento la llave de la inmortalidad.

         Pero, ¿qué pasa cuando ni siquiera se ha llegado al planteamiento de estas preguntas y un precipicio de palabras intenta ahogar la voluntad de buscar las respuestas? Esto les sucedió a los compañeros de Pierre Anthon, quien el primer día de regreso de vacaciones le dijo a la clase de séptimo grado, todos chicos de trece o catorce años: “Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo”, tomó sus cosas y dejó el colegio para hacer precisamente nada sobre una rama de un ciruelo desde donde todas las mañanas, mientras miraba a sus excompañeros dirigirse a la escuela, vociferaba su filosofía nihilista y apocalíptica.

         Nada, de Janne Teller, es un intento por responder a Pierre Anthon acerca de que el sentido de la vida consiste en el significado que cada uno de nosotros ha puesto sobre los objetos, no por el valor material de estos, sino por el valor inmaterial que una persona le confiere a una cosa.

De esta manera, veinte chicos pactan con entregar lo que para ellos tenga mayor significado, así, cuando Pierre Anthon vea todas las cosas que han juntado se convencerá de que ellos no fingen que la vida importa, sino que esa importancia se encuentra en las pequeñas cosas que hacen ser a las personas: su patria (simbolizada por la bandera que deposita Frederik), su religión (encarnada por el tapete de rezos y el Cristo de la iglesia que dan Hussein y el piadoso Kai, respectivamente), su cuerpo (representado por el dedo que le quitan a Jan-Johan) y su inocencia (que entrega Sophie).

Paradójicamente, este montón de significado apilado uno sobre otro va muriendo una vez que es entregado. Esto sucede con Oscarito (el hámster de Gerda) y con Cenicienta (la perra con la que se había encariñado Elise), pero los seres vivos no son los únicos que mueren, sino el significado mismo de los objetos, pues una vez puestos en la pila no vuelven a tener el mismo sentido, sino que adquieren el del montón en el que se encuentran.

La búsqueda por significar su existencia vuelve a los chicos más crueles y vengativos, hasta que pierden el sentido de su acción primaria ―la razón de juntar los objetos― y, lo más grave, pierden su inocencia. A su pesar, Pierre Anthon gana la guerra que habían emprendido contra él. Nada de pronto existe en sus cabezas, en sus corazones y en las consecuencias incalculables de sus acciones.

Esta obra de Janne Teller provocó gran controversia desde que se la envió al editor, quien le había pedido una novela para adolescentes y, como suele suceder, la intención de la escritura se fue por un camino desconocido para la escritora, quien terminó viviendo de nuevo sus catorce años, junto a sus personajes, entre experiencias que generalmente los adultos borramos para recordar aquel periodo como paradisiaco, aunque en ocasiones haya sido espantoso y lleno de barbaries infantiles.

La terrible afirmación de Pierre Anthon sobre el final de todas las cosas que existen, incluida la Tierra, las estrellas y las galaxias, la nada como el destino final de todo, abre en los personajes una brecha en su gratuito y cándido devenir.


―Todo da igual ―dijo un día―. Porque todo empieza sólo para acabar. En el mismo instante en que nacéis empezáis ya a morir. Y así ocurre con todo.
»¡La Tierra tiene cuatro mil seiscientos millones de años, pero vosotros llegaréis como máximo a los cien! ―chilló otro día―. Existir no merece la pena en absoluto.


         El significado adquiere la forma del absurdo para Agnes, la narradora de la historia, especialmente cuando ese significado es vendido por estos chicos a un museo como una representación del arte ―¿qué mayor representación artística puede encontrarse que aquella que lo significa todo?, se preguntan los críticos para aplaudir la decisión del museo por esta compra―. La crítica de Teller al arte moderno y a la sociedad es implacable: el museo compra basura, en palabras de Pierre Anthon, que en el momento de venderse pierde el significado original que sus propietarios le otorgaban (el valor inmaterial) y se vuelve una mercancía, y los chicos son capaces de vender todo significado sustantivo que los hacía pensar que la vida tenía algún sentido.

         Esta obra carece de final feliz. Nada se presenta de manera concluyente como una dolorosa toma de conciencia por parte de los personajes sobre el absurdo ciclo al que es sometida la existencia del hombre, en una rueda infinita que, se haga lo que se haga, llevará el mismo sino: la destrucción. Es, asimismo, un cuento sobre la pérdida de la inocencia y una novela de aprendizaje o bildungsroman. La lectura de esta obra, fuerte y crítica, representa para los jóvenes un crecimiento al situarse en el lugar de los personajes y observar la manera en que están construyendo o destruyendo el corto periodo de sus vidas.

Janne Teller. Nada. México: Seix Barral, 2011, 158 p.


jueves, 12 de septiembre de 2013

La teoría del cuento de Edgar Allan Poe



Para mis alumnos de Casa Lamm

A partir del Romanticismo, pero, sobre todo, a partir de las reflexiones poéticas de Edgar Allan Poe la manera en que el escritor concibe la composición de sus cuentos cambió. Ya no se trata de componer una buena historia, incluyendo algunas técnicas literarias, sino del efecto que el cuento puede provocar en el lector. Este efecto, descrito por Poe como la “unidad de impresión”, tiene algunas cláusulas: debe leerse en no más de dos horas y en no menos de treinta minutos; cada elemento incorporado al interior de un cuento debe pensarse en términos del efecto que deje en el lector; se ha de establecer, antes de escribirse, el tono que seguirá el relato; la trama ha de ajustarse al tono y al efecto y se debe elegir un eje sobre el cual gire la estructura de la historia.

