sábado, 31 de enero de 2015

Memoria de Poe / IV y última entrega

 

 
The soul… Ne demeure qu’une seule fois dans un corps sensible: au reste, un cheval, un chien, un homme même, n’est que la ressemblance peu tabngible de ces animaux.
[El alma… no reside más que una sola vez en un cuerpo sensible: por lo demás, un caballo, un perro, un hombre mismo, no son más que la apariencia poco tangible de sus ánimas.]
Edgar Allan Poe. “Metzengerstein”.
 
 
Por supuesto, perdió su empleo. Un día al entrar en su oficina se encontró con Griswold cómodamente instalado en ella, se sabe que giró en redondo y salió de aquel edificio para no volver más. Luego, la vida de Edgar Allan Poe pasó por un período oscuro, en donde no sólo el alcohol era un agradable compañero ante la desgracia, sino que el poeta actuaba de manera “extraña” —es probable que tuviera alteraciones en el sistema nervioso como respuesta al dolor que le causaba la enfermedad de su esposa—. “Me volví loco”, le dice a un amigo en una carta. Ese mismo año hace un viaje de Filadelfia a Nueva York obsesionado con el recuerdo de una antigua novia, Mary Devereaux, quien lo recibe con temor, pues Mary estaba casada y Edgar se había metido por la fuerza a su domicilio. Entre otras cosas, le preguntó si amaba o no a su marido y, antes de irse, le pidió un té y que cantara su melodía favorita. De regreso a Filadelfia no llegó a casa. Lo encontraron vagando por los bosques de Jersey City, perdido, perturbado, ausente de sí mismo.

         La tía María Clemm tuvo que enfrentar otra vez la miseria y mantener a su familia. Edgar, por su parte, ya con la razón recobrada, ganó en junio de ese año, 1842, el premio instaurado por el Dollar Newspaper para el mejor relato en prosa con uno de sus cuentos más famosos: “El escarabajo de oro”. En adelante lo vemos en Filadelfia impartiendo conferencias sobre el arte de escribir, en particular sobre la poesía y los poetas, aunque ganando poco dinero con ellas; es el caso de El principio poético, conferencia que dictó en varias ocasiones y de la que reproduzco el comienzo:
 
En el examen muy arbitrario de la esencia de lo que llamamos Poesía, mi principal objetivo será citar para su consideración algunos de esos poemas menores ingleses o americanos que mejor se amolden a mi gusto o que, según mi propio capricho, me hayan dejado una impresión muy clara. Por “poemas menores” entiendo, por supuesto, poemas de pequeña extensión. Y aquí, en el comienzo, permitidme decir unas pocas palabras con respecto a un principio un tanto peculiar que, acertada o equivocadamente, ha ejercido siempre su influencia en mi propia apreciación crítica del poema. Mantengo que un poema largo no existe. Mantengo que la expresión “un poema largo” es sencillamente una palmaria contradicción en términos.
             Apenas necesito observar que un poema merece este título sólo en tanto que entusiasme, elevando el alma. El valor del poema se halla en la proporción de este entusiasmo elevador. Pero todos los entusiasmos son, por necesidad, pasajeros. Ese grado de entusiasmo que da a un poema el derecho a ser denominado tal no puede mantenerse a todo lo largo de una composición de gran extensión. Tras un lapso de media hora como máximo, decae, se apaga, sigue una repugnancia, y entonces el poema, en efecto y de hecho, ya no lo es.
 
         Su período en Filadelfia termina hacia 1844, año en que regresa a Nueva York, pero esta vez con un nombre más consolidado. En este año, Edgar dirige el Broadway Journal y se asocia con Willis en el Evening Mirror, en el cual apareció “El cuervo” en 1845. Es precisamente este poema narrativo, “El cuervo”, el que hace de Poe el hombre de letras más famoso de América y no sólo eso; conmovidos por la historia y por el sonido espectral con que se narra, los escritores le solicitaban escucharlo de su propia voz en los salones literarios de Nueva York. Por el tema (la trágica historia de una muerta, pero que refleja la muerte espiritual del autor), por el tono, por la leyenda negra que él mismo construyó entre sus amigos, “El cuervo” se convierte, así, en la imagen del romanticismo en Norteamérica, y con éste se marca el retorno de Poe a la poesía.

         Pese a esto, Poe se mueve entre la esperanza y la desesperación. Agravada la enfermedad de su mujer, el autor entabla relaciones de amistad —algunas de ellas amorosas— con otras escritoras (Frances Osgood, Marie Louise Shew, Annie Richmond, Sarah Helen Whitman) con las que comparte su pasión por las letras y con cuyos diálogos literarios se enriquecen sus ensayos y su poesía.

