lunes, 13 de noviembre de 2017

SER PARTE DE EL COMITÉ 1973


Formar parte de El Comité 1973, primero como colaboradora y después como editora de esta revista, ha sido para mí, antes que nada, una aventura, y luego una especie de posgrado en el arte literario y en la edición de revistas.
Una aventura porque se necesita ser un aventurero (un bohemio, un viajero de ideas, alguien osado, rebelde y, por supuesto, alguien loco) para integrarse a un proyecto que defiende la creación artística en un país con millones de personas que tienen a la televisión como modelo de comportamiento y que, aunque en el fondo tal vez quisieran, no leen porque se les hace aburrido, pese a las campañas de lectura que se han implementado y que no cumplen su función porque siguen tratando a la lectura como una obligación en vez de un disfrute individual, y que pueda transmitirse, como se desea, de padres a hijos.
Estar en El Comité 1973 es, pues, una aventura, y en ésta he conocido otros aventureros, igual, quiero pensar, de osados, bohemios, viajeros de ideas, rebeldes y, por supuesto, locos como yo, que se han convertido con el paso del tiempo en amigos, y con los que he hecho un pacto (silencioso) en el camino del arte, camino que tratamos de mostrar a través de los distintos números de la revista que hemos publicado, en los cuales lo políticamente incorrecto, pero de  profunda corrección artística, ha tomado forma. Me refiero a los números de Censura, Humor negro, Crítica literaria, El sueño de Wagner, Escribir desde la locura y, claro, el número que presentamos hoy y que conmemora nuestro V Aniversario: Influencias literarias. De esta manera, quienes presentamos la revista el día de hoy somos aventureros porque apostamos por el arte, provenga de donde provenga, sin importar si el autor es conocido o no, sin importar si lo que hacemos se leerá mucho o poco, sabiendo que caemos en lo políticamente incorrecto desde nuestro nacimiento, y es precisamente por ello que tenemos clara nuestra intención de difundir la creación artística a la que se le cierran otros espacios, tradicionalmente aceptados dentro del canon de la creación.
En cuanto a que es un posgrado en el arte literario, sin duda es así, pues la revista me ha obligado a escribir de manera habitual y permanente todo tipo de textos y temas, no sólo literarios propiamente, sino también ensayos en los cuales he tomado una postura acerca de los temas de cada número. Labor nada fácil, que me ha llevado a revisar con profundidad esos asuntos y a replantearme cuestiones que a lo mejor vivían como creencias en mí y que terminaron en dudas o en un revés de lo que creía. Cuántas veces me ha pasado lo que comenta Rosario Castellanos en ese hermoso ensayo titulado El escritor y su público, donde dice: “escribir es una disposición de la naturaleza a la que se añade un hábito de la voluntad. Y este hábito es una conquista del trabajo arduo, un resultado de la paciencia lúcida. Detrás de cada página tersa, de cada texto ordenado, deleitoso, nítido, se ocultan las infinitas tachaduras, los borrones inconformes, los cestos llenos de papeles desechados. El aprendizaje consume tiempo, exige sacrificios y muy frecuentemente rinde fracasos”. Y, sin embargo, con todo lo que implica, escribir es un acto de amor, un oficio y una epifanía, elevación del espíritu, como afirma Enrique Vila-Matas, para corregir la vida.

            El posgrado en la edición de revistas es quizá el reto más difícil que he tenido. Editar una revista, tomarse la molestia de editar una revista de manera gratuita (contactar autores, revisar que se cumplan los tiempos de entrega, ajustar nuestros tiempos laborales y de vida a los de la revista, dictaminar los textos, proponer temas, delimitarlos, y lograr que cada número salga publicado con calidad) conlleva, creo que para mí y para los que me acompañan en la mesa, una apuesta editorial que tiene su columna en la Misión en la que todos hemos estado de acuerdo: Difundir textos literarios y obras visuales de distintos creadores, con el fin de acrecentar la cultura de las personas alrededor del mundo. Esta es la meta mayúscula que nos hemos propuesto; de ahí que en el fondo volvamos al punto número 1 de esta comunicación: somos unos aventureros, unos bohemios, viajeros de ideas, osados, rebeldes y, por supuesto, unos locos, que no quieren quedarse con los brazos cruzados mientras el país padece lastres tan malignos como la corrupción, acrecentada por la carencia de valores y la ignorancia, la desigualdad, la impunidad, la violencia, la falta de ética… Frente a esto, nosotros, como los aventureros que somos, oponemos el arte que, como diría Wassily Kandinsky, es el alimento del espíritu, alimento que nuestro país necesita con urgencia.