Lo bello y lo feo en la escritura
Desde tiempos
muy antiguos hasta el siglo XVIII la búsqueda artística en la literatura estuvo
asociada a la búsqueda de la belleza, tanto en sus formas como en los temas que trataban las obras literarias. Tal vez por esto, la permanencia del
héroe por tanto tiempo en la literatura tiene como precedente el interés griego por lo bello, pues el héroe busca
la virtud y eso, en términos griegos, es bello.
No obstante, el héroe clásico no es
un ser virtuoso ni contenido en sus pulsiones, sino más bien lo contrario. Busca
la virtud porque carece de ella y comete errores que comúnmente desembocan en
la muerte, en la suya o en la de las personas que ama.
Vemos al héroe mesopotámico
Gilgamesh yendo al inframundo en busca de una cura contra la muerte y cuando,
después de un largo peregrinaje, encuentra una planta que le dará juventud
eterna, la pierde...; o qué decir de Tristán e Isolda, la leyenda del Rey
Arturo o el mismo Aquiles cuyos héroes caminan por un destino malhadado en el que al final encontrarán la muerte. De alguna forma, la historia del héroe es la
historia trágica de la vida y muerte del hombre.
Así planteadas, estas obras literarias conmueven -perturban, inquietan- al lector de tal manera que por momentos parece -pareció- que el devenir natural de la escritura era la búsqueda de lo bello, en este caso por el tema.
Pero el héroe no es la única
característica de estas obras, sino la manera en que están escritas. La
búsqueda de un estilo y de una perfección en la escritura es muy antigua. Se
cree, por ejemplo, falsamente que los innovadores de la ciencia ficción son los
escritores del siglo XX; sin embargo, qué hacemos con los relatos de Luciano de
Samósata (s. II d.C.), primeros relatos conocidos donde el hombre viaja a la
luna, o con los relatos de Cyrano de Bergerac (s. XVII d.C.), cuya imaginación
desemboca en El otro mundo...
Ni
en la ciencia ni en la literatura actualmente podemos hablar de absolutos; de
ahí que lo expresado en estas líneas indique sólo lo que ha predominado de manera
general en el arte literario. La ciencia ficción tiene su auge en el siglo XX, pero ya dejamos claro
que desde el siglo II d.C. se tiene registro de su presencia literaria.
De igual manera la historia del
héroe ha sido lo predominante en el ámbito literario hasta el siglo XVIII, pero no
porque fuera lo único que se escribía. Desde los egipcios se tiene constancia
de relatos eróticos, por ejemplo, que nada tienen que ver con el héroe, sino
con el acercamiento a otro aspecto de la vida del hombre. Así, La Fontaine a la
par de sus fábulas morales tiene sus fábulas libertinas...
No obstante, el predominio de la belleza
en el arte cambia a partir del romanticismo. No sólo porque escribir a través
del héroe no será el ideal de la escritura, sino porque el escritor intentará
transmitirse a sí mismo en ella. La escritura a partir del siglo XIX es muy
subjetiva.
Retomada por Victor Cousin, La balada de los colgados de François
Villon, un poeta-ladrón del s. XV, es lo que nutrirá la idea del arte tanto del
romanticismo como del parnasianismo, del simbolismo e incluso del modernismo.
Surgen, así, obras como Frankenstein de Mary Shelley, Drácula de Bram Stoker, los relatos y
las poesías de Edgar Allan Poe, Las
flores del mal de Baudelaire o Los
cantos de Maldoror del Conde de Lautréamont.
En todas estas obras hay un interés
especial por la forma en que están compuestas las obras. En Drácula, Bram
Stoker indica en el epígrafe que abre la obra: “Cómo han sido ordenados estos
papeles, es algo que quedará aclarado al leerlos. Se ha eliminado todo lo
superfluo, a fin de presentar esta historia –casi en desacuerdo con las
posibilidades de las creencias de nuestros días- como simple verdad. No hay
aquí referencia alguna a cosas pasadas en las que la memoria se pueda
equivocar, dado que todas las anotaciones recogidas son rigurosamente
contemporáneas de los hechos, y reflejan el punto de vista de quienes
consignaron, tal como ellos los conocieron”.
Abrir con un epígrafe así es tener
claro hacia dónde vas a llevar al lector, hacia dónde quieres que se dirija y
cuyo principio rector sea, desde el inicio, la ilusión de verdad. Por lo mismo,
las estrategias que emplea son cartas, diarios, entrevistas... Nada que afecte
el principio de verosimilitud de su obra.
Está claro que, en el siglo XIX, los
escritores se dieron permiso de emplear otras técnicas en sus obras literarias,
pero no sólo eso, sino abrir el campo de percepción de lo que se consideraba
bello. Lo bello como tal se hace a un lado ante Frankstenstein, que es una
nueva manera de ver el arte.
Los escritores ya no desean escribir
solamente novelas educativas o morales, sino todo lo que esté a su alcance para
componer sus obras. En términos estéticos, lo feo se vuelve bello en la
literatura, sobre todo por la manera en que está escrito -aunque el clímax de esta unión entre lo bello y lo feo lo encontramos en "El prefacio" a Cromwell, de Victor Hugo (otro escritor romántico)-. Les dejo algunos
ejemplos, y añado para finalizar este texto que la fealdad y la belleza han caminado largas sendas desde el siglo XIX a la actualidad:
quedó sin otro acento articular,
cual si el que lo animaba negro espíritu
en un vocablo comprendiera ya.
[...]
“¡Oh Profeta!”, dije entonces, “¡ser maligno, oh
profeta,
seas ave o demonio, emisario del infierno
o arrojado por rigor de tempestades a mi puerta;
desolado y aún altivo, a esta playa tan desierta,
a esta casa de fantasmas, en que todo Horror asedia
(Edgar Allan
Poe. El cuervo)seas ave o demonio, emisario del infierno
o arrojado por rigor de tempestades a mi puerta;
desolado y aún altivo, a esta playa tan desierta,
a esta casa de fantasmas, en que todo Horror asedia
-¡Mil veces maldito el día que me vio nacer! –grité
con desesperación-. ¡Infame creador! ¿Por qué habéis dado vida a un ser
monstruoso frente al que, incluso vos, apartáis la mirada de mí lleno de asco?
(Mary Shelley.
Frankenstein)
¡Ah! Quieres saber por qué hoy te odio. Sin duda
te será menos fácil entenderlo que a mí explicártelo;
(Charles
Baudelaire. El spleen de París)
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