jueves, 18 de octubre de 2012

La creación poética en la mirada de Pfeiffer


He estado volviendo a leer esta semana un libro que mi profesor Juan Antonio Rosado incluyó en su bibliografía complementaria en la primera materia que tomé con él, Poesía Europea. Se trata de La poesía de Johannes Pfeiffer, un pequeño libro editado por el Fondo de Cultura Económica en su colección Breviarios; sin embargo, no por ser breve es menos puntilloso, lúcido y analítico que las otras obras de este autor. Al contrario, en éste ha condensado y simplificado su postura acerca de qué es y qué no es la poesía.

   La poesía, dice Pfeiffer, se ve amenazada por dos graves peligros: el diletantismo y el esteticismo; el primero carece de pericia y de técnica y se conforma con la intención del sentido que quieren expresar los poemas, al segundo sólo le importa la belleza con la que ha construido sus versos y deja de lado la esencia de la poesía.

   La intención del filósofo alemán es que nos percatemos de que la poesía está estrechamente unida en su forma y fondo, que esencia y palabra están fundidas en un poema y que, aunque el autor no se percate, una y otra son percibidas por el lector. Entre los primeros ejemplos que expone, y que me encanta porque ubica con claridad este problema, es el tema de la muerte en dos autores: Heidegger y Mathias Claudius. Dice Heiddeger:

Nadie puede tomarle a otro su morir. Cabe, sí, que alguien “vaya a la muerte por otro”, pero esto quiere decir siempre: sacrificarse por el otro en una cosa determinada. Tal “morir por...” no puede significar nunca que con él se le haya tomado al otro lo más mínimo de su muerte. El morir es algo que cada ser ahí tiene que tomar en su caso sobre sí mismo. La muerte es, en la medida en que “es”, esencialmente en cada caso la mía...
   De que es entregado a la responsabilidad de su muerte y ésta es, por tanto, inherente al “ser en el mundo”, no tiene el “ser ahí” inmediata y regularmente un saber expreso, ni mucho menos teorético. “El estado de yecto” en la muerte se le desemboza más original y más perentoriamente en el encontrarse de la angustia.

Dice Mathias Claudius:

¡Ay, es tan oscura la alcoba de la muerte!
Suena tan triste cuando se mueve
y alza ahora el pesadísimo martillo,
¡y da la hora![1]

Las reflexiones sobre la muerte expuestas por Heidegger tienen una intención filosófica, analítica, mientras que los versos de Claudius transmiten la esencia de lo que dice el filósofo pero de una manera vívida, es una experiencia puesta al rigor del lenguaje. Mientras que Heidegger teoriza con una intención comunicativa, el hálito de vida del poeta toma forma por y para el lenguaje. De ahí que Pfeiffer afirme que el cómo de la participación teórica es traducible, pero el cómo de la participación poética es intraducible, porque el poema sólo puede ser de tal forma y de tal modo.
   
   En estos dos registros del discurso humano la intención de los autores es diferente: uno nos invita a pensar sobre las ideas que expone y quiere que lo sigamos en su argumentación, mientras el otro desea que participemos con él en la vibración del temple de ánimo con que escribió su poema.

   El tono, el ritmo y la acentuación expresan la actitud y el estado de ánimo en el poema, mientras que en la estructura semántica se manifiesta el contenido de lo expresado. Es común confundir el ritmo con la cadena medible y contable del verso, es decir, con la métrica, pero el ritmo se refiere más bien a la secuencia con que están dispuestos los acentos en los versos. Veamos la siguiente estrofa de un poema de Miguel Hernández para aclarar esto:


Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.

Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.

Como vemos, los versos que componen estas estrofas son endecasílabos, es decir, versos de once sílabas. Este conteo se refiere a la métrica, mientras que el ritmo se expresa a través de los acentos. Salvo una o dos excepciones, es notable la semejanza del ritmo verso a verso: 1ª estrofa (3,6,10/3,6,10/3,6,10/4,6,10); 2ª estrofa (3,6,10/1,6,10/3,6,10/3,6,10).

