Agota Kristof: La necesidad de escribir
La actitud arquitectónicamente estable y
dinámicamente viva del autor con respecto a su personaje debe ser comprendida
tanto en sus principios básicos como en las diversas manifestaciones
individuales que tal actitud revela en cada autor y cada obra determinada.
Mijaíl Bajtín
El fin de semana me
topé, en la mesa de “novedades” de la librería Gandhi, con un libro publicado
por Ediciones Obelisco en 2006, La
analfabeta de Agota Kristof. Más conocida por su trilogía sobre Lucas y
Claus (El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira), esta autora construye un relato autobiográfico
en donde entrelaza temas presentes en la obra antes referida: la tensa y áspera
infancia, la vida después de la segunda guerra mundial, la separación de la
familia, el cruce de la frontera y sus consecuencias y el proceso que va desde
la revelación de la necesidad de escribir en una persona a su consolidación.
Con este libro, Kristof vuelve a hacer evidente una tesis que reverbera en su
trilogía: la escritura nace a partir de una necesidad vital.
Al término de la segunda
guerra mundial, la narradora de La
analfabeta es separada de su familia y enviada a un internado. Entonces
descubre que la única manera que tiene para soportar aquellas circunstancias es
escribir. Pero la escritura en húngaro, su lengua materna, no durará mucho.
Unos años después, junto con su esposo y su bebé, atraviesa la frontera con
Austria hasta que es enviada a Suiza como refugiada. Durante su estancia en Suiza
tiene otros dos hijos, trabaja en una fábrica y aprende que el largo tiempo que
ha leído y escrito en húngaro es inútil en Suiza. Allí es una analfabeta.
Paradójicamente, ha sido una lectora ávida desde los cuatro
años. Hábito que no siempre fue bien visto en su círculo social y familiar y
por el cual se le califica de “perezosa”, “no hace nada. Se pasa el día
leyendo”, “hay miles de cosas más útiles, ¿no?”. De Hungría a México es posible
que estos calificativos hayan desalentado a más de uno sobre una actividad que
ahora algunos gobiernos intentan promover.
De
esta manera, el difícil camino del escritor se vuelve irreal cuando no existe
una lengua que permita la comunicación con los lectores que lo rodean.
Olvidemos la técnica. Este relato —pleno de humor, ironía, lucidez— revela que
el personaje habita tres desiertos: el desierto connatural al oficio de
escritor, el desierto del exiliado y el desierto del escritor exiliado de su lengua
materna.
Aquí es donde empieza el
desierto. Desierto social, desierto cultural. A la exaltación de los días de la
revolución y de la huida le siguen el silencio, el vacío, la nostalgia de los
días en los que teníamos la impresión de participar en algo importante,
histórico quizá: el mal del país, la falta de la familia y de los amigos.
Las continuas
reflexiones de la narradora mezcladas con la narración ubica a este
relato en la moderna literatura. Sin embargo, es más que esto. Dividido en once
capítulos en los que aparecen diversas estrategias discursivas, el personaje
principal de este relato no es Agota, sino la escritura: una escritura
traducida a un lenguaje desconocido por una analfabeta.
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