         Al final del año 1845 el Broadway Journal deja de aparecer y Poe se siente perdido de nuevo, aunque esta vez tiene visa de entrada con los literati, es decir, los escritores más conocidos de Nueva York, lo que le permite publicar en casi cualquier sitio, y así lo hace. Sólo que la elección del tema del poeta no es muy afortunada, pues publicó en el Godey’s Lady’s Book una serie de treinta y tantas críticas, casi todas despiadadas, contra aquellos literati. Fue una especie de ejecución en masa para quienes, en algún momento, pudieron ser sus benefactores. Pongamos, por ejemplo, la crítica al libro de Theodore Sedwick, Norman Leslie. Un cuento del tiempo actual, publicado en Nueva York por Harper and Brothers y del que Poe se ocupa de la siguiente manera en la introducción de su artículo:

 
Muy bien, ¡ya lo tenemos acá! Éste es el libro, el libro por excelencia, el libro del que todos hablan, al que todos elogian, y sobre el que todos escriben, particularmente en el Mirror; un libro “atribuido a Alguien”, un volumen que “se supone salido de la pluma de Fulano”; el libro del que se sabía iba a aparecer, del que se decía que se estaba “escribiendo”, que estaba “en prensa”, que se esperaba “apareciera pronto”. Un libro del que se anticipaba su calidad, el talento de su autor y Dios sabe qué otras cosas. ¡Por consideración a todo lo que ha sido exagerado, a lo que se exagera y a lo que es exagerable, adentrémonos en su contenido!
 

Mientras Virginia empeoraba, Poe seguía sin conseguir un trabajo estable. Las deudas, los pleitos con otros escritores, la miseria de su familia eran un enorme peso que el autor escondía en el alcohol y el láudano. Por ello, en estos momentos su mujer es una columna importante, si ha de hacer algo con las letras o luchar por un nuevo trabajo es porque está Virginia está, por paradójico que parezca, sosteniéndolo a él. En la única carta que sobrevive del poeta a su esposa, él le dice: “Hubiera perdido yo todo coraje si no fuera por ti, mi mujercita querida… Eres mi mayor y mi único estímulo ahora para batallar contra esta vida inconciliable, insatisfactoria e ingrata…”. Es, de esta manera, comprensible que a la muerte de su esposa, en 1847, él tuviera episodios de conducta erráticos y falleciera tan sólo dos años después de ella.

         Con la muerte de su esposa nace el famoso y conmovedor poema “Annabel Lee”; una mirada poética a la relación de Poe con su esposa y prima:

 

Hace de esto ya muchos, muchos años,
cuando en un reino junto al mar viví,
vivía allí una virgen que os evoco
por el nombre de Annabel Lee;
 
[…]

Niños éramos ambos, en el reino
junto al mar;  nos quisimos allí
con amor que era amor de los amores,
yo con mi Annabel Lee;

[…]

[…] ¡triste de mí!
desde una nube sopló un viento, helando
para siempre a mi hermosa Annabel Lee
Y parientes ilustres la llevaron
lejos, lejos de mí;
en el reino ante el mar se la llevaron
hasta una tumba a sepultarla allí.

 
Desde entonces, pese a sus recaídas en las borracheras y en el láudano, trata de aferrarse a la vida a través de la compañía de algunas mujeres: Marie Louise Shew, quien fue la mejor amiga de Poe durante el duelo que vivió por su esposa; Sarah Helen Whitman, al parecer una poetisa mediocre de la que Poe se enamoró y que le hacía recordar a la otra Helen, la madre de su condiscípulo, su primer amor. A ella le pediría matrimonio, pero al mismo tiempo conocería a Annie Richmond, con quien sentía un alivio espiritual y a la que llamaba hermana Annie. Ella estaba casada, sin embargo, los rumores de que había una relación entre los dos llegó a oídos de Helen y ésta terminó con Poe. Antes de esto, en la época en que intenta convencer a Helen de que se case con él intenta suicidarse. “No me acuerdo de nada”, le diría en una carta a un amigo, pero qué tan cierto es esto, es algo que causa confusión porque  él mismo narra que compró un frasco de láudano, que se bebió la mitad y que luego vomitó.

         De enero a junio de 1849 pareció tranquilizarse, pero hay un poema, “Para Annie”, escrito en este período que nos revela el sentir del escritor: “Gracias a Dios, el mal ha pasado y / la lánquida enfermedad ha desaparecido por / fin, y la fiebre llamada “vivir” está vencida / […] / Y reposo tan tranquilamente, en el presente, / en mi lecho, que a contemplarme se me / creería muerto, y podría estremecer al que me / viera creyéndome muerto.”

