miércoles, 5 de diciembre de 2012

Un loco libro de ajedrez o los que juegan ajedrez están locos


En la pasada Segunda Gran Fiesta Internacional de Ajedrez en la UNAM adquirí un interesante libro cuya imagen de portada intenta transmitir el tono con que fue compuesto, pues muestra al Quijote acechado por diversas visiones a las que intenta atacar con una espada. Lecturas Locuras de Ajedrez, compilado por Jesús Isarrarás Gutiérrez, da un panorama sucinto de lo que ha sido la historia del ajedrez, de su relación con la literatura, la música, la prohibición de este juego en algunas religiones, varias anécdotas divertidas, cuentos psicológicos, poemas y algunas partidas que han sido rememoradas por su belleza, por su locura o por lo raro del contexto en que fueron jugadas.
        Una de estas partidas es la que el poeta chileno Floridor Pérez narra como la partida inconclusa. Jugando con el alcalde de Lota, Danilo González, ocurrió algo extraño. Apenas habían movido seis veces (Danilo, blancas; Floridor, negras) llegó un cabo y gritó el nombre de Danilo. “Voy”, dijo, y le pasó el pequeño ajedrez metálico a Floridor, quien, después de bastante rato en que lo estuvo esperando, anotó en su libreta de jugadas, medio en broma medio en serio “abandona”. A la semana siguiente, mientras el poeta leía el diario El sur se enteró de que su amigo había sido fusilado; en ese momento comprendió de golpe la magnitud de lo que había escrito. Años más tarde al contarle la anécdota a otro poeta sólo le dijo: “¿y si te hubieran tocado las blancas?”
        Otra anécdota es la que da cuenta de una “computadora” inventada en 1769 por el barón Wolfgang von Kempelen para jugar ajedrez. El turco, como solía llamarse a la máquina, enfrentó a personajes como Edgar Allan Poe y al mismo Napoleón, quien, después de haber perdido por tercera vez consecutiva reaccionó enfurecido echando las piezas de ajedrez al suelo. Pero el turco no era en realidad una máquina que actuara por sí sola, en su interior se hallaba escondido un maestro de ajedrez de poca estatura que controlaba la compleja máquina mediante sesenta y cuatro placas magnéticas, ganando la mayoría de las veces. En el siglo XX ya no pudimos conocer al turco porque terminó sus días consumido por el fuego en un incendio que tuvo lugar en el Chinese Museum de Filadelfia, pero antes se había conocido el truco durante una exhibición en Estados Unidos cuando un gracioso gritó “fuego” y el pequeño maestro ajedrecista salió disparado del mecanismo.
        El apartado que más me conmovió fue el escrito por Jorge A. Esquivel León, Ajedrez y Literatura. No sólo por el tema, la literatura, sino porque narra las historias que están detrás de algunos libros clásicos de ajedrez, como La defensa de Vladimir Nabókov, que cuenta la historia de Luzhin, un niño prodigio de enorme talento para el ajedrez. Cuando crece se convierte en un maestro de fama mundial y llega a creer que su vida es una partida de ajedrez. Mientras jugaba una partida, Luzhin se da cuenta que lo que subyace a las combinaciones en el tablero puede dar alguna respuesta a las interrogantes de la existencia humana. De manera que Luzhin se percata, como lo declararía Bobby Fisher años después, que el sentido de su vida estaba en el ajedrez y sin ajedrez habitaría el no-ser, la nada... Este personaje está basado en el Gran Maestro polaco Akiba Rubisntein (1882-1961). Akiba, al igual que Luzhin, llegó a obsesionarse de tal manera con el ajedrez que debió vivir sus últimos treinta años recluido en una institución para enfermos mentales. La defensa de Luzhin, no obstante, es arrojarse por una ventana, solución empleada por el reconocido Maestro alemán Curt Von Bardeleben en 1924.
        Obsesiones, el sentido de la vida, algunas pasiones y locuras están incorporadas en este breve libro cuya lectura es ágil, divertida, profunda y, sobre todo, recomendable.





4 comentarios:

  1. Anónimo8/6/13, 5:41

    Más tiempo exijo, reclamo, suplico, días de 33 horas para poder seguir tus recomendaciones.

    ILS

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