martes, 20 de enero de 2015

Memoria de Poe / I

 

¡Lamentable tragedia la vida de Edgar A. Poe! ¡Su muerte, horrible desenlace, cuyo horror aumenta con su trivialidad! De todos los documentos que he leído he sacado la convicción de que los Estados Unidos sólo fueron para Poe una vasta cárcel, que él recorría con la agitación febril de un ser creado para respirar en un mundo más elevado que el de una barbarie alumbrada con gas, y que su vida interior, espiritual, de poeta, o incluso de borracho, no era más que un esfuerzo perpetuo para huir de la influencia de esa atmósfera antipática. Implacable dictadura la de la opinión de las sociedades democráticas; no imploréis de ella ni caridad ni indulgencia, ni flexibilidad alguna en la aplicación de sus leyes a los casos múltiples y complejos de la vida moral. Diríase que del amor impío a la libertad ha nacido una nueva tiranía: la tiranía de las bestias, o zoocracia, que por su insensibilidad feroz se asemeja al ídolo de Juggernaut.

Charles Baudelaire

 
Uno de los amigos más entrañables, y defensor y difusor de su vida y obra, fue sin duda Charles Baudelaire. Gracias a él sus letras no pasaron al olvido como hubiese querido su infame amigo Rufus Griswold, a quien Poe designó, presintiendo un final repentino –nos cuenta Baudelaire-, para ordenar sus obras, escribir su vida y restaurar su memoria. Sin embargo, este albacea literario, en el prólogo (“Memoria del autor”) que encabeza los tres volúmenes de las obras completas y póstumas del escritor (publicadas en enero de 1850), describe a un Poe adicto a las drogas, borracho y carente de moral al intentar seducir a la segunda esposa de su padrastro. Meses antes, a sólo dos días de la muerte de Poe, el 9 de octubre de 1849, Griswold publicó un obituario con el seudónimo “Ludwig” en el New York Tribune, en éste afirmó que Poe solía vagabundear por las calles demente o melancólico, balbuceaba, se maldecía y se irritaba con la gente que pasaba, que era un envidioso y consideraba que la sociedad estaba compuesta de villanos a los que despreciaba. Tras esta siniestra actitud de quien debió cuidar la memoria del poeta, muchos de sus amigos y algunos escritores que pasaron por la dura crítica de Poe (como Longfellow) salieron en su defensa. Thomas Holley Chivers, por ejemplo, escribió un libro titulado Nueva vida de Edgar Allan Poe, en donde señala: “No sólo es incompetente [Griswold] para editar sus obras [de Poe], sino también totalmente ignorante de las funciones que tanto él mismo como cualquier otro hombre deben a los muertos en tanto que sus albaceas literarios”.

         Julio Cortázar, quien en gran medida se convirtió en promotor de Poe en idioma castellano al traducirlo, nos cuenta en el prólogo “Vida de Edgar Allan Poe” –que sigue, en líneas generales, la biografía escrita por Hervey Allen: Israfel, The Life and Times of Edgar Allan Poe- a las obras completas del autor norteamericano publicadas en 1956 bajo el sello de Ediciones de la Universidad de Puerto Rico en colaboración con la famosa Revista de Occidente, que Edgar Poe, más tarde Edgar Allan Poe, nació el 19 de enero de 1809 en Boston, “al azar del itinerario de una oscura compañía teatral donde actuaban sus padres, y que ofrecía un característico repertorio que combinaba Hamlet y Macbeth con dramas lacrimosos y comedias de magia”. David Poe y Elizabeth Arnold Poe, sus padres, descendientes de irlandeses e ingleses, respectivamente, tenían una salud precaria (los dos eran tuberculosos) y al poco tiempo de haber nacido Edgar ambos mueren (su padre cuando él tenía un año y su madre, con tres años). A la muerte de su madre, dos caritativas señoras se llevaron a los niños (a su hermana Rosalie y a él) a sus casas.

         La caritativa Frances Allan estaba casada con John, un comerciante escocés emigrado a Richmond dedicado al comercio del tabaco y a otras actividades disímiles, como la representación de revistas británicas. Es a través de estas publicaciones que el joven Poe conoce a autores como Joseph Addison, Samuel Johnson, Alexander Pope y al brillante Lord Byron a quienes emularía no sólo en sus primeras composiciones, sino que intentaría continuar el legado literario de crítica, lucidez y renovación de la literatura de estas tempranas lecturas.

