Memoria de Poe / I
¡Lamentable tragedia la vida de Edgar
A. Poe! ¡Su muerte, horrible desenlace, cuyo horror aumenta con su trivialidad!
De todos los documentos que he leído he sacado la convicción de que los Estados
Unidos sólo fueron para Poe una vasta cárcel, que él recorría con la agitación
febril de un ser creado para respirar en un mundo más elevado que el de una
barbarie alumbrada con gas, y que su vida interior, espiritual, de poeta, o
incluso de borracho, no era más que un esfuerzo perpetuo para huir de la
influencia de esa atmósfera antipática. Implacable dictadura la de la opinión
de las sociedades democráticas; no imploréis de ella ni caridad ni indulgencia,
ni flexibilidad alguna en la aplicación de sus leyes a los casos múltiples y
complejos de la vida moral. Diríase que del amor impío a la libertad ha nacido
una nueva tiranía: la tiranía de las bestias, o zoocracia, que por su
insensibilidad feroz se asemeja al ídolo de Juggernaut.
Charles Baudelaire
Uno de los amigos más
entrañables, y defensor y difusor de su vida y obra, fue sin duda Charles
Baudelaire. Gracias a él sus letras no pasaron al olvido como hubiese querido
su infame amigo Rufus Griswold, a quien Poe designó, presintiendo un final
repentino –nos cuenta Baudelaire-, para ordenar sus obras, escribir su vida y
restaurar su memoria. Sin embargo, este albacea literario, en el prólogo (“Memoria
del autor”) que encabeza los tres volúmenes de las obras completas y póstumas del
escritor (publicadas en enero de 1850), describe a un Poe adicto a las drogas,
borracho y carente de moral al intentar seducir a la segunda esposa de su
padrastro. Meses antes, a sólo dos días de la muerte de Poe, el 9 de octubre de
1849, Griswold publicó un obituario con el seudónimo “Ludwig” en el New York Tribune, en éste afirmó que Poe
solía vagabundear por las calles
demente o melancólico, balbuceaba, se maldecía y se irritaba con la gente que
pasaba, que era un envidioso y consideraba que la sociedad estaba compuesta de
villanos a los que despreciaba. Tras esta siniestra actitud de quien debió
cuidar la memoria del poeta, muchos de sus amigos y algunos escritores que
pasaron por la dura crítica de Poe (como Longfellow) salieron en su defensa.
Thomas Holley Chivers, por ejemplo, escribió un libro titulado Nueva vida de Edgar Allan Poe, en donde
señala: “No sólo es incompetente [Griswold] para editar sus obras [de Poe],
sino también totalmente ignorante de las funciones que tanto él mismo como
cualquier otro hombre deben a los muertos en tanto que sus albaceas literarios”.
Julio Cortázar, quien en gran medida se convirtió en
promotor de Poe en idioma castellano al traducirlo, nos cuenta en el prólogo “Vida
de Edgar Allan Poe” –que sigue, en líneas generales, la biografía escrita por
Hervey Allen: Israfel, The Life and Times
of Edgar Allan Poe- a las obras completas del autor norteamericano
publicadas en 1956 bajo el sello de Ediciones de la Universidad de Puerto Rico
en colaboración con la famosa Revista de
Occidente, que Edgar Poe, más tarde Edgar Allan Poe, nació el 19 de enero
de 1809 en Boston, “al azar del itinerario de una oscura compañía teatral donde
actuaban sus padres, y que ofrecía un característico repertorio que combinaba Hamlet y Macbeth con dramas lacrimosos y comedias de magia”. David Poe y
Elizabeth Arnold Poe, sus padres, descendientes de irlandeses e ingleses,
respectivamente, tenían una salud precaria (los dos eran tuberculosos) y al
poco tiempo de haber nacido Edgar ambos mueren (su padre cuando él tenía un año
y su madre, con tres años). A la muerte de su madre, dos caritativas señoras se
llevaron a los niños (a su hermana Rosalie y a él) a sus casas.
La caritativa Frances Allan estaba casada con John, un
comerciante escocés emigrado a Richmond dedicado al comercio del tabaco y a
otras actividades disímiles, como la representación de revistas británicas. Es
a través de estas publicaciones que el joven Poe conoce a autores como Joseph
Addison, Samuel Johnson, Alexander Pope y al brillante Lord Byron a quienes
emularía no sólo en sus primeras composiciones, sino que intentaría continuar
el legado literario de crítica, lucidez y renovación de la literatura de estas
tempranas lecturas.