         Finalmente, ese año decide visitar a unos amigos en su ciudad de origen, Richmond, en donde vuelve a ver a su amor de juventud, Elmira Shelton (Royster de soltera), viuda ahora, a quien convence de casarse con él. El matrimonio se estableció para octubre de 1849 y la pareja decidió que Edgar viajaría al norte en busca de la tía María y para entrevistarse con Rufus Griswold, quien había aceptado trabajar en la edición de las obras completas del autor. Se sabe que a las cuatro de la madrugada del 27 de septiembre de 1849 se embarcó rumbo a Baltimore, pero desde ese instante hasta el 5 de octubre, fecha en que lo encuentran moribundo en una calle de Baltimore, todo es neblina. El autor de “Los fundamentos del verso” moriría dos días después en un hospital de aquella ciudad. “Que Dios ayude a mi pobre alma”, fueron las últimas palabras de un hombre que alguna vez se describió a sí mismo: “Mi vida ha sido extravagancia, impulso, pasión, un anhelo de soledad, un anhelo de todas las cosas presentes, en un honrado deseo del futuro”.

         Con estas cuatro entregas he querido rendir un homenaje, en el mes de su nacimiento, a un autor que se debe leer como crítico, poeta y cuentista, modelo fundamental de la creación literaria en cada una de las ramas que cultivó.

        

Para realizar esta serie de textos sobre la vida y obra de Edgar Poe, alias Edgar Allan Poe, consulté los siguientes libros:
Poe, Edgar Allan. La filosofía de la composición. Seguida de El cuervo. Trads: Carlos María Reylés (La filosofía de la composición), Ignacio Mariscal y Ricardo Gómez Robelo (El cuervo, 3 versiones). México: Ediciones Coyoacán (Colección Reino Imaginario), 1997.
————. Cuentos 1 y 2. Trad. y pról. Julio Cortázar. México: Alianza editorial, 1997.
————. Escritos sobre poesía y poética. Versión castellana de María Condor. Madrid: Hiperión, 2009.
————. Crítica literaria. Vóls. 1 y 2. Buenos Aires: Claridad, 2006.
————. Tales of Mystery and the Supernatural. London: Alma classics, 2012.
Otros autores:
Thoorens, León. Historia universal de la literatura. Inglaterra y América del Norte: Gran Bretaña, Estados Unidos de América. Barcelona: Daimon, 1977.
Zardoya, Concha. Historia de la literatura norteamericana. Barcelona: Labor, 1956.
 

lunes, 26 de enero de 2015

Memoria de Poe / III



Su verdadera falta no fue tanto no “entender” a Edgar, sino mostrarse deliberadamente mezquino y cruel, obstinándose en acorralarlo y dominarlo. Al fin y al cabo, Mr. John Allan perdió la partida contra el poeta en todos los terrenos; pero la victoria de Edgar se parecía demasiado a las de Pirro para no desesperar en primer término al vencedor.
Julio Cortázar
 
Uno de los jueces del concurso organizado por el diario Baltimore Saturday Visiter era John P. Kennedy, quien escribió en su diario sobre Edgar Allan Poe: “Le encontré en estado de inanición. Le di ropa, libre acceso a mi mesa…, le salvé del borde de la desesperación”. Gracias a Kennedy también consiguió la dirección del Southern Literary Messenger, que bajo la guía del poeta se convirtió en un magacín importante en Estados Unidos y a través del cual obtuvo fama como crítico y cuentista. En sus páginas aparecieron, entre otros, “Berenice”, la “Narración de Arthur Gordon Pym” (en folletín) y diversas reseñas y ensayos llenos de lucidez, ironía, conocimientos literarios y agudeza para valorar una obra literaria en términos artísticos. Muchas de sus críticas son navajas que pocos escritores —por la distintiva vanidad del gremio— apreciaron. No obstante, Poe sabía que ejercer la crítica le daría frutos en su formación de escritor y que, por tanto, sus juicios no debían de obedecer a intereses comerciales de las editoriales, ominosos amiguismos literarios e incluso nacionalidades de los escritores.

En abril de 1836, en el Southern  Literary Messenger, Poe publicó un artículo cuyo fin era criticar dos libros: The Culprit Fay, and other Poems, de Joseph Rodman Drake, y Alnwick Castle, with other Poems, de Fitx-Greene Halleck, pero le sirvió, como buen ensayo literario, para divagar en torno al estado de la crítica norteamericana. Dice Poe:


Antes de entrar en el detalle de la nota sobre los libros que tenemos ante nosotros, desearíamos decir algunas palabras respecto del estado actual de la crítica estadounidense.

            Debe ser obvio a todos aquellos que tienen que ver con la literatura, que en los últimos años se ha producido una total revolución en la censura de nuestra prensa. Estamos seguros de que esta revolución empeora las cosas. Hubo una época, es verdad, en que nos sometíamos a la opinión extranjera; digamos, incluso, que adoptábamos una actitud de servil reverencia a los dichos de la crítica inglesa. Que un libro estadounidense pudiera, por una remota posibilidad, ser digno de lectura, era una idea que de ninguna manera se había extendido en este país; y si éramos por alguna razón impulsados a leer las obras de nuestros autores nativos, era sólo debido a las repetidas seguridades brindadas desde Inglaterra en el sentido de que esas obras no eran del todo despreciables. Pero de todas maneras, había una sombra de excusa y una ligera base de razón para un sometimiento tan grotesco. Incluso ahora, tal vez, no sería demasiado descabellado afirmar que esa base de razón todavía existe.

