Un loco libro de ajedrez o los que juegan ajedrez están locos
En
la pasada Segunda Gran Fiesta Internacional de Ajedrez en la UNAM adquirí un
interesante libro cuya imagen de portada intenta transmitir el tono con que fue
compuesto, pues muestra al Quijote acechado por diversas visiones a las que
intenta atacar con una espada. Lecturas
Locuras de Ajedrez, compilado por Jesús Isarrarás Gutiérrez, da un panorama
sucinto de lo que ha sido la historia del ajedrez, de su relación con la
literatura, la música, la prohibición de este juego en algunas religiones, varias
anécdotas divertidas, cuentos psicológicos, poemas y algunas partidas que han
sido rememoradas por su belleza, por su locura o por lo raro del contexto en
que fueron jugadas.
Una de estas partidas es la que el poeta
chileno Floridor Pérez narra como la partida inconclusa. Jugando con el alcalde
de Lota, Danilo González, ocurrió algo extraño. Apenas habían movido seis veces
(Danilo, blancas; Floridor, negras) llegó un cabo y gritó el nombre de Danilo. “Voy”,
dijo, y le pasó el pequeño ajedrez metálico a Floridor, quien, después de bastante
rato en que lo estuvo esperando, anotó en su libreta de jugadas, medio en broma
medio en serio “abandona”. A la semana siguiente, mientras el poeta leía el
diario El sur se enteró de que su amigo había sido fusilado; en ese momento
comprendió de golpe la magnitud de lo que había escrito. Años más tarde al
contarle la anécdota a otro poeta sólo le dijo: “¿y si te hubieran
tocado las blancas?”
Otra anécdota es la que da cuenta de una
“computadora” inventada en 1769 por el barón Wolfgang von Kempelen para jugar
ajedrez. El turco, como solía llamarse a la máquina, enfrentó a personajes como
Edgar Allan Poe y al mismo Napoleón, quien, después de haber perdido por
tercera vez consecutiva reaccionó enfurecido echando las piezas de ajedrez al suelo. Pero
el turco no era en realidad una máquina que actuara por sí sola, en su interior
se hallaba escondido un maestro de ajedrez de poca estatura que controlaba la
compleja máquina mediante sesenta y cuatro placas magnéticas, ganando la
mayoría de las veces. En el siglo XX ya no pudimos conocer al turco porque
terminó sus días consumido por el fuego en un incendio que tuvo lugar en el
Chinese Museum de Filadelfia, pero antes se había conocido el truco durante una
exhibición en Estados Unidos cuando un gracioso gritó “fuego” y el pequeño
maestro ajedrecista salió disparado del mecanismo.
El apartado que más me
conmovió fue el escrito por Jorge A. Esquivel León, Ajedrez y Literatura. No
sólo por el tema, la literatura, sino porque narra las historias
que están detrás de algunos libros clásicos de ajedrez, como La defensa de Vladimir Nabókov, que cuenta
la historia de Luzhin, un niño prodigio de enorme talento para el ajedrez.
Cuando crece se convierte en un maestro de fama mundial y llega a creer que su
vida es una partida de ajedrez. Mientras jugaba una partida, Luzhin se da
cuenta que lo que subyace a las combinaciones en el tablero puede dar alguna
respuesta a las interrogantes de la existencia humana. De manera que Luzhin se percata, como lo declararía Bobby Fisher años después, que el sentido de su vida estaba en el ajedrez
y sin ajedrez habitaría el no-ser, la nada... Este personaje está basado en el Gran
Maestro polaco Akiba Rubisntein (1882-1961). Akiba, al igual que Luzhin, llegó
a obsesionarse de tal manera con el ajedrez que debió vivir sus últimos treinta
años recluido en una institución para enfermos mentales. La defensa de Luzhin,
no obstante, es arrojarse por una ventana, solución empleada por el reconocido
Maestro alemán Curt Von Bardeleben en 1924.
Obsesiones, el sentido de la vida, algunas
pasiones y locuras están incorporadas en este breve libro cuya lectura es ágil,
divertida, profunda y, sobre todo, recomendable.
Interesante, Asmara.
ResponderEliminarGracias,Pachy.
EliminarMás tiempo exijo, reclamo, suplico, días de 33 horas para poder seguir tus recomendaciones.
ResponderEliminarILS
Gracias, Ils, un saludo.
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