jueves, 18 de julio de 2013

Repliegue de alas: la narrativa de Bolaño en Amberes




Alguna vez le preguntaron a Roberto Bolaño cuál era el libro que había escrito que más le gustaba, él, con el sereno sarcasmo que lo caracterizaba, contestó: “Amberes, porque nadie lo entiende”. Desde la dedicatoria podemos observar el cariño que Bolaño le profesaba a esta obra: “Para Alexandra Bolaño y Lautaro Bolaño”, sus hijos.  Tal vez a ellos les dejó el código con que descifrar esta novela, aunque me parece difícil pensar que todos los signos con los que está escrita tengan un correspondiente de significado al interior del texto, sobre todo por lo que nos dice al principio: “anarquía total”.

         A la manera de Joyce y de Baudelaire, con anarquía total Bolaño intentó  establecer una nueva narrativa. Se podría afirmar que Amberes es una novela policiaca, pero cuyas estrategias literarias son más cercanas a la poesía que a la narrativa. La sinopsis de la novela, el mismo Bolaño la refiere en el capítulo 20. Sinopsis. El viento.

Sinopsis. El jorobadito en el bosque al lado del camping y las pistas de tenis y el picadero. Agoniza en Barcelona un sudamericano en un dormitorio que apesta. Redes policiales. Tiras que follan con muchachas sin nombre. El escritor inglés habla con el jorobadito en el bosque. Agonía y un sudamericano canalla viajando. Cinco o seis camareros regresan al hotel por una playa solitaria. Comienzos del otoño. El viento levanta arena y los cubre.

         De esto trata la obra. Como si estuviera viendo la vida desordenada de un hombre (tal vez él mismo) en la pantalla de un cine, surgen imágenes borrosas que se reflejan y refractan para que el narrador las devuelva con poesía: “Alguien parpadea un dormitorio azul”. Las imágenes se suceden no siempre de manera entrelazada. Ciertamente, en esta pantalla por la que observamos la vida de muchos personajes no siempre las frases son coherentes.

Hay claras influencias de las herramientas literarias usadas por Joyce, Baudelaire y el surrealismo que retoma Bolaño en Amberes. La estructura de la novela es semejante al Spleen de París de Baudelaire, pero a diferencia de éste busca establecer una prosa poética dentro de una novela policiaca. De ahí que la fragmentación de los capítulos sea decisiva para el desarrollo de las imágenes. Además, el uso de la sinestesia, herencia baudelaireana, le otorgan a esta obra una atmósfera fría (no melancólica). Por momentos, la rueda de imágenes convoca a un ambiente lóbrego y de mucho desencanto, de frialdad humana, de pérdida de la inocencia. Hace mucho que el narrador fue feliz, pero lo que ve en pantalla no le remite en ningún momento esta felicidad perdida.

En ocasiones, esta prosa poética se desencadena de tal manera que se observa un intento por emitir frases libres, a la manera del surrealismo, en donde no se establezca el sentido de ninguna forma. Pero el narrador siempre está pensando y vemos, como lo hizo Joyce en el Ulises, esos pensamientos, a veces en forma de breves monólogos interiores, que acompañan su narración.

Carreteras gemelas tendidas sobre el atardecer, cuando todo parece indicar que la memoria y la delicadeza kaputt, como el automóvil alquilado de un turista que penetra sin saberlo en zonas de guerra y ya no vuelve más, al menos no en automóvil, un hombre que corre a través de carreteras tendidas sobre una zona que su mente se niega a aceptar como límite, punto de convergencia (el dragón transparente), y las noticias dice que Sophie Podolski kaputt en Bélgica, la niña del Montfaucon Research Center (un olor indigno de una mujer), y los labios exangües dicen «veo camareros de temporada caminando por una playa desierta a las ocho de la noche»«Gestos lentos, no sé si reales o irreales».
        
Este sinsentido que recorre el texto, mirado a través de una pantalla de cine, también contiene algo del lenguaje de un guión cinematográfico, acotaciones insertadas con las que se conducirían tanto el director como los productores de una película:

La muchacha estaba atada y el tren en movimiento. Repliegue de alas. Todo es repliegue de alas y silencio, así en la muchacha gorda que no se atreve a meterse en la piscina como en el jorobadito. La mano de ella apagó la radio… «He visto algunos matrimonios felices, el silencio construye una especie de victoria para dos, vidrios empañados y nombres escritos con el dedo»… «Tal vez fechas y nombres»… «En el invierno»… Escenas de policías que irrumpen en un edificio gris, ruido de balas, radios encendidas a todo volumen. Fundido en negro.
        
         Como el mismo narrador lo expresa: no hay reglas, en Amberes, en Cataluña o en la literatura no hay reglas, y tampoco hay regreso. El mundo pasado está ya perdido, sólo queda el horizonte manchado por una masa de niebla y sueño, que viene a que lo vuelvas a escribir, y esta escritura se multiplica de las maneras más divergentes, extravagantes o estrepitosas, así como el escritor la desee, pues finalmente él es el dueño de su mundo literario, aunque los editores no lo comprendan.

         Bolaño no intentó publicar esta obra después de escribirla (tendría veintisiete años) porque comprendía que la rechazarían de inmediato. Sólo cuando se hizo de un prestigio y contó con un editor casi incondicional se decidió a presentarla. No estoy segura que el editor la haya comprendido, pero Bolaño sabía que esta difícil obra sólo podía publicarse cuando el mundo literario creyera en él, aunque no entendiera nada. Por fortuna, él nunca dejó de creer en sí mismo ni en la escritura como un arma con la que defenderse, con la que armarse de coraje para sobrevivir.
        


