jueves, 21 de febrero de 2013

Leer poesía

Hacia fines del siglo pasado el número de lectores de poemas disminuyó, esto a pesar de que, a mi juicio, el número de personas que los escriben no ha descendido. Podemos observar la necesidad de los escritores por dar a conocer sus poemas a través de diversos soportes, electrónicos o impresos, bajo formas clásicas o con el rigor de la moderna desestructura.

         En la década que corre leer poesía para muchas personas es sinónimo de cursilería, aburrimiento, algo excelso e, incluso, inentendible. Al parecer se llega a tener esta percepción por las mismas razones que Johannes Pfeiffer refiere en su breve libro La poesía: Los dos grandes peligros en la creación poética son el diletantismo y el esteticismo; al primero sólo le importa el sentido de lo que desea expresar y descuida la forma, y el segundo se mueve en la construcción de estructuras originales, clásicas, bellas y descuida el sentido de su expresión.

         Podemos ir un paso más allá de las palabras de Pfeiffer y descubrir que no se nos enseña a leer poesía. En la escuela intentamos ser declamadores de poemas que enaltezcan a personajes históricos, políticos, a las madres o a los mismos maestros; un poco más grandes queremos tal vez regalarle un poema al chico o a la chica que nos gusta; habrá quien, ya casado, quizá recuerde pocos poemas y si la familia tiene una percepción sobre la poesía parecida a la expuesta en el párrafo anterior probablemente su gusto por ésta se vaya diluyendo.

         La poesía no es sólo expresión de sentimientos. Poesía, se deriva del griego ποίησις (poiésis), que significa creación, y abarcaba, según nos cuenta Aristóteles en su Poética, diversas especies: epopeya, comedia, poesía trágica, ditirámbica, aulética y citarística. Todas estas especies tienen en común, y de ahí que Aristóteles las considere como especies de la poética, pertenecer al arte que imita sólo con el lenguaje, en prosa o en verso; y esta definición de poesía no ha cambiado mucho en la actualidad [véase Beristáin: 400].

         Entre otras cosas, cuando leemos poesía debemos apreciar el ritmo que el poeta imprime en su composición, la medida de los versos, la ausencia de estos, la intención de las posibles repeticiones en el poema, la selección de palabras y su sonoridad, la simetría y el placer o el aliento implícito que tuvo el poeta al escribirlo. Bajo su pluma, en el papel, el poeta descubre los mundos ocultos que la cotidianidad del trabajo y la rutina esconden al hombre; por ello, a veces suele ser profeta y otras veces se disfraza de niño.

         Los adultos olvidamos que leer poesía no es reconocer que el poeta tiene sentimientos, sino que estas creaciones son, primero, juegos donde se mezcla cierta cantidad de sílabas, sonidos, versos, estrofas, imágenes, figuras retóricas, una búsqueda de estilo propio y, también, el trasvase de cierta experiencia humana. Por ello, recientemente la agencia Efe difundió que leer poesía trae más beneficios que los libros de autoayuda, porque en la poesía el ser humano reconoce sus anhelos, angustias, problemas, sensaciones e ideas; es decir, se reconoce en lo que expone el poeta, lo que le permite al lector liberarse por un momento de sí mismo y contemplar su propio mundo bajo la mirada de otro.

          Los siguientes poemas tienen el brío de lo dicho en los párrafos anteriores:


Dante
José Emilio Pacheco


Al ver a Dante por la calle
la gente lo apedreaba. Suponía
que de verdad estuvo en el infierno.


La casada infiel
Federico García Lorca


Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
[…]

 
Un rubâi de Omar Kheyyam:

Imagínate el mundo ordenado a tu gusto.
Supón que has terminado de leer ya la carta,
Que has gozado cien años a tu antojo, y que puedes
Vivir cien años más del mismo modo. ¿Y luego?


          Ciertamente, en nuestro país se lee poco; pero sobre todo poca poesía. No sólo me refiero a los poetas clásicos: Juan Ramón Jiménez, Amado Nervo, José Gorostiza... A escritores y lectores nos hace falta leer a los poetas contemporáneos, porque en ese diálogo entre lo clásico y lo moderno es como la literatura (y un país) se enriquece. Aunque para leer hay que saber hacerlo y parece que algo está fallando en las escuelas, lugares donde debería enseñarse a hacerlo.

 

Bibliografía

Aristóteles. Poética. Trad. Valentín García Yebra. Madrid: Gredos, 1974.
Beristáin. Helena. Diccionario de retórica y poética. México: Porrúa, 1998.
Pfeiffer, Johannes. La poesía. México: FCE, 2005.

4 comentarios:

  1. Me gustó tu reflexión, bien escrito.
    Námaste esdrújulo; namasté, grave.

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  2. Námaste, JL, namasté. Un abrazo y gracias.

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  3. La poesía es un género obstinado que se niega a desparecer. Cada generación aporta nuevos aficionados y también nuevos poetas. Es menester aprovechar los avances tecnológicos para difundirla. ¡Inundemos el ciberespacio de poesía!

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    1. Hagámoslo, Marilú. Incluso, que se devela la oculta poesía que existe en la prosa. Un abrazo.

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