Instalado en su nueva casa en el sur de Virginia con los
Allan, crece entre el abolicionismo y el régimen esclavista y feudal del sur de
los Estados Unidos. Su nana, la nodriza negra que todo niño sureño tenía, lo
inicia en los ritmos de la gente de color, en la sonoridad, la medida de los
versos y en el interés por la magia rítmica que se proyectarán en poemas como
“El cuervo” o “Annabel Lee”. Sus primeros versos, dedicados a algunas
jovencitas de Richmond y entregados por su hermana Rosalie, los escribe hacia
1823 o 1824, cuando él cuenta con quince años. Es en esta primera etapa de su
escritura en donde se impregna del romanticismo de Byron y en la cual se
enamora de Helen, la joven madre de uno de sus condiscípulos. A ella le
escribirá en uno de sus más hermosos poemas: “Helena, tu belleza es para mí
como esas remotas barcas niceas que, dulcemente, sobre un mar perfumado, traían
al cansado viajero errabundo de retorno a sus playas nativas”. Este encuentro
presupone el arribo de Poe a la madurez. Visita la casa de su condiscípulo sólo
para verla a ella, aunque sabe que este amor no fructificará, y así queda
convertido en el amor romántico, ideal, que impregnará el perfil de muchos de
sus personajes femeninos en sus obras, sobre todo por el prematuro
fallecimiento de Helen, quien enfermó y ese año de 1824 muere a la edad de
treinta y un años.
Dolido por este suceso, Poe intenta refugiarse en casa de
los Allan, en la ternura de su madre adoptiva, Frances, y en el severo John
Allan, quien ha decidido no adoptarlo legalmente porque tenía hijos naturales.
Aunado a esto, John acaba de convertirse en millonario al heredar la fortuna de
su tío y Poe sabe que no tiene posibilidad de heredarlo, lo que recrudece su
carácter y su rebeldía contra su padre adoptivo. Tal vez de haber seguido la
profesión de John, comerciante, o de haberse convertido en abogado como él
quería, la actitud de su padre hubiera sido diferente, pero en aquel tiempo,
John empezó a saber lo que era tener a un poeta en casa.
Edgar leía vorazmente lo que estaba a su alcance pero no era
feliz. Trasladada la familia Allan a su nueva y rica casa, con todas las comodidades
imaginables, los ojos y las palabras del poeta reprochaban continuamente a
Allan, en nombre de Frances, sus infidelidades. Las hirientes respuestas de su
padre incluían el deshonor para la familia Poe acerca de la verdadera
paternidad de Rosalie. Sin embargo, aún no se había surcado la brecha más
profunda que marcaría el desconocimiento de John Allan hacia su hijo adoptivo.
En este lapso, Edgar se enamora de una joven virginiana,
Sarah Elmira Royster, con la que desea casarse, pero el padre sólo piensa en el
ingreso del muchacho a la Universidad de Virginia, por lo que junto con Mr.
Royster, intercepta las cartas que Edgar le envía a Elmira y ella es obligada a
casarse con un tal Mr. Shelton, que correspondía más con la idea que los padres
se hacen de los esposos adecuados.
En febrero de 1826, Edgar se despide de sus padres para
entrar en la Universidad de Virginia y el clima de juego, duelos, alcohol y
extravagancia que encuentra en los estudiantes, hijos de familias adineradas, dirigen
su conducta. Es claro que este proceso de adaptación provocó en Poe cierto
desdén ante las deudas que iba acumulando, pero a diferencia de las familias de
sus compañeros, John Allan se negó desde el primer momento a enviarle más
dinero del estrictamente necesario para sus gastos escolares. Poe, quien se
había ganado la admiración de sus profesores y compañeros a partir de su
inteligencia y sus lecturas infatigables: historia antigua, historia natural,
libros de matemáticas, de astronomía, además de poetas y novelistas, tiene que
abandonar la universidad ante la imposibilidad de cubrir sus deudas de juego
que alcanzaron una cifra exasperante (en aquel entonces una deuda podía llevar
a cualquiera a la cárcel o, por lo menos, vedarle el reingreso al Estado donde
la habría contraído). Antes de irse, Edgar rompió y quemó los muebles de su
cuarto (un fuego de despedida) en diciembre de 1826. Sus camaradas de Richmond
lo acompañaban; para ellos empezaban las vacaciones, pero él sabía que no
volvería jamás.
De regreso en casa de los Allan, la actitud de sus padres no
había cambiado. Su madre lo recibió afectuosa como siempre, pero John estaba
harto por el balance de aquel año en la universidad. Tras la celebración de la
Navidad y las fiestas de año nuevo, la cólera entre los dos hombres estalló.
Allan se negó a que Edgar volviera a la Universidad y le reprochaba su
holgazanería, Edgar escribió a Filadelfia solicitando trabajo. Enterado, Allan
le dio doce horas para que decidiera si se sometería o no a sus deseos (estudiar
leyes o una carrera profesional). Edgar lo pensó durante la noche y en la
mañana contestó negativamente a los deseos del padre. Tras varios insultos,
Edgar salió de aquella casa golpeando las puertas.
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