   Además de los temas citados, este libro le enseña al lector a valorar la poesía y los factores que deben tomarse en cuenta al leerla, por qué en ocasiones cuando leemos poemas no sentimos nada (y quizá sea éste uno de los motivos que ha provocado la disminución de lectores de poesía), si se debe o no ser original al escribir, qué importancia tienen dentro de la creación poética las imágenes y las metáforas y por qué la poesía es el “Arte que se manifiesta por la palabra”.

   De concisión y rigor ideales, La poesía de Johannes Pfeffer es un excelente acercamiento para aquellos poetas que se inician en su oficio o que todavía dudan sobre lo que “deberían” escribir en forma y fondo dentro de sus poemas.

Bibliografía:
Pfeiffer, Johannes. La poesía. Trad. Margit Frenk Alatorre. México: Fondo de Cultura Económica (col. Breviarios núm. 41), 2005, 136 pp.








[1] Ach, es ist so dunkel in des Todes Kammer,
tönt so traurig wenn er sich bewegt
und nun aufhebt seinen schweren Hammer
und die Stunde schlägt.

jueves, 11 de octubre de 2012

A contracorriente. No hables sobre el Nobel


Que me lo den o no, no me importa [...] Sólo quiero seguir mi camino, concentrado en lo humano para mi propia obra, tranquilo, para escribir encerrado en mi habitación.
Mo Yan


Dicen por ahí algunos críticos del Premio Nobel de Literatura que cada año se entrega a personajes políticamente correctos, de algún país sociopolíticamente adecuado, con fines extrañamente oscuros (razón por la cual el paciente lector comprenderá que yo desconozca); otros expertos –periodistas que muchas veces se hacen pasar por eruditos- señalan que “al fin ha sucedido” algo que se veía venir desde hace tiempo, otorgar el Premio Nobel de Literatura a... Mo Yan, Tranströmer, Coeetze, Müller, etc.

   Estas dos posturas tan locas, sin embargo, no permiten extraer la riqueza de esta experiencia literaria que da a conocer autores de otras nacionalidades y lenguas que tocan fibras humanas realmente importantes. Yo no sé si la cuestión política sea tan determinante como para rebajar la calidad literaria de estos escritores. Por lo que sé, en mi caso, descubrir a Tomas Tranströmer fue una revelación. La brevedad, la lucidez, lo certero de su pensamiento, la belleza de sus imágenes y de su lenguaje... No recuerdo haber leído a un escritor contemporáneo como Tranströmer.

   Con respecto a Mo Yan, su seudónimo lo dice todo: No hables. Y luego cuando él habla en las entrevistas observamos a una persona sencilla, tan cercana al que, desde su escritorio, habla consigo mismo a través de la literatura. Todo lo contrario de personalidades tan fuertes como Hemingway o Fitzgerald. Tal vez sea literatura más del siglo XXI esta del escritorio, la habitación cerrada y la soledad.

   Y al leer las primeras hojas de su novela Rana descubrimos que Mo Yan tiene esa necesidad vital de contar, de escribir a través de la literatura al ser humano o, como diría Juan Carlos Onetti, de “mentir bien la realidad”. La sentida dedicatoria de esta obra (“Para los miles y miles de lectores que nacieron en la época de la planificación familiar y para los que la vivieron en primera persona”) nos habla ya de un autor que no le pide permiso a la crítica o a la sociedad para escribir, sino que escribe porque lo necesita, porque necesita decir lo que él dice.

   No recuerdo muy bien cómo llegó a mis manos, si me lo recomendó algún amigo o lo vi en la Gandhi, pero en el año 2000 conseguí el extraordinario libro El grito silencioso de Kenzaburo Oé. No sabía que estaba leyendo a un Nobel, aunque es probable que, de no haberlo sido, ese libro no hubiera estado en la mesa de novedades de la librería donde lo compré.