            Concedamos que en muchas de las ciencias abstractas, que incluso en teología, en medicina, en leyes, en oratoria, en artes mecánicas, no tenemos competidores de ninguna clase, sin embargo, sólo la más egregia vanidad nacional podría asignarnos un lugar en lo que hace a literatura culta en el mismo nivel que los más antiguos y maduros ambientes de Europa, cuyos hijos dan sus primeros pasos en los jardines de academias magníficamente provistas, y cuyas innumerables personas de fortuna, y la educación que viene con ello, beben cotidianamente de esas augustas fuentes de inspiración que brotan a su alrededor por todas partes desde las tumbas de sus inmortales muertos y de sus venerables y celebrados monumentos de caballería y canciones. Al reconocerles, como nación, una bien ganada supremacía rara vez cuestionada, salvo por el prejuicio o la ignorancia, no hacemos otra cosa, por supuesto, que actuar racionalmente. El exceso de nuestra sumisión era culpable pero, como ya lo hemos dicho, ese mismo exceso podría encontrar una sombra de excusa en el estricto cumplimiento, siempre y cuando esté bien regulado, del principio del cual emanaba. No ocurre lo mismo con la estupidez actual. Nos estamos poniendo ruidosos y arrogantes en cuanto al orgullo de una demasiado rápidamente asumida libertad literaria. Echamos por la borda, con la más presuntuosa y vacua altivez, todo respeto por las opiniones extranjeras; olvidamos, en esa pueril inflación de la vanidad, que el mundo es el verdadero escenario de la representación bíblica; gritamos y vociferamos a favor de la necesidad de alentar a los escritores nativos con méritos; imaginamos ciegamente que podemos lograr esto diciendo indiscriminadamente lo que es bueno, malo o indiferente, sin tomarnos el trabajo de considerar que lo que decidimos que es digno de aliento sea, por esta aplicación general, desalentado. En una palabra, lejos de sentir vergüenza por los muchos y lamentables fracasos literarios a los que nuestra excesiva vanidad y nuestro patriotismo mal entendido han dado lugar, y lejos de lamentar que esas puerilidades cotidianas sean de factura local, adherimos con pertinacia a nuestra idea original, ciegamente concebida, y así es como con frecuencia nos encontramos envueltos en la gran paradoja de gustar más de un libro estúpido sólo porque esa estupidez es estadounidense.
        

Con esta feroz y honesta crítica que le daría esplendor a las páginas de la Southern Literary Messenger —revista que Poe dirigió por alrededor de dos años—, las ventas se octuplicaron. Sobra decir que el escritor habría seguido a la cabeza de aquel magacín —lo que hubiera solucionado sus problemas económicos de una vez por todas—, pero sus costumbres irregulares (llegar tarde o de plano no llegar a la oficina y comenzar uno tras otro episodios de alcoholismo con los amigos de la juventud) le causaron problemas con el dueño, Mr. White, lo que provocó su salida de la publicación.

         Por aquel entonces, el afecto hacia su familia de Baltimore se acrecienta; en particular, hacia su tía María y la hija de ésta, Virginia, la niña-mujer de trece años a la que desposará en Richmond en mayo de 1836. No hay duda de que amaba a su prima y de que durante el tiempo en que estuvieron casados, ella le dio estabilidad para dedicarse a la escritura, estabilidad que no conoció antes ni después de ella.

         Poe no pensaba quedarse en Richmond. Él anhelaba consolidarse como escritor en una gran ciudad; en Filadelfia o en Nueva York, las dos ciudades de las grandes letras estadounidenses de la década de los treinta del siglo xix. Sin embargo, a duras penas instalado en Nueva York junto con su familia, y libre de la obligación de hacer reseñas y ensayos, se dedicó a escribir cuentos y logró que su “Narración de Arthur Gordon Pym” apareciera como volumen, pese a ser un fracaso mercantil. Así descubrió que Nueva York no le traería beneficios ni como escritor ni en lo económico, por lo que intentó desarrollarse en Filadelfia, esta vez con mejor suerte. Durante seis años permaneció en aquella región publicando sus cuentos y críticas en revistas y anuarios; en 1938 verá la luz su cuento favorito, “Ligeia”, y al año siguiente uno de mayor calidad, “La caída de la casa Usher”, en donde se hallan muchos elementos autobiográficos. Además, comienza a trabajar como asesor literario en el Burton’s Magazine con un sueldo bajísimo, pero que le dio seguridad económica y en donde podía expresar sus opiniones sin censura (sobre el mal sueldo que recibía Poe por sus colaboraciones, Rufus Griswold se mofa en las “Memorias del autor” [véase “Memoria de Poe/I”]).