         Esta manera racional de escribir, retomada en su momento por Jorge Luis Borges tanto para ratificarla (1964) como para negarla (1982), es el disgusto de muchos escritores y editores en la actualidad. “Ya no te van a publicar si escribes siguiendo la teoría de Poe porque está muy usada”, he escuchado decir en varias ocasiones. Añaden que esto se debe al final sorpresivo propuesto por el autor de El principio poético. Sin embargo, al leer sus reflexiones no encuentro dicha propuesta. Encuentro, sí, que él aborrecía los efectos sorpresivos puestos de manera azarosa, sin pensar en el efecto que, de manera íntegra, un texto tuviera sobre el lector.

         Medito entonces que quienes hacen este tipo de comentarios desconocen la teoría de Poe porque, además de lo que brevemente expuse en el primer párrafo, dicha teoría ha sido retomada por autores que se consideran íconos del cuento moderno: Anton Chéjov, Horacio Quiroga, Ernest Hemingway, Jorge Luis Borges y, más recientemente, Roberto Bolaño y Ricardo Piglia.

         A pesar de lo dicho, la teoría de Edgar Allan Poe no es novedosa. Se basa, considerablemente, en la Poética de Aristóteles. La regla aristotélica de las tres unidades (de acción, tiempo y lugar) las reduce a la “unidad de impresión”; retoma las ideas del estagirita acerca de que la impresión de un texto debe denotar belleza, pasión y verdad; establece que la brevedad debe ser acorde al efecto; considera que cada elemento incorporado en un relato, desde una letra hasta cada parte de la trama, se enlazará pensado en que el lector pueda percibir el tono del texto y la intención del autor al escribirlo, entre otras.

La innovación de Poe, en tal caso, al retomar estos elementos, y pasarlos por un colador, es darle dinamismo a la creación. Desde dónde crear y para quién crear parece preguntarse. La sociedad que rodeaba a Poe no era la misma que rodeaba a Aristóteles, y si retoma aspectos de la Poética para construir una nueva poética también recoge elementos de los creadores que están a su alrededor para crear, tanto positivos como negativos: “cómo me aburren las descripciones innecesariamente largas y sentimentaloides”, sugieren sus opiniones (a la manera en que Chejov se lo dijo a su hermano), “el poema que acabo de citar es especialmente hermoso, pero la elevación poética que induce hemos de referirla principalmente a nuestra simpatía por el entusiasmo del poeta”, reflexiona para aprovechar, como escritor, los aciertos y errores de otros poetas en El principio poético, pero es sobre todo en La filosofía de la composición en donde vemos su desgranaje literario:


Hace algún tiempo hice un análisis del mecanismo de la composición de “Barnaby Rudge”, y Charles Dickens, refiriéndose a este análisis en una nota que ahora tengo ante mí, dice: “Entre paréntesis, ¿se ha dado usted cuenta de que Godwin escribió su Caleb Williams al revés? Comenzó su obra creando una situación llena de dificultades a su héroe: este episodio forma el segundo volumen; y luego, en el primero, inventa algún modo de explicar lo que ha hecho.
No creo que este haya sido exactamente el procedimiento empleado por Godwin, y, en verdad, lo que él mismo reconoce no concuerda del todo con la idea que sobre el particular se ha formado Mr. Dickens; empero, el autor de Caleb Williams era un artista en toda la acepción de la palabra, y, por lo tanto, no podía dejar de notar las ventajas que tal sistema, aunque sólo fuese parecido, pudiera reportarle.


Dejando de lado la especulación de si Godwin podía notar las ventajas que dicho sistema pudiera reportarle, lo que queda claro es que Poe sí las notaba: por un lado, escribir primero el conflicto de un personaje y después el inicio ayuda a gradar las acciones en las que se mete a su héroe (así compuso El cuervo); por el otro, supongamos que el texto quede así, se parte del conflicto y se desenvuelve hasta llegar al desarrollo y desenlace de un relato, este es el sistema que sigue Poe en “El tonel de amontillado”, el narrador cuenta su historia cincuenta años después de ocurrida a partir del conflicto que le causa otro personaje y desenvuelve con ironía y grandeza las acciones que llevarán al cumplimiento de la inmolación de Fortunato.

 La teoría de Poe sigue teniendo tal vigencia que no podemos leer a Poe sin admiración y como uno de los grandes maestros que en materia literaria ha dado el mundo. De ahí que mi recomendación para las nuevas generaciones es que lean a Poe, que lo lean y, como hubiera recomendado Aristóteles, que lo imiten. Es posible que en esa imitación encuentren el esplendor de sus propias letras.




miércoles, 7 de agosto de 2013

Brevísimos cuentos de espantos



Todo libro es un manuscrito en una botella.


Hay ocasiones en que al ver un libro de microrrelatos pienso en las razones por las que alguien le apuesta a un género tan difícil de leer en formato de libro. Edgar Allan Poe, quien fue uno de los mejores lectores que ha dado el mundo, decía que para lograr la unidad de impresión es necesario que el texto que vamos a leer tenga una duración de entre treinta minutos y dos horas. De manera que lo que se ha entrelazado al interior de un escrito tenga la capacidad de producir un efecto en los lectores. Esto tiene que ver con la capacidad de percepción, empatía, entendimiento y con los niveles de lectura que tenga un texto. Sabiendo lo anterior es necesario decir que la lectura entre microrrelato y microrrelato llevará no media hora, sino, acaso, un par de minutos.

