De la lectura/Parte 3
El
sentido de un texto es sentido para una conciencia.
Octavi
Fullat
Es posible que en la
actualidad, con el uso de los avances tecnológicos por parte de las sociedades,
a algunos nos parezca accesible y común la posibilidad de leer en cualquier
momento y, precisamente por esta facilidad, miremos como algo extraño el que
todavía haya regiones donde no se practique de modo habitual; es más, donde no
se practique. En México todavía existen regiones donde ni siquiera se ha
desarrollado la capacidad de leer y de escribir en sus habitantes. Esta
incapacidad incide ciertamente en el tipo de sociedad que se conforma. No es lo
mismo un pueblo lector que un pueblo no-lector. Así lo supieron los griegos
cuando, popularizada ya la escuela hacia los siglos V al III a. C., a la entrada
de cada ciudad levantaban estelas con inscripciones semejantes a ésta de
Eleusis, fechada a mediados del siglo IV a. C.: el estratega tiene la
obligación de “atender a la educación de los muchachos de la comunidad”.
El mismo aprecio por la función educadora de la lectura se
observa en José Vasconcelos (1882-1959), quien realizó la reforma educativa más
importante que ha tenido, a la fecha, nuestro país. Antes de su llegada a la
Secretaría de Educación Pública que él mismo fundó, cuando se encontraba
dirigiendo la Universidad Nacional de México (que en ese momento era el puesto en
materia educativa más importante del país porque el artículo 73 de la
Constitución de 1917 había suprimido el Ministerio de Instrucción Pública)
emprendió una cruzada nacional en favor de la educación[1].
Desde la Universidad realizó, entre otras, dos magnas acciones: hizo un llamado
a todas aquellas personas que supieran leer y escribir y que, al menos,
contaran con tercer grado de primaria, para que fueran maestros voluntarios y,
sin pago, enseñaran a los niños de sus comunidades a leer y a escribir y, al
mismo tiempo, comenzó a publicar libros clásicos (La Ilíada, La Odisea, las
Tragedias de Esquilo, Sófocles y
Eurípides, los Diálogos de Platón,
una antología de literatura hindú, el Fausto
de Goethe, etc.) con la intención de dar al pueblo “elementos culturales que lo
ayudaran en su proceso de asimilación de la cultura universal”[2].
Junto con los libros clásicos se editaron y obsequiaron dos millones de libros
de lectura para primaria y cientos de miles de textos de geografía e historia.
En las lecturas clásicas para niños colaboraron, en el
primer tomo, Gabriela Mistral, Salvador Novo y José Gorostiza; en el segundo,
Xavier Villaurrutia y Jaime Torres Bodet. De ninguna manera, la compilación de
textos clásicos en estas antologías subestimó la inteligencia del niño o
buscaba el placer como el principal motor que detonara el gusto por la lectura.
Ambas funciones, la educativa y la placentera, estaban trabajando a la par en
la recepción de los lectores. La misma idea de los griegos de hacer que sus niños
leyeran a los autores clásicos (Homero, Hesíodo y demás poetas) porque en esas
lecturas encontraban preceptos dignos de emular estaba operando en la
concepción de Vasconcelos, sólo que Vasconcelos también esperaba que se
desarrollara un nuevo sistema filosófico proveniente de Latinoamérica.
De
cierto, la capacidad reflexiva y cognitiva de los nuevos lectores creció y la
manera de entender la educación en México (y posiblemente en Iberoamérica) después
de la era vasconcelista tuvo un afortunado cambio e incluso resuena aún hoy entre
los murales de rectoría y de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria, en
el intento (inconcluso y, por desgracia, pendiente y rezagado por los intereses
particulares de los funcionarios en turno del país) por llevar una escuela y
una biblioteca al poblado más apartado, en la estimulación para la creación
artística (ídem) y en la cantidad de
traducciones que actualmente se hacen para que el desconocimiento de una lengua
extranjera no sea impedimento para estar en diálogo con pensamiento clásico y contemporáneo.
La lectura es, así, no sólo un entretenimiento humano, sino un acto que permite
al ser humano acercarse de otras maneras a sí mismo y volver a configurarse y reconfigurar
la civilización de la cual emanó.

Bibliografía:
Cassin E., Bottéro J., Vercoutter, J. Los imperios
del Antiguo Oriente. México: Siglo XXI, 1986.
Gilgamesh.
Versión de Stephen Mitchell. Madrid: Alianza, 2010.
Fullat,
Octavi.
Homo educandus. Antropología filosófica
de la educación. México: Universidad Iberoamericana Puebla, 2011.
Manacorda,
Mario Alighiero. Historia de la educación
1. De la antigüedad al 1500. México: Siglo XXI, 2011.
Torres,
Pilar. José Vasconcelos. México:
Planeta, 2006.
El servicio social para estudiantes debía exigir ser maestro, aunque fuera unos meses, para ayudar a alfabetizar en algunos de los centros ya establecidos en la ciudad.
ResponderEliminarLa educación nos hace iguales y mejores, es verdad.
Icela
No sé si obligatorio, querida Icela, pero sí motivar a los alumnos para que se dé una reciprocidad social, lo que pienso que han ido perdiendo los jóvenes que hacen su servicio social, pues se fijan más en el monto de la beca, el lugar en donde lo harán, si acaso podrán conseguir trabajo allí una vez terminado el servicio. En fin, es un tema delicado porque la situación del país también es difícil. Lo cierto es que la lectura nos distancia de estados más primitivos, pues nos da puntos de comparación, perspectivas diferentes, reafirma reflexiones, influye en nosotros en muchos sentidos. Saludos.
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