         En diciembre de 1839, Poe publicó, con el nombre de Cuentos de lo grotesco y arabesco, una colección de los relatos aparecidos en las revistas durante esos años. No obstante, se sentía insatisfecho por el poco tiempo que le dedicaba a su poesía y por la falta de apoyo del Burton’s Magazine. En junio de 1840 se separa de este magacín y sufre un colapso nervioso. Para su fortuna, la revista se une con otra y así surge el Graham’s Magazine, cuyo nuevo dueño le pide que sea el director literario, lo que le proporciona mejores condiciones económicas, al menos durante el tiempo en que está a la cabeza de la publicación (febrero de 1841-abril de 1842).

         Esta es una buena etapa, tanto económica como de creación, para Poe. Es el inicio de su fase llamada “analítica”, en donde lo que ha plasmado en sus críticas y obras literarias se consolida de manera determinante. La creación literaria, dirá Poe, es un complejo proceso matemático [The Philosophy of Composition, 1845] y, por lo tanto, nada puede quedar fuera de la conciencia del escritor. Empero, esta buena racha se ve interrumpida por la intempestiva enfermedad de su esposa, quien a fines de enero de 1842, mientras su compañero se encontraba tomando el té con unos amigos en su casa, sufre un primer ataque de tuberculosis.

         Para un ser sensible como Poe, la enfermedad de su mujer fue una de las peores tragedias de su vida. Virginia apenas contaba con diecinueve años y parecía destinada al mismo fin de sus padres, de su hermano…  Sin poder encontrar una solución a este ineludible destino, comienza a beber nuevamente alcohol y a comportarse de manera semejante a cuando dirigió el Southern Literary Messenger, aunque por razones diferentes. Ante esto, el dueño del Graham’s Magazine se vio obligado a llamar a otro escritor para que llenara los huecos que estaba dejando Poe en la revista. Ese escritor era el reverendo Rufus Griswold…

jueves, 22 de enero de 2015

Memoria de Poe/II


 
Al criticar  la formación literaria y cultural de Poe no debería olvidarse que en los años 1831 y 1832, cuando su carrera de escritor quedó definitivamente sellada, Edgar trabajaba acosado por el hambre, la miseria y el temor; el hecho de que pudiera seguir adelante y remontar día a día nuevos peldaños hacia su propia perfección literaria prueba toda la fuerza que habitaba en este gran débil.
Julio Cortázar
 
Tras su salida de la casa paterna, Edgar Allan Poe se embarcó rumbo a Boston para probar fortuna. Apenas llegado a aquella ciudad, una accidental amistad con un impresor le permitió publicar su primer libro en mayo de 1827, Tamerlán y otros poemas. En el prólogo de esta obra, Poe sostuvo que todos estos poemas los había escrito antes de los catorce años (Poe contaba con dieciocho años en 1827), aunque se observa en algunos, como en el mismo “Tamerlán”, la búsqueda de una identidad como poeta y como persona a partir de la ruptura con su padre adoptivo. He aquí la primera estrofa:
 
Tamerlane
 
Kind solace in a dying hour!
Such, father, is not (now) my theme—
I will not madly deem that power
Of Earth may shrive me of the sin
Unearthly pride hath revell’d in—
I have no time to dote or dream:
You call it hope—that fire of fire!
It is but agony of desire:
If I can hope—Oh God! I can—
Its fount is holier—more divine—
I would not call thee fool, old man,
But such is not a gift of thine.
 
[Tamerlán
 
¡Ah, gentil alivio en la hora moribunda!
Mas, padre, tal no es (ahora) mi tema;
No seré tan loco para pensar que algún poder
De la Tierra puede absolverme del pecado
Del que mi arrogante orgullo gozó;
No tengo tiempo para desvaríos o sueños:
Tú llamas a esto esperanza; ¡a este fuego del fuego!
Pero es sólo agonía del deseo:
Si yo puedo esperar —oh, Dios, y puedo—
Es porque su fuente es sagrada, más divina;
Yo, anciano, no podría llamarte tonto,
De cualquier modo tal don no es tuyo.]