         Pero Brevísimos cuentos de espantos del escritor dominicano Vicente Arturo Pichardo no es sólo un libro de microrrelatos formato que, como vimos, tiene sus propias dificultades, sino un libro en el cual el terror dialoga con el humor negro, con el género policiaco, con el chiste popular, con el arte y con el miedo a lo desconocido. Es en ocasiones sugerente, y en esos momentos se observan los años que Vicente le ha dedicado a la poesía; en otras, más certero, como si estuviese ofreciendo un brebaje tóxico a sus personajes; lúdico y emocional, cuando nos remite a sensaciones y recuerdos de la infancia, y original y provocador cuando transforma un género cuadrado (como una receta de cocina) en un microrrelato.

         A través de las páginas de esta obra podemos ver, al mismo tiempo, el crecimiento de un autor que ha emergido como una de las voces más interesantes de su generación en República Dominicana. Ha sido un honor que me haya invitado a prologar su libro y esperemos que el destino consolide lo que el talento y el trabajo han cimentado. 

         Brevísimos cuentos de espantos de Vicente Arturo Pichardo, editado por Luna Insomne Editores en la Colección Delicatessen, está a la venta a través de Amazon. Aquí su link y dos de los microrrelatos del libro:


MÁS QUE UN ECLIPSE
   
Cada vez que la Luna se alinea con el Sol y la Tierra suceden cosas extrañas, algunos muertos se levantan de sus tumbas. En una ocasión en la alineación también estuvo Venus y una ciudad completa se pobló de muertos. Ahora sólo quedan algunos segundos para que los planetas del Sistema Solar estén alineados con el Sol, éste con la estrella Alpha Centauri , y ésta a su vez con un hoyo negro. No sé qué pasará, pero estoy temblando.

EVOLUCIÓN

Los muertos no me asustan. Cuando pequeño a lo único que le temía era a los demonios, por la apariencia y la manera en que aparecían en la oscuridad. No podía estar solo. Dormía con la luz encendida. En los días lluviosos me quedaba debajo de las sábanas. Mis padres solucionaban mis explicaciones con la frase «es cosa de tu imaginación». A medida que iba creciendo desaparecían todas las visiones. Sin embargo, en las noches veía por todas partes con el temblor de mi pecho y las lámparas bien cerca porque sentía alguna presencia. Ahora no tengo que preocuparme, desde que caí por los escalones no tengo miedo. Mi cuerpo sigue cambiando: las uñas están alargadas, mi piel pálida y los cuernos salieron por completo. Y sólo tengo que aparecerme de vez en cuando a los niños en las noches.



viernes, 2 de agosto de 2013

Vigencia del arte de vanguardia

Tres años antes de la revolución francesa de 1848, que devendría en la elección de Luis Napoleón, sobrino de Bonaparte, como presidente de la segunda República y que terminaría con la disolución de la cámara legislativa y con el arribo de aquél como emperador, Gabriel–Désiré Laverdant, en un escrito titulado De la mision de l’art et du rôle des artistes, usó un término al que se le ha dado tradicionalmente como fecha de nacimiento los inicios de la Primera Guerra Mundial: vanguardia. Sin tener constancia de que haya sido el primer escrito donde se le usó para designar de manera figurada una avanzada diferente de la militar, es interesante que desde entonces tal locución haya puesto énfasis en la idea de una interdependencia entre arte y sociedad e incluso en que el arte es también un instrumento de acción y de reforma social, de propaganda y agitación política. Dice Laverdant:


El Arte, expresión de la sociedad, manifiesta en su impulso más alto, las tendencias sociales más avanzadas: es anticipador y revelador. Ahora bien, para saber si el arte cumple bien su propia misión de iniciador, si el artista está verdaderamente situado en la vanguardia, es necesario saber a dónde va la Humanidad, cuál es el destino de la especie… Junto al himno a la felicidad el canto doloroso y desesperado… Poned al desnudo con brutal pincel todas las fealdades, todas las inmundicias que hay en el fondo de la sociedad.


         Este acaecimiento temprano del término de la mano de las revueltas sociales y de las nuevas doctrinas políticas que lo acogieron, como el socialismo, marcó el aliento que tendría hasta antes de la Segunda Guerra Mundial vinculándose con acciones de reforma social, política, a través del arte y con un alto sentido de la crítica.

         No obstante, y a pesar de que Charles Baudelaire en su Mon coeur mis à nu se refiere a “littérateurs du avant-garde” para burlarse de aquellos escritores radicales de ideologías de izquierda, el corazón de la vanguardia bombea a través de la misma sangre que dio origen al romanticismo, al parnasianismo y al simbolismo; por un lado, el rechazo a la creación establecida en términos académicos, como tradición o escuela, y la propia actividad creativa que genera este rechazo. Así, activismo y antagonismo son actitudes inherentes a la noción de movimiento; expresión que sigue en uso para designar todas aquellas corrientes literarias posteriores al romanticismo y que han roto con los esquemas tradicionales de creación.

