Destino, talento y tragedia
El
infierno me concedió el talento a medias, el cielo concede a los hombres el
talento entero o ninguno.
Heinrich von Kleist
En la historia de las ideas y de la literatura hay
personajes que no siempre son valorados en su momento histórico. Eso le pasó a
Schopenhauer, quien se sentía terrible al observar su aula casi vacía mientras
Hegel llenaba los salones con sus clases. Eso le ocurrió también a Heinrich von
Kleist, quien, semejante a Schopenhauer, se percató de su talento pero no fue
apreciado por el enorme peso de escritores que, como Goethe, tenían en esa época.
Del mismo modo que otros
escritores jóvenes ―como el soldado que le enviaba
cartas a Rainer Maria Rilke para pedirle consejos―,
Kleist le mandó a su admirado Goethe una carta con un libro suyo, pero Goethe
no era Rilke. Mientras Rilke le responde al joven Kappus unas cartas
conmovedoras en donde repasa desde la necesidad vital del escritor por
entregarse a su arte, el deber que el
escritor siente por este destino que lo impulsa y la manera en que tendría que
construir su vida en torno a esta necesidad hasta compartirle sus gustos
literarios, sus ideas sobre el amor, sobre el deseo, sobre el arte de dudar de
todo y de intentar responderse a sí mismo con una violenta sinceridad, Goethe
contesta repulsivamente la carta del sumiso joven, quien le había ofrecido su
libro como si su corazón hubiese sido enviado en una bandeja. De haber tenido
más edad hubiera previsto la respuesta de Goethe, pues él representaba la
máxima moral del artista que se reconoce como genio, el egoísmo, y lo anteponía
como un imperativo categórico de conservación.
Heinrich
von Kleist (1877-1811) fue un idealista que tuvo que decidir, como Kafka, si
debía casarse o no, e igual que el escritor de Praga prefirió trazarse un plan
de vida en correspondencia con la escritura. Decidido a entregar su vida a la
literatura, resiste pobreza, soltería, aislamiento, soledad, incomprensión y
conmiseración por parte de amigos y familiares que veían en él un bueno para
nada. Sin embargo, su destino se vuelve más trágico cuando tras el rechazo del
público y críticos encuentra en la filosofía kantiana el motor de lo que le
estaba pasando: el Destino siempre está por encima de cualquier plan de vida
que el ser humano se trace, por eso cualquier esquema rígido es una fantasía;
la vida, que es algo fortuito al ser, no puede someterse al designio humano.
El
azar lo empuja a diversas crisis que, además, están dibujadas en sus textos e
incluso a la premonición, como les ha ocurrido a diversos autores, sobre el
ocaso de su vida. Éste parece hallarse plasmado en el cuento “Los desposorios”,
como lo tituló originalmente, o “Los desposorios de Santo Domingo”, como se tradujo
al español. Publicado por primera vez en marzo de 1811, poco antes del suicidio
de su autor, en el periódico Der
Freimüthige y recogido ese mismo año en el segundo tomo de los cuentos de
Kleist, el relato ocurre durante el levantamiento de la población negra contra
los blancos en Santo Domingo. Congo Hoango, un enorme negro que es uno de los líderes de la revuelta, ha
ordenado a las dos mujeres que viven en su casa (Babenka y su hija de quince
años, la mestiza Toni) que Toni entretenga con besos y caricias a cualquier blanco
que llegue a su casa para que Hoango lo mate. Sólo tienen dos prohibiciones,
bajo pena de muerte: no dar protección y asilo a los blancos, y que Toni nunca
se entregue completamente. Un día, mientras Hoango está ausente ayudando a
transportar pólvora al general Desalines, llega Gustavo Reid, un militar blanco
de origen suizo. La astuta Babenka lo mira por la ventana y se ofrece a
ayudarlo con la intención de que Hoango lo mate cuando regrese de su misión. Pero
en la noche Toni se entrega a él y éste le dice que se casará con ella. Cuando Hoango
regresa, Toni, quien no desea ser acusada de traición por su madre, amarra a la
cama a Gustavo y se va en busca del agrupamiento militar de éste para pedir
ayuda. El militar se siente traicionado. Toni regresa con los amigos de Gustavo,
y éste al verse libre dispara contra la chica. Sus amigos le dicen que de no
haber sido por ella ellos nunca hubieran podido rescatarlo, entonces, lleno de
odio contra sí mismo se dispara para darse muerte.
Este
trágico desenlace de “Los desposorios” es el trágico final con que cierra su
vida Von Kleist. La tarde del 21 de noviembre de 1811, a la orilla del lago Wansee,
acompañado por Henriette Vogel, quien habría sido su compañera y musa por
varios años y quien se encontraba enferma de un cáncer avanzado, se suicida.
Tras tomar café, vino y ron en una mesita que ellos mismos habían llevado para
tal fin, sacó dos pistolas: con la primera disparó en el pecho de Henriette y
con la segunda se apuntó en la boca.
El
tiempo y las veredas que ha tomado la literatura, no obstante, han juzgado con
mayor estima y arte la obra de Kleist, a quien se considera ahora un precursor de
su tiempo y por quien E.T.A. Hoffman ha expresado sobre su relato Käthchen von
Heilbron: me ha sumergido en una especie de sonambulismo del cual con toda
claridad he creído percibir la esencia del Romanticismo en formas grandiosas y
resplandecientes.
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