Este breve volumen está impregnado del estilo byroniano y de ciertos temas románticos como el sueño, el amor, la esperanza y la melancolía de un espíritu solitario. Obvia decir que el libro no se vendió y el joven de pronto se vio sin dinero, en una miseria espantosa, y determinó que su único camino en ese momento era enrolarse en el ejército como soldado raso. El soldado Edgar A. Perry —pues con este alias se había reclutado— no tardó en destacar de entre sus compañeros y ser ascendido a sargento mayor. Pero la ilusión por la literatura aún se hallaba en su corazón. Luego de dos años le escribió a John para que lo apoyara solicitando la baja del ejército, pues se dio cuenta de que para escribir necesitaba tiempo, dinero, bibliotecas, contactos, y aún le faltaban tres años para terminar su período en el ejército; pero Allan no respondió. Transferido a Virginia, muy cerca de la casa de los Allan, deseoso de ver a su madre, reflexionó que su padre no lo ayudaría si continuaba manifestando su deseo por una carrera literaria, así que volvió a escribirle añadiendo que quería entrar en la academia militar de West Point. Esta vez John Allan aceptó, sin embargo, Poe sufrió un nuevo revés del destino. Su madre murió mientras él estaba en el cuartel y Edgar ni siquiera pudo darle la despedida a Frances, porque el mensaje llegó tarde y no pudo cumplir con el deseo materno de verlo por última vez. Cuando visitó la tumba, que estaba muy cerca de la de Helen, aquel primer amor poético, cayó inconsciente y los criados tuvieron que llevarlo hasta el carruaje.
 
         Antes de ingresar a West Point, Poe visitó a su verdadera familia en Baltimore: su abuela paterna, su tía María Clemm, los hijos de ésta, Henry y Virginia, y su hermano mayor. Es claro que Poe buscaba aceptación familiar y cariño por el dolor que albergaba ante el fallecimiento de su madre Frances y el rechazo constante de su padre, y lo encontró en la tía María, quien, como Poe lo manifestó en un soneto (“To my mother”, 1849), se convirtió en su verdadera madre, sobre todo en los difíciles años por venir.
 
         En esta época (1829) vive en casa de su tía y, en espera de su aceptación por parte de West Point, consigue por fin un editor con ayuda de John Neal, escritor muy conocido en aquellos días. Así aparece publicado Al aaraaf, largo poema del mismo corte romántico que los anteriores, en conjunto con Tamerlán y otros poemas. De igual modo que con Tamerlán, Poe había depositado su esperanza en este libro que distribuiría entre sus amigos.
 
         West Point lo aceptó en marzo de 1830, aunque su estancia fue igualmente corta por la falta de ayuda económica de John Allan, quien en este punto ya estaba sumamente decepcionado de su hijo adoptivo, pues veía que a pesar de la falta de apoyo en la carrera literaria que Edgar deseaba, su hijo era publicado y no tenía en la mira una profesión que le valiera ser el orgullo de su padre. Éste, al igual de lo ocurrido en la Universidad de Virginia, no lo apoyó económicamente (menos ahora cuando acababa de contraer nupcias con una esposa que sí le daría los hijos legítimos que tanto anhelaba), esta vez ni siquiera para los gastos más necesarios y, con ayuda de un coronel, Poe se hace expulsar de la academia y logra, a través del financiamiento de algunos de sus compañeros, publicar un tercer libro: Israfel.
 
Israfel
And the angel Israfel, whose heart-strings are a lute, and who has the sweetest voice of all God’s creatures.
KORAN
 
In Heaven a spirit doth dwell
“Whose heart-strings are a lute”;  
None sing so wildly well
As the angel Israfel,
And the giddy stars (so legends tell),  
Ceasing their hymns, attend the spell  
Of his voice, all mute […].
 
[Israfel
 
Y el ángel Israfel, cuyas cuerdas del corazón son un laúd, tiene la voz más dulce de todas las criaturas de Dios.
Corán
 
En el Cielo mora un espíritu
 “Cuyas cuerdas del corazón son un laúd”;
Ninguno canta tan apasionadamente
 Como el ángel Israfel,
 y las estrellas mareadas (dicen las leyendas)
deteniendo sus himnos, asisten al hechizo
de su voz, todas en silencio […].]
 

En 1931, sin dinero, hambriento y angustiado, regresa a la casa de la tía Clemm en Baltimore, a su hogar. Al poco tiempo de instalarse, muere su hermano, quien padecía una tuberculosis terminal. De esta manera pudo escribir, en la soledad de su buhardilla, sus poesías y dirigió su atención hacia un género que en aquella época parecía más vendible: el cuento. Su primer relato publicado, “Metzengerstein”, dice Cortázar, “nació como Palas armado de punta en blanco, con todas la cualidades que habrían de alcanzar perfección unos años después”.

         Durante este tiempo, ahogado por unas deudas pasadas, probablemente de su hermano o de él mismo, le escribe otra vez a John, quien responde de manera indirecta y por fortuna no lo llevan preso. Pero la relación con su padre adoptivo está a punto terminar. En 1832, Edgar se entera de que John acaba de hacer su testamento y corre a “su” casa, en una mezcla de interés y recuerdos de infancia, a verlo, pero ni siquiera lo ve, pues la puerta está flanqueada por la nueva señora Allan. “En nombre de Dios, ten piedad de mí y sálvame de la destrucción”, es lo que le dice en la última carta que le envía a quien ocupó en la Tierra el papel de padre de Poe, pero Allan ya no le contestaría, pues falleció hacia 1834 sin dejarle un sólo centavo.