         Aunque debemos tomar esta reflexión con cierto recelo porque si bien los movimientos rompen con escuelas o tradiciones anteriores, ello no quiere decir que su composición sea absolutamente original, es decir, que surja de la nada. Mientras se rechazan algunos aspectos anteriores de la manera de comprender el arte se rescatan otros incluso mucho más antiguos, aunque claro, algunas veces con enfoques más frescos. Por ejemplo, si el parnasianismo bajo el lema “el arte por el arte” intentó desvincular al arte de aspectos sociales, religiosos, políticos, y dio paso a que germinaran muchas corrientes fundadas en este aspecto, las primeras vanguardias del siglo XX –el expresionismo, el cubismo, el surrealismo, el futurismo- emergen en contra de esta postura que llevó a muchos artistas a contemplar sólo la forma artística. Sin embargo, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial el instinto del arte vuelve a modificarse y se rehúsa la creación que tenga funciones sociales, políticas, etc. Por eso, en su Manifiesto Dadá de 1918, Tristán Tzara indicaba:


El amor por la novedad es la cruz simpática, es prueba de un mimpotacarajismo ingenuo, signo sin causa, pasajero positivo. Pero esta necesidad es tan vieja como otras. Al dar al arte el impulso de la suprema simplicidad: la novedad, uno es humano y verdadero respecto de la diversión, impulsivo, vibrante para crucificar al tedio.


Y párrafos posteriores va más lejos en sus reflexiones:


El artista nuevo protesta: ya no pinta (reproducción simbólica e ilusionista), sino que crea directamente en piedra, madera, fierro, estaño, organismos locomotores a los que pueda voltear a cualquier lado el viento límpido de la sensación momentánea.


Aunque el dadaísmo terminó con la negación del arte y con el absoluto rechazo a la composición artística, los estrepitosos postulados de Tzara ponen de relieve algo importante con respecto a la creación en términos artísticos y que, me parece, sigue vigente aún hoy: el arte original parte de cosas viejas.

         Tanto en su rechazo como en el uso que hace de éstas alimenta al arte nuevo (pensando en arte, claro, tecné, no en embaucadores que dicen que un lienzo en blanco es arte). Aunque tal vez el arte de ahora, que deviene de todos aquellos movimientos artísticos, esté menos interesado en explicar lo que hace, cómo lo hace y por qué lo hace, el uso de los elementos tan diversos y abundantes que lo vigorizan sigue vigente.



jueves, 18 de julio de 2013

Repliegue de alas: la narrativa de Bolaño en Amberes




Alguna vez le preguntaron a Roberto Bolaño cuál era el libro que había escrito que más le gustaba, él, con el sereno sarcasmo que lo caracterizaba, contestó: “Amberes, porque nadie lo entiende”. Desde la dedicatoria podemos observar el cariño que Bolaño le profesaba a esta obra: “Para Alexandra Bolaño y Lautaro Bolaño”, sus hijos.  Tal vez a ellos les dejó el código con que descifrar esta novela, aunque me parece difícil pensar que todos los signos con los que está escrita tengan un correspondiente de significado al interior del texto, sobre todo por lo que nos dice al principio: “anarquía total”.

         A la manera de Joyce y de Baudelaire, con anarquía total Bolaño intentó  establecer una nueva narrativa. Se podría afirmar que Amberes es una novela policiaca, pero cuyas estrategias literarias son más cercanas a la poesía que a la narrativa. La sinopsis de la novela, el mismo Bolaño la refiere en el capítulo 20. Sinopsis. El viento.

Sinopsis. El jorobadito en el bosque al lado del camping y las pistas de tenis y el picadero. Agoniza en Barcelona un sudamericano en un dormitorio que apesta. Redes policiales. Tiras que follan con muchachas sin nombre. El escritor inglés habla con el jorobadito en el bosque. Agonía y un sudamericano canalla viajando. Cinco o seis camareros regresan al hotel por una playa solitaria. Comienzos del otoño. El viento levanta arena y los cubre.

         De esto trata la obra. Como si estuviera viendo la vida desordenada de un hombre (tal vez él mismo) en la pantalla de un cine, surgen imágenes borrosas que se reflejan y refractan para que el narrador las devuelva con poesía: “Alguien parpadea un dormitorio azul”. Las imágenes se suceden no siempre de manera entrelazada. Ciertamente, en esta pantalla por la que observamos la vida de muchos personajes no siempre las frases son coherentes.

Hay claras influencias de las herramientas literarias usadas por Joyce, Baudelaire y el surrealismo que retoma Bolaño en Amberes. La estructura de la novela es semejante al Spleen de París de Baudelaire, pero a diferencia de éste busca establecer una prosa poética dentro de una novela policiaca. De ahí que la fragmentación de los capítulos sea decisiva para el desarrollo de las imágenes. Además, el uso de la sinestesia, herencia baudelaireana, le otorgan a esta obra una atmósfera fría (no melancólica). Por momentos, la rueda de imágenes convoca a un ambiente lóbrego y de mucho desencanto, de frialdad humana, de pérdida de la inocencia. Hace mucho que el narrador fue feliz, pero lo que ve en pantalla no le remite en ningún momento esta felicidad perdida.

En ocasiones, esta prosa poética se desencadena de tal manera que se observa un intento por emitir frases libres, a la manera del surrealismo, en donde no se establezca el sentido de ninguna forma. Pero el narrador siempre está pensando y vemos, como lo hizo Joyce en el Ulises, esos pensamientos, a veces en forma de breves monólogos interiores, que acompañan su narración.