   Los dejo con algunos fragmentos de textos de estos autores Nobeles:

—¿Qué coño estáis haciendo aquí? Volved a casa a chuparle las tetas a vuestra madre.
Estas palabras se clavaron en nuestros oídos y después de darle vueltas a lo que nos había dicho llegamos a la conclusión de que no era nada más que un insulto, porque si en aquella época todos éramos niños de siete u ocho años, ¿cómo íbamos a seguir alimentándonos de leche materna? Y aunque hubiésemos querido seguir tomando leche, dado que nuestras madres se estaban muriendo de hambre, ¿cómo iban a ser siquiera capaces de ofrecérnosla? Pero en ese momento nadie le llevó la contraria a Wang. Nos pusimos delante de la pila de carbón, bajamos la cabeza y nos echamos hacia delante, como si fuéramos expertos en geología explorando gemas fascinantes. Olfateamos alrededor, como si fuéramos perros en busca de comida entre escombros, hasta que por fin percibimos ese olor irresistible.
Mo Yan. Rana.


Preludio
El despertar es un salto en paracaídas de un sueño
Libre del torbellino sofocante se sumerge
el pasajero en la zona verde de la mañana.
Los objetos se soflaman. Él percibe  - en una posición
temblorosa de baile de alondra
- el poderoso sistema subterráneo
de lámparas en balanceo de las raíces del árbol. Pero
encima del suelo está.- en el flujo tropical - el verde, con
sus brazos levantados, escuchando
el ritmo desde una invisible estación de bombeo . Y
se reduce en el verano, se atempera
en su cráter brillante, hacia abajo
a través de los ejes de las edades verde húmedas
temblando bajo la turbina del sol. Así se detiene
este viaje vertical a través del instante y se extienden
las alas en descanso del águila pescadora en una corriente de agua.
El tono proscrito de un cuerno de la era del bronce
cuelga sobre el abismo
En la primera hora del día la conciencia puede envolver el mundo
como la mano que aprieta una piedra calentada por el sol.
El pasajero está bajo el árbol.
Después del cataclismo a través del remolino de la muerte,
extenderá una gran vela encima de su cabeza,
Tomas Tranströmer, de 17 poemas (1954)


-Dice Schopenhauer que cuando aplastamos una mosca, “la cosa en sí” no muere, simplemente hemos aplastado su imagen, ¿no, Mitsu? Así, seca, realmente parece “la cosa en sí” –susurró mirando fijamente la mancha negra; eran las primeras palabras que me decía que no escondían espinas para herirme y pretendían suavizar la tensión.
Kenzaburo Oé. El grito silencioso.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Sobre el arte de tener libros

En los últimos años muchas voces -entre editores, libreros, académicos y escritores- se han manifestado contra aquellos que anuncian la inevitable desaparición del libro de papel ante la presencia cada vez más fuerte del libro electrónico. El internet y la computadora, alegan, ocupan el tiempo que los jóvenes dedican a la lectura; de esta manera perciben que el libro tradicional es en estos tiempos algo obsoleto.

   Tal vez esto sea así cuando a la salida de las ferias del libro me encuentro con muchos jóvenes que salen con las manos vacías. Sin embargo, ahora veo más gente en las ferias que cuando iba a la universidad. En cuanto a los libros, quizá el problema esté en otros aspectos, como el costo, la seducción de lo que se escribe, la promoción que de la lectura se haga en casa y la idea que la gente tenga de los libros.

   En México la lectura se asocia de manera primordial al aprendizaje; por ello, muchas personas creen que leer es algo aburrido, sobre todo cuando acaban de ver su telenovela de la tarde y ésta las hizo existir, por un momento, a través de una vida que no es la suya. Tras años de tener a la televisión como uno de los pocos entretenimientos diarios, la gente se acostumbró a obtener un placer inmediato sin preocuparse por pensar, por enfrentarse a sus problemas y  alimentar su espíritu y su mente de una manera diferente a la programada por la televisión. Es decir, como si la televisión fuera un suero que calma la ansiedad y cualquier otra afectación que se tenga. 

