Generación Z.y.x
Hace muchos años, cuando
estudiaba en la Universidad, Douglas Coupland publicó un libro que fue
emblemático entre los que éramos jóvenes en aquella época: Generación X. En este libro, prácticamente olvidado ahora, Coupland
afirmaba que lo que caracterizó a los chicos de ese momento —a diferencia de nuestros
padres que habían sido muchachos en la década de los setenta— era una gran
apatía por todo lo que tuviera que ver con la política, un enorme desencanto
por las promesas no cumplidas (pues la idea con que nos forjaron nuestros
padres: estudia para que tengas un mejor futuro, se había diluido porque o no
encontrábamos trabajo o los salarios se habían pauperizado), una fuerte adicción
a la televisión y a la tecnología y, en fin, una dispersión de ideas, de gustos,
que realzaba nuestra desorientación e incertidumbre.
Precisamente por lo anterior, nadie en sus cinco sentidos
quería ubicarse en dicha generación. Todos, o casi, hubiéramos querido ser los
chicos ejemplares y triunfadores que esperaban en casa, pero a nuestro
alrededor la situación nos empujaba al lado contrario, incluida nuestra falta
de voluntad para luchar contra la adversidad.
De manera lúdica, Alberto Chimal (Estado de México, 1970)
retoma el concepto de Coupland para renombrarlo, Generación Z, bajo dos
nociones-apartados, una melancólica y la otra con el espíritu que, podríamos
decir, caracterizó aquella generación, el espíritu de los zombis.
En Melancólica, Alberto nos narra brevemente la historia de
la generación de escritores de aquella época. La manera en que, desde afuera,
se veía a la generación como sin propuestas literarias, sin poéticas y sin la
obra maestra que se esperaba de los jóvenes. A la vez que advierte que esta
noción es falsa, revela algo que ciertamente estaba en el espíritu de aquellos
que escribíamos en ese momento: el tiempo, la memoria y la experimentación.
Las narraciones estrambóticas, sórdidas algunas de ellas, la
excesiva contemplación de muchos de los narradores en cuentos en que no pasaba
nada, los paisajes urbanos, contemporáneos, en relatos que se apartaban de la
función social de la literatura, y personajes desalentados o que develaban un mundo
absurdo. La escritura había sido para algunos de nosotros la única isla en la
que todavía podíamos habitar, jugar, escondernos, soportar el presente.
Aunado a esto, al parecer (pensé que sólo había sido mi
caso), la difusión de los escritores en ese momento era tan mala y los apoyos
tan escasos que muchos nos apartamos del medio literario por años. Algunos
dejaron de escribir. Otros hicimos más grande nuestra isla.
En Zombi, Alberto dice:
Ahora da la impresión de que
ocurrió de la noche a la mañana: el grupo del tiempo y la memoria, que no había
terminado de destacarse ni ofrecido una obra maestra, dejó de representar una
tendencia mayoritaria porque la mayoría de sus autores, nada más porque sí dejó
de escribir. Ésta, y no las que le han colgado luego, es la derrota de la
narrativa de mi generación: todas se desgastan, por supuesto, y en ese desgaste
todas demuestran la necesidad de la persistencia (la verdad de la imagen de la
escritura literaria como una carrera de resistencia), pero lo sucedido fue el
equivalente de una extinción en masa: probablemente el fin de miles de carreras
y proyectos. ¿Qué produjo el desencanto de tantas personas?
No. No ocurrió de la noche a la mañana. Intentaré contestar
esta pregunta de Alberto desde mi experiencia, aunque sea parcial:
Algunos
de nosotros no podíamos contemplarnos como la generación a la que hace
referencia Coupland porque no estábamos desencantados de la vida (aún) y no
éramos políticamente apáticos. Todavía creíamos en la izquierda e intentábamos tener
una participación política a través de las ideas. Durante ese tiempo de
marchas, reuniones, plática con la gente, escritura, la izquierda sumaba en
preferencia electoral menos del 10%. Entonces, sólo entonces, fue cuando la
izquierda traicionó a la izquierda. Empezó a tener presencia en la gente con
demagogia y activismo barato para luego encumbrarse en el poder y repetir los
vicios que tanto había criticado. Para mí fue el inicio de la ruptura, el
desencanto de la política y el fin de la izquierda.
Por
otro lado, entre los escritores en que me encontraba, menos conocidos en ese
momento que los que menciona Chimal, había una fuerte necesidad de escribir,
pero no siempre sabíamos cómo hacerlo, los apoyos para desarrollar nuestra
escritura provenían solamente de nosotros y el medio literario, muchas veces portando
dos caras, una de falso apoyo y la otra de mezquindad, terminaron por enterrar
los sueños de muchos de nosotros.
Tal
vez por eso considero un acierto la denominación que le ha dado Alberto a la
generación: Z, zombi, porque, como dice, muchos tuvimos que matar al escritor
que éramos entonces, y luego de un período necesario de silencio, volver con
otra voz, más desencanto, pero desde la vitalidad del que ha resistido su
propia tumba.
Qué buen artículo.
ResponderEliminar¡Basta de silencio! a escribir generación Z ya que solo la letra salva.
Icela
Cuando uno deja de creer en uno mismo, entonces llega la muerte. De acuerdo, Icela, hay que escribir y, afortunadamente, ahora contamos con medios como éste para expresarnos. Te paso un link, en donde Gabriel Said expone la necesidad de la cultura libre, a diferencia de la estatal (que es siempre dirigida y controlada), que publicó hoy en el periódico reforma (es un apartado de su libro Dinero en la cultura) y que Letras libres publicó el mes pasado: http://www.letraslibres.com/revista/dossier/instituciones-de-la-cultura-libre
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