Carreteras gemelas tendidas sobre el atardecer, cuando todo parece indicar que la memoria y la delicadeza kaputt, como el automóvil alquilado de un turista que penetra sin saberlo en zonas de guerra y ya no vuelve más, al menos no en automóvil, un hombre que corre a través de carreteras tendidas sobre una zona que su mente se niega a aceptar como límite, punto de convergencia (el dragón transparente), y las noticias dice que Sophie Podolski kaputt en Bélgica, la niña del Montfaucon Research Center (un olor indigno de una mujer), y los labios exangües dicen «veo camareros de temporada caminando por una playa desierta a las ocho de la noche»«Gestos lentos, no sé si reales o irreales».
        
Este sinsentido que recorre el texto, mirado a través de una pantalla de cine, también contiene algo del lenguaje de un guión cinematográfico, acotaciones insertadas con las que se conducirían tanto el director como los productores de una película:

La muchacha estaba atada y el tren en movimiento. Repliegue de alas. Todo es repliegue de alas y silencio, así en la muchacha gorda que no se atreve a meterse en la piscina como en el jorobadito. La mano de ella apagó la radio… «He visto algunos matrimonios felices, el silencio construye una especie de victoria para dos, vidrios empañados y nombres escritos con el dedo»… «Tal vez fechas y nombres»… «En el invierno»… Escenas de policías que irrumpen en un edificio gris, ruido de balas, radios encendidas a todo volumen. Fundido en negro.
        
         Como el mismo narrador lo expresa: no hay reglas, en Amberes, en Cataluña o en la literatura no hay reglas, y tampoco hay regreso. El mundo pasado está ya perdido, sólo queda el horizonte manchado por una masa de niebla y sueño, que viene a que lo vuelvas a escribir, y esta escritura se multiplica de las maneras más divergentes, extravagantes o estrepitosas, así como el escritor la desee, pues finalmente él es el dueño de su mundo literario, aunque los editores no lo comprendan.

         Bolaño no intentó publicar esta obra después de escribirla (tendría veintisiete años) porque comprendía que la rechazarían de inmediato. Sólo cuando se hizo de un prestigio y contó con un editor casi incondicional se decidió a presentarla. No estoy segura que el editor la haya comprendido, pero Bolaño sabía que esta difícil obra sólo podía publicarse cuando el mundo literario creyera en él, aunque no entendiera nada. Por fortuna, él nunca dejó de creer en sí mismo ni en la escritura como un arma con la que defenderse, con la que armarse de coraje para sobrevivir.
        


         

viernes, 12 de julio de 2013

Destino, talento y tragedia


El infierno me concedió el talento a medias, el cielo concede a los hombres el talento entero o ninguno.
Heinrich von Kleist

En la historia de las ideas y de la literatura hay personajes que no siempre son valorados en su momento histórico. Eso le pasó a Schopenhauer, quien se sentía terrible al observar su aula casi vacía mientras Hegel llenaba los salones con sus clases. Eso le ocurrió también a Heinrich von Kleist, quien, semejante a Schopenhauer, se percató de su talento pero no fue apreciado por el enorme peso de escritores que, como Goethe, tenían en esa época.
Del mismo modo que otros escritores jóvenes como el soldado que le enviaba cartas a Rainer Maria Rilke para pedirle consejos, Kleist le mandó a su admirado Goethe una carta con un libro suyo, pero Goethe no era Rilke. Mientras Rilke le responde al joven Kappus unas cartas conmovedoras en donde repasa desde la necesidad vital del escritor por entregarse a su arte, el deber que el escritor siente por este destino que lo impulsa y la manera en que tendría que construir su vida en torno a esta necesidad hasta compartirle sus gustos literarios, sus ideas sobre el amor, sobre el deseo, sobre el arte de dudar de todo y de intentar responderse a sí mismo con una violenta sinceridad, Goethe contesta repulsivamente la carta del sumiso joven, quien le había ofrecido su libro como si su corazón hubiese sido enviado en una bandeja. De haber tenido más edad hubiera previsto la respuesta de Goethe, pues él representaba la máxima moral del artista que se reconoce como genio, el egoísmo, y lo anteponía como un imperativo categórico de conservación.
         Heinrich von Kleist (1877-1811) fue un idealista que tuvo que decidir, como Kafka, si debía casarse o no, e igual que el escritor de Praga prefirió trazarse un plan de vida en correspondencia con la escritura. Decidido a entregar su vida a la literatura, resiste pobreza, soltería, aislamiento, soledad, incomprensión y conmiseración por parte de amigos y familiares que veían en él un bueno para nada. Sin embargo, su destino se vuelve más trágico cuando tras el rechazo del público y críticos encuentra en la filosofía kantiana el motor de lo que le estaba pasando: el Destino siempre está por encima de cualquier plan de vida que el ser humano se trace, por eso cualquier esquema rígido es una fantasía; la vida, que es algo fortuito al ser, no puede someterse al designio humano.
         El azar lo empuja a diversas crisis que, además, están dibujadas en sus textos e incluso a la premonición, como les ha ocurrido a diversos autores, sobre el ocaso de su vida. Éste parece hallarse plasmado en el cuento “Los desposorios”, como lo tituló originalmente, o “Los desposorios de Santo Domingo”, como se tradujo al español. Publicado por primera vez en marzo de 1811, poco antes del suicidio de su autor, en el periódico Der Freimüthige y recogido ese mismo año en el segundo tomo de los cuentos de Kleist, el relato ocurre durante el levantamiento de la población negra contra los blancos en Santo Domingo. Congo Hoango, un enorme negro  que es uno de los líderes de la revuelta, ha ordenado a las dos mujeres que viven en su casa (Babenka y su hija de quince años, la mestiza Toni) que Toni entretenga con besos y caricias a cualquier blanco que llegue a su casa para que Hoango lo mate. Sólo tienen dos prohibiciones, bajo pena de muerte: no dar protección y asilo a los blancos, y que Toni nunca se entregue completamente. Un día, mientras Hoango está ausente ayudando a transportar pólvora al general Desalines, llega Gustavo Reid, un militar blanco de origen suizo. La astuta Babenka lo mira por la ventana y se ofrece a ayudarlo con la intención de que Hoango lo mate cuando regrese de su misión. Pero en la noche Toni se entrega a él y éste le dice que se casará con ella. Cuando Hoango regresa, Toni, quien no desea ser acusada de traición por su madre, amarra a la cama a Gustavo y se va en busca del agrupamiento militar de éste para pedir ayuda. El militar se siente traicionado. Toni regresa con los amigos de Gustavo, y éste al verse libre dispara contra la chica. Sus amigos le dicen que de no haber sido por ella ellos nunca hubieran podido rescatarlo, entonces, lleno de odio contra sí mismo se dispara para darse muerte.
         Este trágico desenlace de “Los desposorios” es el trágico final con que cierra su vida Von Kleist. La tarde del 21 de noviembre de 1811, a la orilla del lago Wansee, acompañado por Henriette Vogel, quien habría sido su compañera y musa por varios años y quien se encontraba enferma de un cáncer avanzado, se suicida. Tras tomar café, vino y ron en una mesita que ellos mismos habían llevado para tal fin, sacó dos pistolas: con la primera disparó en el pecho de Henriette y con la segunda se apuntó en la boca.
         El tiempo y las veredas que ha tomado la literatura, no obstante, han juzgado con mayor estima y arte la obra de Kleist, a quien se considera ahora un precursor de su tiempo y por quien E.T.A. Hoffman ha expresado sobre su relato Käthchen von Heilbron: me ha sumergido en una especie de sonambulismo del cual con toda claridad he creído percibir la esencia del Romanticismo en formas grandiosas y resplandecientes.

