Memoria de Poe / IV y última entrega
The soul… Ne demeure qu’une seule fois dans
un corps sensible: au reste, un cheval, un chien, un homme même, n’est que la
ressemblance peu tabngible de ces animaux.
[El alma… no reside más que una sola vez en
un cuerpo sensible: por lo demás, un caballo, un perro, un hombre mismo, no son
más que la apariencia poco tangible de sus ánimas.]
Edgar Allan Poe. “Metzengerstein”.
Por
supuesto, perdió su empleo. Un día al entrar en su oficina se encontró con
Griswold cómodamente instalado en ella, se sabe que giró en redondo y salió de aquel
edificio para no volver más. Luego, la vida de Edgar Allan Poe pasó por un
período oscuro, en donde no sólo el alcohol era un agradable compañero ante la
desgracia, sino que el poeta actuaba de manera “extraña” —es probable que
tuviera alteraciones en el sistema nervioso como respuesta al dolor que le
causaba la enfermedad de su esposa—. “Me volví loco”, le dice a un amigo en una
carta. Ese mismo año hace un viaje de Filadelfia a Nueva York obsesionado con
el recuerdo de una antigua novia, Mary Devereaux, quien lo recibe con temor,
pues Mary estaba casada y Edgar se había metido por la fuerza a su domicilio. Entre
otras cosas, le preguntó si amaba o no a su marido y, antes de irse, le pidió
un té y que cantara su melodía favorita. De regreso a Filadelfia no llegó a
casa. Lo encontraron vagando por los bosques de Jersey City, perdido, perturbado,
ausente de sí mismo.
La tía María Clemm tuvo que enfrentar otra
vez la miseria y mantener a su familia. Edgar, por su parte, ya con la razón
recobrada, ganó en junio de ese año, 1842, el premio instaurado por el Dollar Newspaper para el mejor relato en
prosa con uno de sus cuentos más famosos: “El escarabajo de oro”. En adelante
lo vemos en Filadelfia impartiendo conferencias sobre el arte de escribir, en
particular sobre la poesía y los poetas, aunque ganando poco dinero con ellas;
es el caso de El principio poético,
conferencia que dictó en varias ocasiones y de la que reproduzco el comienzo:
En el examen muy arbitrario de
la esencia de lo que llamamos Poesía, mi principal objetivo será citar para su
consideración algunos de esos poemas menores ingleses o americanos que mejor se
amolden a mi gusto o que, según mi propio capricho, me hayan dejado una
impresión muy clara. Por “poemas menores” entiendo, por supuesto, poemas de
pequeña extensión. Y aquí, en el comienzo, permitidme decir unas pocas palabras
con respecto a un principio un tanto peculiar que, acertada o equivocadamente,
ha ejercido siempre su influencia en mi propia apreciación crítica del poema.
Mantengo que un poema largo no existe. Mantengo que la expresión “un poema
largo” es sencillamente una palmaria contradicción en términos.
Apenas necesito observar que un poema merece este título
sólo en tanto que entusiasme, elevando el alma. El valor del poema se halla en
la proporción de este entusiasmo elevador. Pero todos los entusiasmos son, por
necesidad, pasajeros. Ese grado de entusiasmo que da a un poema el derecho a
ser denominado tal no puede mantenerse a todo lo largo de una composición de
gran extensión. Tras un lapso de media hora como máximo, decae, se apaga, sigue
una repugnancia, y entonces el poema, en efecto y de hecho, ya no lo es.
Su período en Filadelfia termina hacia
1844, año en que regresa a Nueva York, pero esta vez con un nombre más
consolidado. En este año, Edgar dirige el Broadway
Journal y se asocia con Willis en el Evening
Mirror, en el cual apareció “El cuervo” en 1845. Es precisamente este poema
narrativo, “El cuervo”, el que hace de Poe el hombre de letras más famoso de
América y no sólo eso; conmovidos por la historia y por el sonido espectral con
que se narra, los escritores le solicitaban escucharlo de su propia voz en los
salones literarios de Nueva York. Por el tema (la trágica historia de una
muerta, pero que refleja la muerte espiritual del autor), por el tono, por la
leyenda negra que él mismo construyó entre sus amigos, “El cuervo” se convierte,
así, en la imagen del romanticismo en Norteamérica, y con éste se marca el
retorno de Poe a la poesía.
