Robert Walser: El paseante
A Rober Walser lo conocí como
uno de esos bartlebys de los que Enrique Vila-Matas escribe en su libro Bartleby y compañía. Ser bartleby no es
fácil, pero ser un bartleby de la escritura es realmente complicado. Los
bartlebys toman su nombre del escribiente Bartleby, personaje del cuento
homónimo de Herman Melville: Un empleado que se queda a vivir en la oficina en
la que ha dejado de trabajar, que deja de tomar café, té, cerveza, de comer, y
que a todo lo que se le cuestiona da la misma respuesta: “Preferiría no hacerlo”.
Los bartlebys son seres —y retomo las palabras con que el narrador
del libro de Vila-Matas los califica— en los que habita una profunda negación
del mundo. No hay mejores palabras con las que definir lo que simboliza Robert
Walser (1878-1956). Querer ser escritor, terminar odiando el oficio y vivir
abrumado entre la necesidad de escribir y preferir no hacerlo revela por qué Walser
deseaba ser olvidado.
Los últimos veintiocho años de su vida los pasó en los manicomios
de Waldau y Herisau dedicado al parecer a la invención de una escritura
microscópica tallada en diminutos pedazos de papel que Werner Morlang y Bernhard Echte han ido descifrando
muy lentamente y que la editorial Siruela publicó en la última década con el
nombre de Microgramas. A su pesar, no
dejó de escribir, aunque hubiera preferido no hacerlo.
La literatura que le sobrevive es como él, detallada,
perfeccionista, íntima, de sutil ironía, cargada de imágenes y de epifanías. Un
aliento impresionista recorre su obra. Nos paramos junto con el poeta para, a
la manera del espectador que vive en Cuadros
para una exposición de Mussorgsky, recorrer diversos paisajes de la mano del
absurdo cotidiano que habita en el hombre.
Su mejor obra, o al menos la que a él más le gustaba, es Jakob von Gunten. Quizá porque el
narrador de la historia es un personaje que anhela con vehemencia, al igual que
Fernando Pessoa lo planteó en Tabaquería, ser nadie. Pero tanto en ésta como en
sus otras obras la contemplación de los paisajes que observa el narrador relacionada
con la descripción de los pensamientos que esos paisajes le suscitan es una
característica fundamental en sus escritos, así como la revelación del mundo absurdo
en que vive el hombre, quien no se ha dado cuenta de que ese mundo se lo
inventa como real todos los días.
Admirado por Franz Kafka, Elias Canetti, Robert Musil,
Thomas Mann o Walter Benjamin podemos rastrear la decisiva influencia literaria
que en estos autores tuvo Walser si lo acompañamos en el sonido de sus paseos.
Cómo nos hace falta uno de esos "paseos".
ResponderEliminarSí, Pachy, nos hace falta. Un abrazo.
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