         


domingo, 23 de junio de 2013

En defensa del libro



¿De qué sirve enseñar a leer a nuestros niños, si no se les proporcionan facilidades para adquirir libros? Las llaves de los conocimientos son inútiles para quien no tiene a su alcance el libro que ha de abrir con ellas.
Domingo Faustino Sarmiento

En octubre este blog cumple el primer año. La razón de que se llame Entre libros tiene que ver con la idea de algunos internautas, entre ellos libreros, de que la desaparición del libro es inminente. He intentado responder con este blog sobre la necesidad de los libros en la vida humana, pues sin libros, en definitiva ésta se volvería, además de mecánica, algo que tiene que ver con estados más primitivos del ser humano, aunque no nos demos cuenta.

         Esto que comento el día de hoy, y que expuse brevemente en el primer texto que compartí con ustedes, me lo viene a confirmar un libro que compré recientemente en Xalapa, Veracruz, Elogio y defensa del libro de Ernesto de la Torre Villar, publicado por la Dirección General de Publicaciones de la UNAM en 1977 y reeditado por su importancia en los años 1990 y 1999.

         En este libro acompañamos al profesor De la Torre a diversos momentos en que el libro sufrió descalabros en Latinoamérica. Por un lado, en México en el año de 1975 se intentó controlar qué se publicaba y cuánta importación debía haber. Esto en perjuicio de una comunicación amplia de ideas provenientes del extranjero y que estuvieran en diálogo con los mexicanos. José de la Colina, Octavio Paz, Carlos Monsiváis, entre otros, firmaron una petición para echar atrás tal medida restrictiva. Interesante es que dicha medida haya emergido no del gobierno sino de libreros que intentaban cerrarle el paso a editoriales extranjeras con el fin de obtener mayores ganancias en el país.

         Un segundo momento que nos comparte De la Torre Villar es cuando durante el siglo XIX José María Luis Mora, José Joaquín Fernández de Lizardi y Domingo Faustino Sarmiento, junto con Andrés Bello, en sus respectivas latitudes promovieron el libro e intentaron que éste llegara a las clases más desfavorecidas, pues eso nos iba a llevar a tener un pueblo culturalmente fortalecido, independiente, un desenvolvimiento de la inteligencia que nos llevarían más cerca de los ideales de la República. Su mirada, sobre todo, estaba puesta en dos aspectos: la difusión de las bibliotecas y la traducción de los libros que eran inaccesibles para que fuera accesible en todos los sectores sociales.

         En México, estos dos aspectos empezarían a alcanzarse en el siglo XX con José Vasconcelos, aunque de ninguna manera se ha llegado a la meta, cuando no sólo hay bibliotecas insuficientes sino escuelas, y los niños todavía tienen que desplazarse de comunidades alejadas para tener la posibilidad de estudiar. En ese sentido es ignominiosa la manera en que los políticos reparten los recursos destinados a educación, de por sí pocos, y que, como en el caso del exgobernador de Tabasco, terminan en cuentas particulares ignorando las necesidades culturales de su pueblo.