         Afortunadamente, Poe empieza a ganar dinero con su escritura. En 1833 obtuvo el primer premio (y cincuenta dólares) en el concurso de cuentos del Baltimore Saturday Visiter con el cuento “Manuscrito hallado en una botella” y, a pesar de la miseria, Poe ya era conocido en los círculos literarios de Baltimore y su cuento ganador le valió gran admiración que le abriría otras puertas.

martes, 20 de enero de 2015

Memoria de Poe / I

 

¡Lamentable tragedia la vida de Edgar A. Poe! ¡Su muerte, horrible desenlace, cuyo horror aumenta con su trivialidad! De todos los documentos que he leído he sacado la convicción de que los Estados Unidos sólo fueron para Poe una vasta cárcel, que él recorría con la agitación febril de un ser creado para respirar en un mundo más elevado que el de una barbarie alumbrada con gas, y que su vida interior, espiritual, de poeta, o incluso de borracho, no era más que un esfuerzo perpetuo para huir de la influencia de esa atmósfera antipática. Implacable dictadura la de la opinión de las sociedades democráticas; no imploréis de ella ni caridad ni indulgencia, ni flexibilidad alguna en la aplicación de sus leyes a los casos múltiples y complejos de la vida moral. Diríase que del amor impío a la libertad ha nacido una nueva tiranía: la tiranía de las bestias, o zoocracia, que por su insensibilidad feroz se asemeja al ídolo de Juggernaut.

Charles Baudelaire

 
Uno de los amigos más entrañables, y defensor y difusor de su vida y obra, fue sin duda Charles Baudelaire. Gracias a él sus letras no pasaron al olvido como hubiese querido su infame amigo Rufus Griswold, a quien Poe designó, presintiendo un final repentino –nos cuenta Baudelaire-, para ordenar sus obras, escribir su vida y restaurar su memoria. Sin embargo, este albacea literario, en el prólogo (“Memoria del autor”) que encabeza los tres volúmenes de las obras completas y póstumas del escritor (publicadas en enero de 1850), describe a un Poe adicto a las drogas, borracho y carente de moral al intentar seducir a la segunda esposa de su padrastro. Meses antes, a sólo dos días de la muerte de Poe, el 9 de octubre de 1849, Griswold publicó un obituario con el seudónimo “Ludwig” en el New York Tribune, en éste afirmó que Poe solía vagabundear por las calles demente o melancólico, balbuceaba, se maldecía y se irritaba con la gente que pasaba, que era un envidioso y consideraba que la sociedad estaba compuesta de villanos a los que despreciaba. Tras esta siniestra actitud de quien debió cuidar la memoria del poeta, muchos de sus amigos y algunos escritores que pasaron por la dura crítica de Poe (como Longfellow) salieron en su defensa. Thomas Holley Chivers, por ejemplo, escribió un libro titulado Nueva vida de Edgar Allan Poe, en donde señala: “No sólo es incompetente [Griswold] para editar sus obras [de Poe], sino también totalmente ignorante de las funciones que tanto él mismo como cualquier otro hombre deben a los muertos en tanto que sus albaceas literarios”.

         Julio Cortázar, quien en gran medida se convirtió en promotor de Poe en idioma castellano al traducirlo, nos cuenta en el prólogo “Vida de Edgar Allan Poe” –que sigue, en líneas generales, la biografía escrita por Hervey Allen: Israfel, The Life and Times of Edgar Allan Poe- a las obras completas del autor norteamericano publicadas en 1956 bajo el sello de Ediciones de la Universidad de Puerto Rico en colaboración con la famosa Revista de Occidente, que Edgar Poe, más tarde Edgar Allan Poe, nació el 19 de enero de 1809 en Boston, “al azar del itinerario de una oscura compañía teatral donde actuaban sus padres, y que ofrecía un característico repertorio que combinaba Hamlet y Macbeth con dramas lacrimosos y comedias de magia”. David Poe y Elizabeth Arnold Poe, sus padres, descendientes de irlandeses e ingleses, respectivamente, tenían una salud precaria (los dos eran tuberculosos) y al poco tiempo de haber nacido Edgar ambos mueren (su padre cuando él tenía un año y su madre, con tres años). A la muerte de su madre, dos caritativas señoras se llevaron a los niños (a su hermana Rosalie y a él) a sus casas.

         La caritativa Frances Allan estaba casada con John, un comerciante escocés emigrado a Richmond dedicado al comercio del tabaco y a otras actividades disímiles, como la representación de revistas británicas. Es a través de estas publicaciones que el joven Poe conoce a autores como Joseph Addison, Samuel Johnson, Alexander Pope y al brillante Lord Byron a quienes emularía no sólo en sus primeras composiciones, sino que intentaría continuar el legado literario de crítica, lucidez y renovación de la literatura de estas tempranas lecturas.

