Nada de pronto existe
Todo de pronto
existe.
Todo de pronto
se pesa en la espalda.
En el horizonte
se proyectan las pinturas de Altamira.
Todo nace en el
corazón como de la nada nace el gusano en el corazón de la manzana.
Roberto Bolaño
Desde épocas
antiguas, el ser humano ha tenido un afán denodado por buscar el sentido de la
vida: ¿Por qué y para qué estamos aquí? ¿Cuál es el fin de todas las cosas?
¿Cómo se originó el mundo? ¿Existe Dios o quién es el gran arquitecto del
universo?; y sobre estas preguntas las personas han construido sus vidas y han
intentado descubrir todos los misterios de la naturaleza, como si ello les
pudiera dar en algún momento la llave de la inmortalidad.
Pero, ¿qué pasa cuando ni siquiera se
ha llegado al planteamiento de estas preguntas y un precipicio de palabras
intenta ahogar la voluntad de buscar las respuestas? Esto les sucedió a los
compañeros de Pierre Anthon, quien el primer día de regreso de vacaciones le
dijo a la clase de séptimo grado, todos chicos de trece o catorce años: “Nada
importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo
de descubrirlo”, tomó sus cosas y dejó el colegio para hacer precisamente nada
sobre una rama de un ciruelo desde donde todas las mañanas, mientras miraba a
sus excompañeros dirigirse a la escuela, vociferaba su filosofía nihilista y
apocalíptica.
Nada,
de Janne Teller, es un intento por responder a Pierre Anthon acerca de que el sentido
de la vida consiste en el significado que cada uno de nosotros ha puesto sobre
los objetos, no por el valor material de estos, sino por el valor inmaterial
que una persona le confiere a una cosa.
De
esta manera, veinte chicos pactan con entregar lo que para ellos tenga mayor
significado, así, cuando Pierre Anthon vea todas las cosas que han juntado se
convencerá de que ellos no fingen que la vida importa, sino que esa importancia
se encuentra en las pequeñas cosas que hacen ser a las personas: su patria
(simbolizada por la bandera que deposita Frederik), su religión (encarnada por
el tapete de rezos y el Cristo de la iglesia que dan Hussein y el piadoso Kai,
respectivamente), su cuerpo (representado por el dedo que le quitan a
Jan-Johan) y su inocencia (que entrega Sophie).
Paradójicamente,
este montón de significado apilado uno sobre otro va muriendo una vez que es
entregado. Esto sucede con Oscarito (el hámster de Gerda) y con Cenicienta (la
perra con la que se había encariñado Elise), pero los seres vivos no son los
únicos que mueren, sino el significado mismo de los objetos, pues una vez
puestos en la pila no vuelven a tener el mismo sentido, sino que adquieren el
del montón en el que se encuentran.
La
búsqueda por significar su existencia vuelve a los chicos más crueles y
vengativos, hasta que pierden el sentido de su acción primaria ―la razón de
juntar los objetos― y, lo más grave, pierden su inocencia. A su pesar, Pierre
Anthon gana la guerra que habían emprendido contra él. Nada de pronto existe en
sus cabezas, en sus corazones y en las consecuencias incalculables de sus
acciones.
Esta
obra de Janne Teller provocó gran controversia desde que se la envió al editor,
quien le había pedido una novela para adolescentes y, como suele suceder, la
intención de la escritura se fue por un camino desconocido para la escritora,
quien terminó viviendo de nuevo sus catorce años, junto a sus personajes, entre
experiencias que generalmente los adultos borramos para recordar aquel periodo
como paradisiaco, aunque en ocasiones haya sido espantoso y lleno de barbaries
infantiles.
La
terrible afirmación de Pierre Anthon sobre el final de todas las cosas que
existen, incluida la Tierra, las estrellas y las galaxias, la nada como el
destino final de todo, abre en los personajes una brecha en su gratuito y
cándido devenir.
―Todo da igual ―dijo un día―. Porque todo empieza
sólo para acabar. En el mismo instante en que nacéis empezáis ya a morir. Y así
ocurre con todo.
»¡La Tierra tiene
cuatro mil seiscientos millones de años, pero vosotros llegaréis como máximo a
los cien! ―chilló otro día―. Existir no merece la pena en absoluto.
El significado adquiere la forma del
absurdo para Agnes, la narradora de la historia, especialmente cuando ese
significado es vendido por estos chicos a un museo como una representación del
arte ―¿qué mayor representación artística puede encontrarse que aquella que lo
significa todo?, se preguntan los críticos para aplaudir la decisión del museo
por esta compra―. La crítica de Teller al arte moderno y a la sociedad es
implacable: el museo compra basura, en palabras de Pierre Anthon, que en el
momento de venderse pierde el significado original que sus propietarios le
otorgaban (el valor inmaterial) y se vuelve una mercancía, y los chicos son capaces
de vender todo significado sustantivo que los hacía pensar que la vida tenía
algún sentido.
Esta obra carece de final feliz. Nada se presenta de manera concluyente
como una dolorosa toma de conciencia por parte de los personajes sobre el
absurdo ciclo al que es sometida la existencia del hombre, en una rueda
infinita que, se haga lo que se haga, llevará el mismo sino: la destrucción.
Es, asimismo, un cuento sobre la pérdida de la inocencia y una novela de
aprendizaje o bildungsroman. La
lectura de esta obra, fuerte y crítica, representa para los jóvenes un
crecimiento al situarse en el lugar de los personajes y observar la manera en
que están construyendo o destruyendo el corto periodo de sus vidas.
Janne Teller. Nada.
México: Seix Barral, 2011, 158 p.
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