         Otro aspecto del que habla el maestro De la Torre es jurisprudencialmente admirable, pues, a diferencia de lo que ocurre con algunas repúblicas en la actualidad, los reyes católicos, Fernando e Isabel, impidieron que se les gravara cualquier tipo de impuesto a los libros porque eso “es provecho universal de todos y en ennoblecimiento de nuestros Reynos”.  De manera que una persona que ama a su patria intentará que los integrantes de ésta se desarrollen de la mejor manera posible, no sólo para que tenga mejores posibilidades económicas, sino porque la educación a través de los libros posee una fuerza transformadora social. Las letras, las artes y las ciencias forman a los individuos en carácter, en conciencia y como personas útiles a su sociedad.


jueves, 13 de junio de 2013

Descubriendo a los poetas ensayistas mexicanos



He descubierto con gran placer en mis últimas lecturas, para una clase que estoy preparando de taller de ensayo, que el ensayo mexicano es de una riqueza literaria enorme, que afortunadamente para nosotros el ensayo no se acabó con Alfonso Reyes ni Octavio Paz, aunque muchos maestros se dediquen para enseñarlo exclusivamente a ellos o al ensayo inglés, que es magnífico y hay que leerlo, pero que al dedicarnos sólo a ellos estamos dejando de lado voces literarias, divagadoras y reflexivas tan interesantes como las de Ramón López Velarde, Martín Luis Guzmán o Amado Nervo, a quienes se conoce a través de otros géneros literarios.

         El ensayo se establece como género de la mano de Miguel de Montaigne, un pensador francés cuya interesante vida, como proyecto educativo del padre, valdría la pena que fuera analizada por los pedagogos. Sin embargo, como dice Francis Bacon, el ensayo, como palabra, es nueva, pero la cosa es vieja. Allí están las cartas a Lucilio de Séneca y de Plinio o Cicerón, muchas veces verdaderos ejemplos de la meditación y la crítica; e incluso entre los griegos, si lo reflexionamos a detalle podríamos incluir a varios que sin saberlo estaban ejerciendo este género, como Gorgias o el mismo Platón.

         Un ejemplo de estos interesantes ensayos (actuales) que hacen los escritores mexicanos lo comenté brevemente la semana pasada con el libro La Generación Z y otros ensayos, de Alberto Chimal, editado por Conaculta para la colección El Centauro.

         La titánica labor de recopilación y selección de ensayos que llevó a cabo José Luis Martínez y que publicó el Fondo de Cultura Económica bajo el nombre El ensayo mexicano moderno es, además de loable, para el lector un verdadero deleite. Cada ensayista es un tipo de ensayo, suele decirse, porque cada ensayista tiene estilos reflexivos y literarios propios y de esa manera el ensayo, bajo los ojos de cada escritor, adquiere su propia tesitura. Así que definirlo de manera sistemática e inmovible no sería complicado, sino una falsedad.

         En esta recopilación, contrario a lo que pudiera pensarse porque los ensayistas tienden a elaborar una prosa directa, clara, sencilla y poco cercana a la poesía, los textos que más he disfrutado hasta el momento son los que escribieron aquellos a quienes se les conoce más por ser poetas. Tal vez porque juegan con los sentidos y con las palabras dentro de su ensayística. Uno de ellos es Ramón López Velarde, poeta de la patria para muchos por su poco leído y muy mencionado poema Suave patria.

         En sus ensayos, Ramón López Velarde no se constriñe en su prosa, sino que las imágenes poéticas abundan, las sensaciones, como ocurre en los poemas, se disparan en el lector y las sugerencias de lo dicho con lo no dicho son lapidarias unas veces, magistrales otras.

         Precisamente uno de sus ensayos, titulado “Obra maestra”, es el que quiero compartir con ustedes esta semana, y dejar que sea López Velarde el que sugiera, lo que tenga que sugerir, a los lectores.


OBRA MAESTRA
Ramón López Velarde

El tigre medirá un metro. Su jaula tendrá más de un metro cuadrado. La fiera no se da punto de reposo. Judío errante sobre sí mismo, define el signo del infinito con tal maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpear contra los barrotes, sangra de un solo sitio.
         El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza.
         Para avanzar, necesita ser padre. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas.
         Con un hijo, yo perdería la paz para siempre. No es que yo quiera dirimir esta cuestión con orgullos o necias pretensiones. ¿Quién enmendará la plana de la fecundidad? Al tomar el lápiz me ha hecho temblar el riesgo del sacrilegio, por más que mis conclusiones se derivan, precisamente, de lo que en mí pueda haber de clemencia, de justicia, de vocación al ideal y hasta de cobardía.
         Espero que mi humildad no sea ficticia, como no lo es mi miedo al dar a la vida un solo calificativo: el de formidable.
         En acatamiento a la bondad que lucha con el mal, quisiera ponerme de rodillas para seguir trazando estos renglones temerarios. Dentro de mi temperamento, echar a rodar nuevos corazones sólo se concibe por una fe continua y sin sombras o por un amor extremo.
         Somos reyes, porque con las tijeras previas de la noble sinceridad podemos salvar de la pesadilla terrestre a los millones de hombres que cuelgan de un beso. La ley de la vida diaria parece ley de mendicidad y de asfixia; pero el albedrío de negar la vida es casi divino.
         Quizá mientras me recreo con tamaña potestad, reflexiona en mí la mujer destinada a darme el hijo que valga más que yo. A las señoritas les es concedido de lo Alto repetir, sin irreverencia, las palabras de la Señora Única: “He aquí la esclava…” Y mi voluntad, en definitiva, capitula a un golpe de pestaña.