         Instalado en su nueva casa en el sur de Virginia con los Allan, crece entre el abolicionismo y el régimen esclavista y feudal del sur de los Estados Unidos. Su nana, la nodriza negra que todo niño sureño tenía, lo inicia en los ritmos de la gente de color, en la sonoridad, la medida de los versos y en el interés por la magia rítmica que se proyectarán en poemas como “El cuervo” o “Annabel Lee”. Sus primeros versos, dedicados a algunas jovencitas de Richmond y entregados por su hermana Rosalie, los escribe hacia 1823 o 1824, cuando él cuenta con quince años. Es en esta primera etapa de su escritura en donde se impregna del romanticismo de Byron y en la cual se enamora de Helen, la joven madre de uno de sus condiscípulos. A ella le escribirá en uno de sus más hermosos poemas: “Helena, tu belleza es para mí como esas remotas barcas niceas que, dulcemente, sobre un mar perfumado, traían al cansado viajero errabundo de retorno a sus playas nativas”. Este encuentro presupone el arribo de Poe a la madurez. Visita la casa de su condiscípulo sólo para verla a ella, aunque sabe que este amor no fructificará, y así queda convertido en el amor romántico, ideal, que impregnará el perfil de muchos de sus personajes femeninos en sus obras, sobre todo por el prematuro fallecimiento de Helen, quien enfermó y ese año de 1824 muere a la edad de treinta y un años.

         Dolido por este suceso, Poe intenta refugiarse en casa de los Allan, en la ternura de su madre adoptiva, Frances, y en el severo John Allan, quien ha decidido no adoptarlo legalmente porque tenía hijos naturales. Aunado a esto, John acaba de convertirse en millonario al heredar la fortuna de su tío y Poe sabe que no tiene posibilidad de heredarlo, lo que recrudece su carácter y su rebeldía contra su padre adoptivo. Tal vez de haber seguido la profesión de John, comerciante, o de haberse convertido en abogado como él quería, la actitud de su padre hubiera sido diferente, pero en aquel tiempo, John empezó a saber lo que era tener a un poeta en casa.

         Edgar leía vorazmente lo que estaba a su alcance pero no era feliz. Trasladada la familia Allan a su nueva y rica casa, con todas las comodidades imaginables, los ojos y las palabras del poeta reprochaban continuamente a Allan, en nombre de Frances, sus infidelidades. Las hirientes respuestas de su padre incluían el deshonor para la familia Poe acerca de la verdadera paternidad de Rosalie. Sin embargo, aún no se había surcado la brecha más profunda que marcaría el desconocimiento de John Allan hacia su hijo adoptivo.

         En este lapso, Edgar se enamora de una joven virginiana, Sarah Elmira Royster, con la que desea casarse, pero el padre sólo piensa en el ingreso del muchacho a la Universidad de Virginia, por lo que junto con Mr. Royster, intercepta las cartas que Edgar le envía a Elmira y ella es obligada a casarse con un tal Mr. Shelton, que correspondía más con la idea que los padres se hacen de los esposos adecuados.

         En febrero de 1826, Edgar se despide de sus padres para entrar en la Universidad de Virginia y el clima de juego, duelos, alcohol y extravagancia que encuentra en los estudiantes, hijos de familias adineradas, dirigen su conducta. Es claro que este proceso de adaptación provocó en Poe cierto desdén ante las deudas que iba acumulando, pero a diferencia de las familias de sus compañeros, John Allan se negó desde el primer momento a enviarle más dinero del estrictamente necesario para sus gastos escolares. Poe, quien se había ganado la admiración de sus profesores y compañeros a partir de su inteligencia y sus lecturas infatigables: historia antigua, historia natural, libros de matemáticas, de astronomía, además de poetas y novelistas, tiene que abandonar la universidad ante la imposibilidad de cubrir sus deudas de juego que alcanzaron una cifra exasperante (en aquel entonces una deuda podía llevar a cualquiera a la cárcel o, por lo menos, vedarle el reingreso al Estado donde la habría contraído). Antes de irse, Edgar rompió y quemó los muebles de su cuarto (un fuego de despedida) en diciembre de 1826. Sus camaradas de Richmond lo acompañaban; para ellos empezaban las vacaciones, pero él sabía que no volvería jamás.

         De regreso en casa de los Allan, la actitud de sus padres no había cambiado. Su madre lo recibió afectuosa como siempre, pero John estaba harto por el balance de aquel año en la universidad. Tras la celebración de la Navidad y las fiestas de año nuevo, la cólera entre los dos hombres estalló. Allan se negó a que Edgar volviera a la Universidad y le reprochaba su holgazanería, Edgar escribió a Filadelfia solicitando trabajo. Enterado, Allan le dio doce horas para que decidiera si se sometería o no a sus deseos (estudiar leyes o una carrera profesional). Edgar lo pensó durante la noche y en la mañana contestó negativamente a los deseos del padre. Tras varios insultos, Edgar salió de aquella casa golpeando las puertas.

        

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