miércoles, 12 de diciembre de 2012

Niebla, nivola, novela...


 La niebla de la vida rezuma
un dulce aburrimiento, licor dulce.
Unamuno. Niebla.

El mundo es un complejo teatro nebuloso, parece exponer Miguel de Unamuno en Niebla, publicada en 1914 y escrita como parodia[i], esta novela —o nivola, como suele llamarle su personaje Víctor Goti— aborda lo absurdo de la existencia, la farsa que, cotidianamente, representamos ante nosotros mismos, lo íntimo de la conciencia y la angustia que sumerge al hombre en una vida sin sentido.
            En esta niebla, o en este teatro humano, aparece Augusto Pérez, muchacho rico, soltero y huérfano quien, para sofocar su ocio, comienza el día esperando a un perro al que sigue todas las mañanas. Enajenado por la espera, no se da cuenta que en vez seguir al perro empieza a seguir a una hermosa chica hasta su casa. La escena tiene tintes impresionistas, pues lo que resalta es el color con que ha pintado el cuadro Unamuno.
            Luego de informarse acerca de quién es la joven, Augusto regresa a su casa ensimismado, aunque sin recordar el rostro de su amada; su único recuerdo son los ojos de ella, a los que en un íntimo acto de conciencia les pone rostro, cabello, cuerpo y espíritu, para terminar enamorándose de su modelo y no de la mujer de carne y hueso.
            Eugenia, la chica, es maestra de piano que detesta dar clases. Marcadamente influenciada por las ideas de su tío Fermín, un anarquista místico, tiene “ideas particulares sobre todas las cosas”; por ello, no le importa tener un novio que sea vago, que no estudie ni trabaje y que salga con otras mujeres. Al final de cuentas, le parece bien ―dado que ella es diferente y, por tanto, su vida será distinta― mantener algún día a su novio Mauricio. Por lo mismo, desprecia a Augusto, a quien considera simple, débil y hasta tonto, ya que éste sólo le ofrece un matrimonio convencional y amoroso...
            No obstante, Eugenia logra que Augusto termine con el aburrimiento que es su vida, que la niebla se disipe un poco y aprenda que para vivir es necesario amar, sufrir, conocer y hasta enloquecer por el sexo femenino. El despertar sexual de Augusto es fundamental e irónico en la obra, un despertar que no tendrá un desenlace feliz.
            Al crear a Eugenia, Unamuno desautomatiza el estereotipo de personaje femenino. A ella no le interesa buscarse un buen partido, amar su profesión, atender la casa o ser agradecida con la ayuda que recibe de otra persona ―como la de Augusto, quien le ayuda a pagar una hipoteca y, en vez de recibir un agradecimiento por parte de Eugenia, ésta se ofende, se enoja, lo regaña y termina odiándolo.
            Hacia el final de la novela, Eugenia acepta casarse con Augusto, pero días antes de la boda escapa con Mauricio. Augusto vive una crisis existencial tan fuerte que llega a concebir la idea de suicidarse. ¿Qué hacer?, se pregunta en uno de los constantes soliloquios que tiene dentro de la obra. Resuelve hacer algo que ampliará la exégesis del texto: visita al autor de la novela de la cual es protagonista.
            Se abre así, vivamente, otra lectura que ha corrido paralela a la lectura literal del texto: la intromisión del autor y el juego de la escritura. La novela está llena de intromisiones sobre el proceso de escritura de Unamuno, pero el lector, cuyo primer acercamiento es inocente, lo descubre muy avanzado en la lectura de la obra. Tarde sabemos que el prólogo lo ha escrito uno de sus personajes, que todo lo que leemos seguirá metido en la niebla, que el libro es una farsa desde el comienzo, como alegoría de la farsa de la existencia humana.
            Como parodia, Unamuno elabora un texto en el que degrada a su héroe principal, donde se burla de él, lo satiriza y le hace representar un papel absurdo; gracias a este personaje se desenvuelve una novela antitética a la novela realista decimonónica[ii]. El actante, absurdamente hamletiano, duda de su existencia, pero a diferencia de Hamlet no por la tragedia que está viviendo, sino porque se sabe personaje de una obra literaria, con un destino determinado por el escritor que lo creó: la muerte (o ni siquiera la muerte, ya que no existe, la niebla).
Estamos en un mundo al revés, un mundo paradójico, paródico, donde Miguel de Unamuno juega todo el tiempo con el lector, desde el título: Niebla —que si invertimos las letras de en medio diría nibela está en juego con nivola y novela; rítmica aliteración.
Niebla también se encuentra en un punto intermedio entre Hamlet y el Quijote, una parodia trágica y muy reflexiva. Gran parte de la escritura refleja las meditaciones de Unamuno a través de Augusto; claro, la mayor parte de las veces de manera satírica.
Innovador para su época; crítico mordaz del mundo en el que vive y de la literatura; consciente de cada palabra que pone; sin saberlo, escritor posmoderno; Unamuno no sólo representa muy bien a la generación del 98 que intenta apartarse del agotado realismo, sino que se convierte en el padre de la novela metaliteraria.
      



[i] En su Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria, Ángelo Marchese y Joaquín Forradellas señalan que la parodia “implica la creación de una sosia que ‘destrona’ al héroe principal, la afirmación de ‘un mundo al revés’; como la sátira, parece estar unida en sus orígenes a lo cómico carnavalesco, en el que cada uno de los valores jerárquicos tradicionales se desacraliza, se escarnece y se derrumba”.
[ii] Entre cuyas características destacan: describir fielmente la realidad circundante y explicarla, con un predominio de asuntos sociales y psicológicos, presencia indirecta del autor en lo que escribe y la observación metódica de la realidad para representarla y describirla.



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