         Pero mi hijo negativo lleva tiempo de existir. Existe en la gloria trascendental de que ni sus hombros ni su frente se agobian con las pesas del horror, de la santidad, de la belleza y del asco. Aunque es inferior a los vertebrados, en cuanto que carece de la dignidad del sufrimiento, vive dentro del mío como el ángel absoluto, prójimo de la especie humana. Hecho de rectitud, de angustia, de intransigencia, de furor de gozar y de abnegación, el hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra.


jueves, 6 de junio de 2013

Generación Z.y.x


Hace muchos años, cuando estudiaba en la Universidad, Douglas Coupland publicó un libro que fue emblemático entre los que éramos jóvenes en aquella época: Generación X. En este libro, prácticamente olvidado ahora, Coupland afirmaba que lo que caracterizó a los chicos de ese momento —a diferencia de nuestros padres que habían sido muchachos en la década de los setenta— era una gran apatía por todo lo que tuviera que ver con la política, un enorme desencanto por las promesas no cumplidas (pues la idea con que nos forjaron nuestros padres: estudia para que tengas un mejor futuro, se había diluido porque o no encontrábamos trabajo o los salarios se habían pauperizado), una fuerte adicción a la televisión y a la tecnología y, en fin, una dispersión de ideas, de gustos, que realzaba nuestra desorientación e incertidumbre.

         Precisamente por lo anterior, nadie en sus cinco sentidos quería ubicarse en dicha generación. Todos, o casi, hubiéramos querido ser los chicos ejemplares y triunfadores que esperaban en casa, pero a nuestro alrededor la situación nos empujaba al lado contrario, incluida nuestra falta de voluntad para luchar contra la adversidad.

         De manera lúdica, Alberto Chimal (Estado de México, 1970) retoma el concepto de Coupland para renombrarlo, Generación Z, bajo dos nociones-apartados, una melancólica y la otra con el espíritu que, podríamos decir, caracterizó aquella generación, el espíritu de los zombis.

         En Melancólica, Alberto nos narra brevemente la historia de la generación de escritores de aquella época. La manera en que, desde afuera, se veía a la generación como sin propuestas literarias, sin poéticas y sin la obra maestra que se esperaba de los jóvenes. A la vez que advierte que esta noción es falsa, revela algo que ciertamente estaba en el espíritu de aquellos que escribíamos en ese momento: el tiempo, la memoria y la experimentación.

         Las narraciones estrambóticas, sórdidas algunas de ellas, la excesiva contemplación de muchos de los narradores en cuentos en que no pasaba nada, los paisajes urbanos, contemporáneos, en relatos que se apartaban de la función social de la literatura, y personajes desalentados o que develaban un mundo absurdo. La escritura había sido para algunos de nosotros la única isla en la que todavía podíamos habitar, jugar, escondernos, soportar el presente.

         Aunado a esto, al parecer (pensé que sólo había sido mi caso), la difusión de los escritores en ese momento era tan mala y los apoyos tan escasos que muchos nos apartamos del medio literario por años. Algunos dejaron de escribir. Otros hicimos más grande nuestra isla.

         En Zombi, Alberto dice:

Ahora da la impresión de que ocurrió de la noche a la mañana: el grupo del tiempo y la memoria, que no había terminado de destacarse ni ofrecido una obra maestra, dejó de representar una tendencia mayoritaria porque la mayoría de sus autores, nada más porque sí dejó de escribir. Ésta, y no las que le han colgado luego, es la derrota de la narrativa de mi generación: todas se desgastan, por supuesto, y en ese desgaste todas demuestran la necesidad de la persistencia (la verdad de la imagen de la escritura literaria como una carrera de resistencia), pero lo sucedido fue el equivalente de una extinción en masa: probablemente el fin de miles de carreras y proyectos. ¿Qué produjo el desencanto de tantas personas?

         No. No ocurrió de la noche a la mañana. Intentaré contestar esta pregunta de Alberto desde mi experiencia, aunque sea parcial:

Algunos de nosotros no podíamos contemplarnos como la generación a la que hace referencia Coupland porque no estábamos desencantados de la vida (aún) y no éramos políticamente apáticos. Todavía creíamos en la izquierda e intentábamos tener una participación política a través de las ideas. Durante ese tiempo de marchas, reuniones, plática con la gente, escritura, la izquierda sumaba en preferencia electoral menos del 10%. Entonces, sólo entonces, fue cuando la izquierda traicionó a la izquierda. Empezó a tener presencia en la gente con demagogia y activismo barato para luego encumbrarse en el poder y repetir los vicios que tanto había criticado. Para mí fue el inicio de la ruptura, el desencanto de la política y el fin de la izquierda.

Por otro lado, entre los escritores en que me encontraba, menos conocidos en ese momento que los que menciona Chimal, había una fuerte necesidad de escribir, pero no siempre sabíamos cómo hacerlo, los apoyos para desarrollar nuestra escritura provenían solamente de nosotros y el medio literario, muchas veces portando dos caras, una de falso apoyo y la otra de mezquindad, terminaron por enterrar los sueños de muchos de nosotros.

Tal vez por eso considero un acierto la denominación que le ha dado Alberto a la generación: Z, zombi, porque, como dice, muchos tuvimos que matar al escritor que éramos entonces, y luego de un período necesario de silencio, volver con otra voz, más desencanto, pero desde la vitalidad del que ha resistido su propia tumba.