jueves, 11 de octubre de 2012

A contracorriente. No hables sobre el Nobel


Que me lo den o no, no me importa [...] Sólo quiero seguir mi camino, concentrado en lo humano para mi propia obra, tranquilo, para escribir encerrado en mi habitación.
Mo Yan


Dicen por ahí algunos críticos del Premio Nobel de Literatura que cada año se entrega a personajes políticamente correctos, de algún país sociopolíticamente adecuado, con fines extrañamente oscuros (razón por la cual el paciente lector comprenderá que yo desconozca); otros expertos –periodistas que muchas veces se hacen pasar por eruditos- señalan que “al fin ha sucedido” algo que se veía venir desde hace tiempo, otorgar el Premio Nobel de Literatura a... Mo Yan, Tranströmer, Coeetze, Müller, etc.

   Estas dos posturas tan locas, sin embargo, no permiten extraer la riqueza de esta experiencia literaria que da a conocer autores de otras nacionalidades y lenguas que tocan fibras humanas realmente importantes. Yo no sé si la cuestión política sea tan determinante como para rebajar la calidad literaria de estos escritores. Por lo que sé, en mi caso, descubrir a Tomas Tranströmer fue una revelación. La brevedad, la lucidez, lo certero de su pensamiento, la belleza de sus imágenes y de su lenguaje... No recuerdo haber leído a un escritor contemporáneo como Tranströmer.

   Con respecto a Mo Yan, su seudónimo lo dice todo: No hables. Y luego cuando él habla en las entrevistas observamos a una persona sencilla, tan cercana al que, desde su escritorio, habla consigo mismo a través de la literatura. Todo lo contrario de personalidades tan fuertes como Hemingway o Fitzgerald. Tal vez sea literatura más del siglo XXI esta del escritorio, la habitación cerrada y la soledad.

   Y al leer las primeras hojas de su novela Rana descubrimos que Mo Yan tiene esa necesidad vital de contar, de escribir a través de la literatura al ser humano o, como diría Juan Carlos Onetti, de “mentir bien la realidad”. La sentida dedicatoria de esta obra (“Para los miles y miles de lectores que nacieron en la época de la planificación familiar y para los que la vivieron en primera persona”) nos habla ya de un autor que no le pide permiso a la crítica o a la sociedad para escribir, sino que escribe porque lo necesita, porque necesita decir lo que él dice.

   No recuerdo muy bien cómo llegó a mis manos, si me lo recomendó algún amigo o lo vi en la Gandhi, pero en el año 2000 conseguí el extraordinario libro El grito silencioso de Kenzaburo Oé. No sabía que estaba leyendo a un Nobel, aunque es probable que, de no haberlo sido, ese libro no hubiera estado en la mesa de novedades de la librería donde lo compré.

   Los dejo con algunos fragmentos de textos de estos autores Nobeles:

—¿Qué coño estáis haciendo aquí? Volved a casa a chuparle las tetas a vuestra madre.
Estas palabras se clavaron en nuestros oídos y después de darle vueltas a lo que nos había dicho llegamos a la conclusión de que no era nada más que un insulto, porque si en aquella época todos éramos niños de siete u ocho años, ¿cómo íbamos a seguir alimentándonos de leche materna? Y aunque hubiésemos querido seguir tomando leche, dado que nuestras madres se estaban muriendo de hambre, ¿cómo iban a ser siquiera capaces de ofrecérnosla? Pero en ese momento nadie le llevó la contraria a Wang. Nos pusimos delante de la pila de carbón, bajamos la cabeza y nos echamos hacia delante, como si fuéramos expertos en geología explorando gemas fascinantes. Olfateamos alrededor, como si fuéramos perros en busca de comida entre escombros, hasta que por fin percibimos ese olor irresistible.
Mo Yan. Rana.


Preludio
El despertar es un salto en paracaídas de un sueño
Libre del torbellino sofocante se sumerge
el pasajero en la zona verde de la mañana.
Los objetos se soflaman. Él percibe  - en una posición
temblorosa de baile de alondra
- el poderoso sistema subterráneo
de lámparas en balanceo de las raíces del árbol. Pero
encima del suelo está.- en el flujo tropical - el verde, con
sus brazos levantados, escuchando
el ritmo desde una invisible estación de bombeo . Y
se reduce en el verano, se atempera
en su cráter brillante, hacia abajo
a través de los ejes de las edades verde húmedas
temblando bajo la turbina del sol. Así se detiene
este viaje vertical a través del instante y se extienden
las alas en descanso del águila pescadora en una corriente de agua.
El tono proscrito de un cuerno de la era del bronce
cuelga sobre el abismo
En la primera hora del día la conciencia puede envolver el mundo
como la mano que aprieta una piedra calentada por el sol.
El pasajero está bajo el árbol.
Después del cataclismo a través del remolino de la muerte,
extenderá una gran vela encima de su cabeza,
Tomas Tranströmer, de 17 poemas (1954)


-Dice Schopenhauer que cuando aplastamos una mosca, “la cosa en sí” no muere, simplemente hemos aplastado su imagen, ¿no, Mitsu? Así, seca, realmente parece “la cosa en sí” –susurró mirando fijamente la mancha negra; eran las primeras palabras que me decía que no escondían espinas para herirme y pretendían suavizar la tensión.
Kenzaburo Oé. El grito silencioso.

2 comentarios:

  1. Muy acertado Asmara, nunca se podrá complacer a todo el mundo. El arte y la genialidad merecen reconocimiento, aunque el Premio Nobel y muchos otros esten rodeados de leyenda negra para restarle su valor. Leyenda que posiblemente la escriben quienes saben que no merecen una distinción de ese nivel.

    Indira Córdoba Alberca

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    1. Gracias, Indira. Es verdad, por eso me encantó lo que dijo Mo Yan, que le quita ese velo de leyenda negra que mencionas, parafraseándolo: Gracias, pero no creo que importe mucho, yo me voy a seguir escribiendo en mi habitación cerrada, que es lo que cuenta.

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