jueves, 23 de mayo de 2013

Una vieja discusión


La literatura es elevación. No inspiración, les ruego. Elevación. Epifanía joyceana. Es el instante en el que se tiene la impresión de que, en toda la nulidad del hombre y de la vida, hay de todos modos unos cuantos momentos privilegiados, que hay que aprovechar.
Danilo Kis



El día de ayer redescubrí con placer por qué me gustaba leer a Platón. Ciertamente, ya no me fascina por el tono con que en los diálogos Sócrates ataca a sus contrincantes y para ello usa una herramienta que se supone el mismo Sócrates vilipendia en razón de la “verdad” que dice buscar, la retórica. A pesar de esto, leer Ión o de la poesía es traer al presente una vieja discusión que sin embargo sigue causando escozor entre los escritores: ¿el poeta (entiéndase creador en su más amplio sentido literario) escribe bajo el influjo de una diosa o es la técnica aprendida, estudiada y repetida lo que lo hace creador?

         En este breve diálogo, Platón a través de Sócrates da la respuesta con una epifanía: si no sabes todo lo que conlleva tu arte sería injusto decir que eres poeta en virtud del compromiso que has hecho con este (es decir, no eres poeta por el arte), en tal caso habría que afirmar que tal título se te confiere por inspiración divina. Es clara la intención de Platón de denostar a Ión por representar un arte que ni él mismo comprende a cabalidad, sobre todo cuando en tiempos de Pericles los viejos dioses van siendo un recuerdo mítico más que una vivencia espiritual. La tecné, unida a la areté, impera en la conciencia colectiva de los griegos en este momento histórico.

      No obstante, Homero, quien es el educador por antonomasia de los griegos, resuena también en aquellas mentes: “Canta, oh diosa, la cólera del pélida Aquiles…” exhorta a los oyentes a concebir que los poetas y rapsodas crean, componen y profieren su canto a través del soplo divino.

         La inspiración como base de la creación después de tantos siglos parecería pasada de moda. Pero esta vieja discusión griega es tan actual que es difícil para algunas personas percibir el arte despojado de inspiración. Al arte se le rodea de un halo de misterio y genialidad innatos a los propios creadores, lo que lo hace doblemente atractivo.

         Desde mi punto de vista no hay arte sin conciencia del arte. El trabajo, estudio y compromiso que el artista establezca con su propio oficio llegará a la cumbre, acaso, en una obra maestra; porque no hay obra maestra que haya surgido de manera espontánea, sin trabajo previo. En este sentido, podemos ver la obra de muchos escritores en ascenso, que van de menos a más en su proceso creador. Es el caso, por ejemplo, de Edgar Allan Poe, quien a través del estudio y del desarrollo de la técnica y de la conciencia artística concibió una poética con que vincular el criterio literario y el gusto popular. De Tamerlán a El cuervo hay una distancia que no se llena con inspiración divina.



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