         

viernes, 12 de julio de 2013

Destino, talento y tragedia


El infierno me concedió el talento a medias, el cielo concede a los hombres el talento entero o ninguno.
Heinrich von Kleist

En la historia de las ideas y de la literatura hay personajes que no siempre son valorados en su momento histórico. Eso le pasó a Schopenhauer, quien se sentía terrible al observar su aula casi vacía mientras Hegel llenaba los salones con sus clases. Eso le ocurrió también a Heinrich von Kleist, quien, semejante a Schopenhauer, se percató de su talento pero no fue apreciado por el enorme peso de escritores que, como Goethe, tenían en esa época.
Del mismo modo que otros escritores jóvenes como el soldado que le enviaba cartas a Rainer Maria Rilke para pedirle consejos, Kleist le mandó a su admirado Goethe una carta con un libro suyo, pero Goethe no era Rilke. Mientras Rilke le responde al joven Kappus unas cartas conmovedoras en donde repasa desde la necesidad vital del escritor por entregarse a su arte, el deber que el escritor siente por este destino que lo impulsa y la manera en que tendría que construir su vida en torno a esta necesidad hasta compartirle sus gustos literarios, sus ideas sobre el amor, sobre el deseo, sobre el arte de dudar de todo y de intentar responderse a sí mismo con una violenta sinceridad, Goethe contesta repulsivamente la carta del sumiso joven, quien le había ofrecido su libro como si su corazón hubiese sido enviado en una bandeja. De haber tenido más edad hubiera previsto la respuesta de Goethe, pues él representaba la máxima moral del artista que se reconoce como genio, el egoísmo, y lo anteponía como un imperativo categórico de conservación.
         Heinrich von Kleist (1877-1811) fue un idealista que tuvo que decidir, como Kafka, si debía casarse o no, e igual que el escritor de Praga prefirió trazarse un plan de vida en correspondencia con la escritura. Decidido a entregar su vida a la literatura, resiste pobreza, soltería, aislamiento, soledad, incomprensión y conmiseración por parte de amigos y familiares que veían en él un bueno para nada. Sin embargo, su destino se vuelve más trágico cuando tras el rechazo del público y críticos encuentra en la filosofía kantiana el motor de lo que le estaba pasando: el Destino siempre está por encima de cualquier plan de vida que el ser humano se trace, por eso cualquier esquema rígido es una fantasía; la vida, que es algo fortuito al ser, no puede someterse al designio humano.
         El azar lo empuja a diversas crisis que, además, están dibujadas en sus textos e incluso a la premonición, como les ha ocurrido a diversos autores, sobre el ocaso de su vida. Éste parece hallarse plasmado en el cuento “Los desposorios”, como lo tituló originalmente, o “Los desposorios de Santo Domingo”, como se tradujo al español. Publicado por primera vez en marzo de 1811, poco antes del suicidio de su autor, en el periódico Der Freimüthige y recogido ese mismo año en el segundo tomo de los cuentos de Kleist, el relato ocurre durante el levantamiento de la población negra contra los blancos en Santo Domingo. Congo Hoango, un enorme negro  que es uno de los líderes de la revuelta, ha ordenado a las dos mujeres que viven en su casa (Babenka y su hija de quince años, la mestiza Toni) que Toni entretenga con besos y caricias a cualquier blanco que llegue a su casa para que Hoango lo mate. Sólo tienen dos prohibiciones, bajo pena de muerte: no dar protección y asilo a los blancos, y que Toni nunca se entregue completamente. Un día, mientras Hoango está ausente ayudando a transportar pólvora al general Desalines, llega Gustavo Reid, un militar blanco de origen suizo. La astuta Babenka lo mira por la ventana y se ofrece a ayudarlo con la intención de que Hoango lo mate cuando regrese de su misión. Pero en la noche Toni se entrega a él y éste le dice que se casará con ella. Cuando Hoango regresa, Toni, quien no desea ser acusada de traición por su madre, amarra a la cama a Gustavo y se va en busca del agrupamiento militar de éste para pedir ayuda. El militar se siente traicionado. Toni regresa con los amigos de Gustavo, y éste al verse libre dispara contra la chica. Sus amigos le dicen que de no haber sido por ella ellos nunca hubieran podido rescatarlo, entonces, lleno de odio contra sí mismo se dispara para darse muerte.
         Este trágico desenlace de “Los desposorios” es el trágico final con que cierra su vida Von Kleist. La tarde del 21 de noviembre de 1811, a la orilla del lago Wansee, acompañado por Henriette Vogel, quien habría sido su compañera y musa por varios años y quien se encontraba enferma de un cáncer avanzado, se suicida. Tras tomar café, vino y ron en una mesita que ellos mismos habían llevado para tal fin, sacó dos pistolas: con la primera disparó en el pecho de Henriette y con la segunda se apuntó en la boca.
         El tiempo y las veredas que ha tomado la literatura, no obstante, han juzgado con mayor estima y arte la obra de Kleist, a quien se considera ahora un precursor de su tiempo y por quien E.T.A. Hoffman ha expresado sobre su relato Käthchen von Heilbron: me ha sumergido en una especie de sonambulismo del cual con toda claridad he creído percibir la esencia del Romanticismo en formas grandiosas y resplandecientes.