Pese a esto, Poe se mueve entre la
esperanza y la desesperación. Agravada la enfermedad de su mujer, el autor
entabla relaciones de amistad —algunas de ellas amorosas— con otras escritoras (Frances
Osgood, Marie Louise Shew, Annie Richmond, Sarah Helen Whitman) con las que
comparte su pasión por las letras y con cuyos diálogos literarios se enriquecen
sus ensayos y su poesía.
Al final del año 1845 el Broadway Journal deja de aparecer y Poe
se siente perdido de nuevo, aunque esta vez tiene visa de entrada con los literati,
es decir, los escritores más conocidos de Nueva York, lo que le permite
publicar en casi cualquier sitio, y así lo hace. Sólo que la elección del tema del
poeta no es muy afortunada, pues publicó en el Godey’s Lady’s Book una serie de treinta y tantas críticas, casi
todas despiadadas, contra aquellos literati. Fue una especie de ejecución en
masa para quienes, en algún momento, pudieron ser sus benefactores. Pongamos,
por ejemplo, la crítica al libro de Theodore Sedwick, Norman Leslie. Un cuento del tiempo actual, publicado en Nueva York
por Harper and Brothers y del que Poe se ocupa de la siguiente manera en la
introducción de su artículo:
Muy bien, ¡ya lo tenemos acá!
Éste es el libro, el libro por
excelencia, el libro del que todos hablan, al que todos elogian, y sobre el que
todos escriben, particularmente en el Mirror;
un libro “atribuido a Alguien”, un volumen que “se supone salido de la pluma de
Fulano”; el libro del que se sabía iba a aparecer, del que se decía que se
estaba “escribiendo”, que estaba “en prensa”, que se esperaba “apareciera
pronto”. Un libro del que se anticipaba su calidad, el talento de su autor y
Dios sabe qué otras cosas. ¡Por consideración a todo lo que ha sido exagerado,
a lo que se exagera y a lo que es exagerable, adentrémonos en su contenido!
Mientras
Virginia empeoraba, Poe seguía sin conseguir un trabajo estable. Las deudas,
los pleitos con otros escritores, la miseria de su familia eran un enorme peso
que el autor escondía en el alcohol y el láudano. Por ello, en estos momentos
su mujer es una columna importante, si ha de hacer algo con las letras o luchar
por un nuevo trabajo es porque está Virginia está, por paradójico que parezca,
sosteniéndolo a él. En la única carta que sobrevive del poeta a su esposa, él
le dice: “Hubiera perdido yo todo coraje si no fuera por ti, mi mujercita
querida… Eres mi mayor y mi único estímulo ahora para batallar contra esta vida
inconciliable, insatisfactoria e ingrata…”. Es, de esta manera, comprensible
que a la muerte de su esposa, en 1847, él tuviera episodios de conducta erráticos
y falleciera tan sólo dos años después de ella.
Con la muerte de su esposa nace el
famoso y conmovedor poema “Annabel Lee”; una mirada poética a la relación de
Poe con su esposa y prima:
Hace de
esto ya muchos, muchos años,
cuando
en un reino junto al mar viví,
vivía
allí una virgen que os evoco
por el
nombre de Annabel Lee;
[…]
Niños éramos
ambos, en el reino
junto
al mar; nos quisimos allí
con
amor que era amor de los amores,
yo con
mi Annabel Lee;
[…]
[…] ¡triste
de mí!
desde
una nube sopló un viento, helando
para
siempre a mi hermosa Annabel Lee
Y parientes
ilustres la llevaron
lejos,
lejos de mí;
en el
reino ante el mar se la llevaron
hasta
una tumba a sepultarla allí.
