miércoles, 10 de octubre de 2012

Sobre el arte de tener libros

En los últimos años muchas voces -entre editores, libreros, académicos y escritores- se han manifestado contra aquellos que anuncian la inevitable desaparición del libro de papel ante la presencia cada vez más fuerte del libro electrónico. El internet y la computadora, alegan, ocupan el tiempo que los jóvenes dedican a la lectura; de esta manera perciben que el libro tradicional es en estos tiempos algo obsoleto.

   Tal vez esto sea así cuando a la salida de las ferias del libro me encuentro con muchos jóvenes que salen con las manos vacías. Sin embargo, ahora veo más gente en las ferias que cuando iba a la universidad. En cuanto a los libros, quizá el problema esté en otros aspectos, como el costo, la seducción de lo que se escribe, la promoción que de la lectura se haga en casa y la idea que la gente tenga de los libros.

   En México la lectura se asocia de manera primordial al aprendizaje; por ello, muchas personas creen que leer es algo aburrido, sobre todo cuando acaban de ver su telenovela de la tarde y ésta las hizo existir, por un momento, a través de una vida que no es la suya. Tras años de tener a la televisión como uno de los pocos entretenimientos diarios, la gente se acostumbró a obtener un placer inmediato sin preocuparse por pensar, por enfrentarse a sus problemas y  alimentar su espíritu y su mente de una manera diferente a la programada por la televisión. Es decir, como si la televisión fuera un suero que calma la ansiedad y cualquier otra afectación que se tenga. 

   En este sentido, no estoy segura que se ejerza la responsabilidad de vivir, que expresa Sartre en El existencialismo es un humanismo, porque para ello se necesita de la reflexión, de la conciencia de las acciones. Pero si lo que anhelamos es dejar de pensar, en el fondo no decidimos lo que somos, sino que vamos siendo lo que otros quieren que seamos. Afortunadamente, la lectura nos saca de ese conflicto, abre puertas a través de la confrontación de ideas y de las diferentes perspectivas de sus autores. Y por si fuera poco, suele ser entretenida y hasta divertida. Eso lo han entendido los editores de libros para niños, quienes ya no sólo editan libros con contenido moral o con un fin de aprendizaje, sino para que los niños se diviertan e interactúen con ellos.

   Tener libros en casa no sólo es una actividad cultural, sino hasta civilizatoria. En tiempos muy antiguos era loable tener una biblioteca dentro de la casa. En sus Cartas, Plinio nos refiere lo orgulloso que se siente porque en su villa ha puesto una hermosa biblioteca. Poseer una biblioteca era digno de elogio en Mesopotamia, Grecia o Roma; sin ellas el hombre moderno carecería de textos tan valiosos como el Gilgamesh, encontrado por el joven inglés Austen Henry Layard en 1844 en la ciudad de Mosul, donde se encontraron las ruinas de la biblioteca del palacio de Nínive del último gran rey asirio Asurbanipal (668-627 a. C.).

   Y claro, sin el conocimiento y las tradiciones contenidas en los libros el hombre empezaría de cero. Estar en el mundo sin la inscripción de los antecedentes es desconocer una importante parte de la vida humana. Eso pasa en las etapas en las cuales se carece de escritura. Para las futuras generaciones no sólo es complicado inferir el entramado existencial de esos periodos, sino que deberíamos preguntarnos qué parte del conocimiento de los hombres se perdió porque no tuvo inscripción . 

   Si bien el soporte electrónico es valioso y tiene ventajas, el rol del libro de papel es insustituible. Qué pasará cuando el libro electrónico pase de moda, qué pasará cuando la tecnología cambie y se tengan otros usos y costumbres. Cada uno cumple aspectos diferentes en la vida del hombre. 

   Así como ir al cine, al teatro o a un concierto son experiencias distintas entre sí, la visita a una librería es insustituible. Acudir a las librerías favoritas y revisar en ellas lo que se ha revisado muchas veces, observar las novedades, recordar el nombre de algún título que queríamos conseguir o encontrar algún libro que llevábamos años buscando, visitar una sección, después otra, revisar cada estante y descubrir un libro estupendo genera un placer que no se obtiene con otra actividad. .

   Además, habría que meditar en todo el proceso que hay detrás de la industria del libro. Escogemos un libro que ha sacado una editorial que tuvo que pensar en el papel ideal para ese volumen, el tipo de letra, el tamaño, el color del empaste, la imagen que lo acompañará, la corrección de estilo, la edición... Ni se diga del esfuerzo del escritor por recrear en palabras, oraciones, párrafos y apartados mundos posibles, emociones, anhelos, historias, teorías...

   Después de la librería hay que llevarlo a casa y ver dónde lo acomodamos. ¿Arreglamos nuestros libros por tamaños, colores, materias, cronología o abecedario? ¿Acaso es un libro especial que merece un lugar especial? ¿O lo ponemos en el buró para leerlo antes de dormir? ¿Empezamos por el índice, el prólogo o somos más desorganizados y vemos antes que nada el último capítulo?

   Si bien leer libros electrónicos es algo que complementa la lectura de los libros de papel, volcarnos exclusivamente al ámbito electrónico evitaría que nos acercáramos a una gran variedad de experiencias que acompañan la vida del libro y la industria del libro, de la cual también somos un eslabón.

 
 

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