         Instalado en su nueva casa en el sur de Virginia con los Allan, crece entre el abolicionismo y el régimen esclavista y feudal del sur de los Estados Unidos. Su nana, la nodriza negra que todo niño sureño tenía, lo inicia en los ritmos de la gente de color, en la sonoridad, la medida de los versos y en el interés por la magia rítmica que se proyectarán en poemas como “El cuervo” o “Annabel Lee”. Sus primeros versos, dedicados a algunas jovencitas de Richmond y entregados por su hermana Rosalie, los escribe hacia 1823 o 1824, cuando él cuenta con quince años. Es en esta primera etapa de su escritura en donde se impregna del romanticismo de Byron y en la cual se enamora de Helen, la joven madre de uno de sus condiscípulos. A ella le escribirá en uno de sus más hermosos poemas: “Helena, tu belleza es para mí como esas remotas barcas niceas que, dulcemente, sobre un mar perfumado, traían al cansado viajero errabundo de retorno a sus playas nativas”. Este encuentro presupone el arribo de Poe a la madurez. Visita la casa de su condiscípulo sólo para verla a ella, aunque sabe que este amor no fructificará, y así queda convertido en el amor romántico, ideal, que impregnará el perfil de muchos de sus personajes femeninos en sus obras, sobre todo por el prematuro fallecimiento de Helen, quien enfermó y ese año de 1824 muere a la edad de treinta y un años.

         Dolido por este suceso, Poe intenta refugiarse en casa de los Allan, en la ternura de su madre adoptiva, Frances, y en el severo John Allan, quien ha decidido no adoptarlo legalmente porque tenía hijos naturales. Aunado a esto, John acaba de convertirse en millonario al heredar la fortuna de su tío y Poe sabe que no tiene posibilidad de heredarlo, lo que recrudece su carácter y su rebeldía contra su padre adoptivo. Tal vez de haber seguido la profesión de John, comerciante, o de haberse convertido en abogado como él quería, la actitud de su padre hubiera sido diferente, pero en aquel tiempo, John empezó a saber lo que era tener a un poeta en casa.

         Edgar leía vorazmente lo que estaba a su alcance pero no era feliz. Trasladada la familia Allan a su nueva y rica casa, con todas las comodidades imaginables, los ojos y las palabras del poeta reprochaban continuamente a Allan, en nombre de Frances, sus infidelidades. Las hirientes respuestas de su padre incluían el deshonor para la familia Poe acerca de la verdadera paternidad de Rosalie. Sin embargo, aún no se había surcado la brecha más profunda que marcaría el desconocimiento de John Allan hacia su hijo adoptivo.

         En este lapso, Edgar se enamora de una joven virginiana, Sarah Elmira Royster, con la que desea casarse, pero el padre sólo piensa en el ingreso del muchacho a la Universidad de Virginia, por lo que junto con Mr. Royster, intercepta las cartas que Edgar le envía a Elmira y ella es obligada a casarse con un tal Mr. Shelton, que correspondía más con la idea que los padres se hacen de los esposos adecuados.

         En febrero de 1826, Edgar se despide de sus padres para entrar en la Universidad de Virginia y el clima de juego, duelos, alcohol y extravagancia que encuentra en los estudiantes, hijos de familias adineradas, dirigen su conducta. Es claro que este proceso de adaptación provocó en Poe cierto desdén ante las deudas que iba acumulando, pero a diferencia de las familias de sus compañeros, John Allan se negó desde el primer momento a enviarle más dinero del estrictamente necesario para sus gastos escolares. Poe, quien se había ganado la admiración de sus profesores y compañeros a partir de su inteligencia y sus lecturas infatigables: historia antigua, historia natural, libros de matemáticas, de astronomía, además de poetas y novelistas, tiene que abandonar la universidad ante la imposibilidad de cubrir sus deudas de juego que alcanzaron una cifra exasperante (en aquel entonces una deuda podía llevar a cualquiera a la cárcel o, por lo menos, vedarle el reingreso al Estado donde la habría contraído). Antes de irse, Edgar rompió y quemó los muebles de su cuarto (un fuego de despedida) en diciembre de 1826. Sus camaradas de Richmond lo acompañaban; para ellos empezaban las vacaciones, pero él sabía que no volvería jamás.

         De regreso en casa de los Allan, la actitud de sus padres no había cambiado. Su madre lo recibió afectuosa como siempre, pero John estaba harto por el balance de aquel año en la universidad. Tras la celebración de la Navidad y las fiestas de año nuevo, la cólera entre los dos hombres estalló. Allan se negó a que Edgar volviera a la Universidad y le reprochaba su holgazanería, Edgar escribió a Filadelfia solicitando trabajo. Enterado, Allan le dio doce horas para que decidiera si se sometería o no a sus deseos (estudiar leyes o una carrera profesional). Edgar lo pensó durante la noche y en la mañana contestó negativamente a los deseos del padre. Tras varios insultos, Edgar salió de aquella casa golpeando las puertas.