Desde
entonces, pese a sus recaídas en las borracheras y en el láudano, trata de
aferrarse a la vida a través de la compañía de algunas mujeres: Marie Louise
Shew, quien fue la mejor amiga de Poe durante el duelo que vivió por su esposa;
Sarah Helen Whitman, al parecer una poetisa mediocre de la que Poe se enamoró y
que le hacía recordar a la otra Helen, la madre de su condiscípulo, su primer
amor. A ella le pediría matrimonio, pero al mismo tiempo conocería a Annie
Richmond, con quien sentía un alivio espiritual y a la que llamaba hermana
Annie. Ella estaba casada, sin embargo, los rumores de que había una relación entre
los dos llegó a oídos de Helen y ésta terminó con Poe. Antes de esto, en la época
en que intenta convencer a Helen de que se case con él intenta suicidarse. “No
me acuerdo de nada”, le diría en una carta a un amigo, pero qué tan cierto es
esto, es algo que causa confusión porque
él mismo narra que compró un frasco de láudano, que se bebió la mitad y
que luego vomitó.
De enero a junio de 1849 pareció tranquilizarse,
pero hay un poema, “Para Annie”, escrito en este período que nos revela el
sentir del escritor: “Gracias a Dios, el mal ha pasado y / la lánquida
enfermedad ha desaparecido por / fin, y la fiebre llamada “vivir” está vencida
/ […] / Y reposo tan tranquilamente, en el presente, / en mi lecho, que a
contemplarme se me / creería muerto, y podría estremecer al que me / viera creyéndome
muerto.”
Finalmente, ese año decide visitar a
unos amigos en su ciudad de origen, Richmond, en donde vuelve a ver a su amor
de juventud, Elmira Shelton (Royster de soltera), viuda ahora, a quien convence
de casarse con él. El matrimonio se estableció para octubre de 1849 y la pareja
decidió que Edgar viajaría al norte en busca de la tía María y para
entrevistarse con Rufus Griswold, quien había aceptado trabajar en la edición
de las obras completas del autor. Se sabe que a las cuatro de la madrugada del
27 de septiembre de 1849 se embarcó rumbo a Baltimore, pero desde ese instante
hasta el 5 de octubre, fecha en que lo encuentran moribundo en una calle de
Baltimore, todo es neblina. El autor de “Los fundamentos del verso” moriría dos
días después en un hospital de aquella ciudad. “Que Dios ayude a mi pobre alma”,
fueron las últimas palabras de un hombre que alguna vez se describió a sí
mismo: “Mi vida ha sido extravagancia, impulso, pasión, un anhelo de soledad,
un anhelo de todas las cosas presentes, en un honrado deseo del futuro”.
Con estas cuatro entregas he querido
rendir un homenaje, en el mes de su nacimiento, a un autor que se debe
leer como crítico, poeta y cuentista, modelo fundamental de la creación
literaria en cada una de las ramas que cultivó.
Para
realizar esta serie de textos sobre la vida y obra de Edgar Poe, alias Edgar
Allan Poe, consulté los siguientes libros:
Poe,
Edgar Allan. La filosofía de la composición.
Seguida de El cuervo. Trads: Carlos María Reylés (La filosofía de la composición), Ignacio Mariscal y Ricardo Gómez
Robelo (El cuervo, 3 versiones). México:
Ediciones Coyoacán (Colección Reino Imaginario), 1997.
————.
Cuentos
1 y 2. Trad. y pról. Julio
Cortázar. México: Alianza editorial, 1997.
————.
Escritos
sobre poesía y poética. Versión
castellana de María Condor. Madrid: Hiperión, 2009.
————.
Crítica
literaria. Vóls. 1 y 2. Buenos
Aires: Claridad, 2006.
————. Tales of Mystery
and the Supernatural. London: Alma classics, 2012.
Otros autores:
Thoorens, León. Historia universal de la literatura. Inglaterra y América del Norte:
Gran Bretaña, Estados Unidos de América. Barcelona: Daimon, 1977.
Zardoya, Concha. Historia de la literatura norteamericana. Barcelona: Labor, 1956.
Comentarios
Publicar un comentario