   En este sentido, no estoy segura que se ejerza la responsabilidad de vivir, que expresa Sartre en El existencialismo es un humanismo, porque para ello se necesita de la reflexión, de la conciencia de las acciones. Pero si lo que anhelamos es dejar de pensar, en el fondo no decidimos lo que somos, sino que vamos siendo lo que otros quieren que seamos. Afortunadamente, la lectura nos saca de ese conflicto, abre puertas a través de la confrontación de ideas y de las diferentes perspectivas de sus autores. Y por si fuera poco, suele ser entretenida y hasta divertida. Eso lo han entendido los editores de libros para niños, quienes ya no sólo editan libros con contenido moral o con un fin de aprendizaje, sino para que los niños se diviertan e interactúen con ellos.

   Tener libros en casa no sólo es una actividad cultural, sino hasta civilizatoria. En tiempos muy antiguos era loable tener una biblioteca dentro de la casa. En sus Cartas, Plinio nos refiere lo orgulloso que se siente porque en su villa ha puesto una hermosa biblioteca. Poseer una biblioteca era digno de elogio en Mesopotamia, Grecia o Roma; sin ellas el hombre moderno carecería de textos tan valiosos como el Gilgamesh, encontrado por el joven inglés Austen Henry Layard en 1844 en la ciudad de Mosul, donde se encontraron las ruinas de la biblioteca del palacio de Nínive del último gran rey asirio Asurbanipal (668-627 a. C.).

   Y claro, sin el conocimiento y las tradiciones contenidas en los libros el hombre empezaría de cero. Estar en el mundo sin la inscripción de los antecedentes es desconocer una importante parte de la vida humana. Eso pasa en las etapas en las cuales se carece de escritura. Para las futuras generaciones no sólo es complicado inferir el entramado existencial de esos periodos, sino que deberíamos preguntarnos qué parte del conocimiento de los hombres se perdió porque no tuvo inscripción . 

   Si bien el soporte electrónico es valioso y tiene ventajas, el rol del libro de papel es insustituible. Qué pasará cuando el libro electrónico pase de moda, qué pasará cuando la tecnología cambie y se tengan otros usos y costumbres. Cada uno cumple aspectos diferentes en la vida del hombre. 

   Así como ir al cine, al teatro o a un concierto son experiencias distintas entre sí, la visita a una librería es insustituible. Acudir a las librerías favoritas y revisar en ellas lo que se ha revisado muchas veces, observar las novedades, recordar el nombre de algún título que queríamos conseguir o encontrar algún libro que llevábamos años buscando, visitar una sección, después otra, revisar cada estante y descubrir un libro estupendo genera un placer que no se obtiene con otra actividad. .

   Además, habría que meditar en todo el proceso que hay detrás de la industria del libro. Escogemos un libro que ha sacado una editorial que tuvo que pensar en el papel ideal para ese volumen, el tipo de letra, el tamaño, el color del empaste, la imagen que lo acompañará, la corrección de estilo, la edición... Ni se diga del esfuerzo del escritor por recrear en palabras, oraciones, párrafos y apartados mundos posibles, emociones, anhelos, historias, teorías...

   Después de la librería hay que llevarlo a casa y ver dónde lo acomodamos. ¿Arreglamos nuestros libros por tamaños, colores, materias, cronología o abecedario? ¿Acaso es un libro especial que merece un lugar especial? ¿O lo ponemos en el buró para leerlo antes de dormir? ¿Empezamos por el índice, el prólogo o somos más desorganizados y vemos antes que nada el último capítulo?

   Si bien leer libros electrónicos es algo que complementa la lectura de los libros de papel, volcarnos exclusivamente al ámbito electrónico evitaría que nos acercáramos a una gran variedad de experiencias que acompañan la vida del libro y la industria del libro, de la cual también somos un eslabón.