viernes, 27 de septiembre de 2013

Nada de pronto existe



Todo de pronto existe.
Todo de pronto se pesa en la espalda.
En el horizonte se proyectan las pinturas de Altamira.
Todo nace en el corazón como de la nada nace el gusano en el corazón de la manzana.
Roberto Bolaño


Desde épocas antiguas, el ser humano ha tenido un afán denodado por buscar el sentido de la vida: ¿Por qué y para qué estamos aquí? ¿Cuál es el fin de todas las cosas? ¿Cómo se originó el mundo? ¿Existe Dios o quién es el gran arquitecto del universo?; y sobre estas preguntas las personas han construido sus vidas y han intentado descubrir todos los misterios de la naturaleza, como si ello les pudiera dar en algún momento la llave de la inmortalidad.

         Pero, ¿qué pasa cuando ni siquiera se ha llegado al planteamiento de estas preguntas y un precipicio de palabras intenta ahogar la voluntad de buscar las respuestas? Esto les sucedió a los compañeros de Pierre Anthon, quien el primer día de regreso de vacaciones le dijo a la clase de séptimo grado, todos chicos de trece o catorce años: “Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo”, tomó sus cosas y dejó el colegio para hacer precisamente nada sobre una rama de un ciruelo desde donde todas las mañanas, mientras miraba a sus excompañeros dirigirse a la escuela, vociferaba su filosofía nihilista y apocalíptica.

         Nada, de Janne Teller, es un intento por responder a Pierre Anthon acerca de que el sentido de la vida consiste en el significado que cada uno de nosotros ha puesto sobre los objetos, no por el valor material de estos, sino por el valor inmaterial que una persona le confiere a una cosa.

De esta manera, veinte chicos pactan con entregar lo que para ellos tenga mayor significado, así, cuando Pierre Anthon vea todas las cosas que han juntado se convencerá de que ellos no fingen que la vida importa, sino que esa importancia se encuentra en las pequeñas cosas que hacen ser a las personas: su patria (simbolizada por la bandera que deposita Frederik), su religión (encarnada por el tapete de rezos y el Cristo de la iglesia que dan Hussein y el piadoso Kai, respectivamente), su cuerpo (representado por el dedo que le quitan a Jan-Johan) y su inocencia (que entrega Sophie).

Paradójicamente, este montón de significado apilado uno sobre otro va muriendo una vez que es entregado. Esto sucede con Oscarito (el hámster de Gerda) y con Cenicienta (la perra con la que se había encariñado Elise), pero los seres vivos no son los únicos que mueren, sino el significado mismo de los objetos, pues una vez puestos en la pila no vuelven a tener el mismo sentido, sino que adquieren el del montón en el que se encuentran.

La búsqueda por significar su existencia vuelve a los chicos más crueles y vengativos, hasta que pierden el sentido de su acción primaria ―la razón de juntar los objetos― y, lo más grave, pierden su inocencia. A su pesar, Pierre Anthon gana la guerra que habían emprendido contra él. Nada de pronto existe en sus cabezas, en sus corazones y en las consecuencias incalculables de sus acciones.

Esta obra de Janne Teller provocó gran controversia desde que se la envió al editor, quien le había pedido una novela para adolescentes y, como suele suceder, la intención de la escritura se fue por un camino desconocido para la escritora, quien terminó viviendo de nuevo sus catorce años, junto a sus personajes, entre experiencias que generalmente los adultos borramos para recordar aquel periodo como paradisiaco, aunque en ocasiones haya sido espantoso y lleno de barbaries infantiles.

La terrible afirmación de Pierre Anthon sobre el final de todas las cosas que existen, incluida la Tierra, las estrellas y las galaxias, la nada como el destino final de todo, abre en los personajes una brecha en su gratuito y cándido devenir.


―Todo da igual ―dijo un día―. Porque todo empieza sólo para acabar. En el mismo instante en que nacéis empezáis ya a morir. Y así ocurre con todo.
»¡La Tierra tiene cuatro mil seiscientos millones de años, pero vosotros llegaréis como máximo a los cien! ―chilló otro día―. Existir no merece la pena en absoluto.


         El significado adquiere la forma del absurdo para Agnes, la narradora de la historia, especialmente cuando ese significado es vendido por estos chicos a un museo como una representación del arte ―¿qué mayor representación artística puede encontrarse que aquella que lo significa todo?, se preguntan los críticos para aplaudir la decisión del museo por esta compra―. La crítica de Teller al arte moderno y a la sociedad es implacable: el museo compra basura, en palabras de Pierre Anthon, que en el momento de venderse pierde el significado original que sus propietarios le otorgaban (el valor inmaterial) y se vuelve una mercancía, y los chicos son capaces de vender todo significado sustantivo que los hacía pensar que la vida tenía algún sentido.

         Esta obra carece de final feliz. Nada se presenta de manera concluyente como una dolorosa toma de conciencia por parte de los personajes sobre el absurdo ciclo al que es sometida la existencia del hombre, en una rueda infinita que, se haga lo que se haga, llevará el mismo sino: la destrucción. Es, asimismo, un cuento sobre la pérdida de la inocencia y una novela de aprendizaje o bildungsroman. La lectura de esta obra, fuerte y crítica, representa para los jóvenes un crecimiento al situarse en el lugar de los personajes y observar la manera en que están construyendo o destruyendo el corto periodo de sus vidas.

Janne Teller. Nada. México: Seix Barral, 2011, 158 p.


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