martes, 19 de enero de 2016

Visión de la crítica creativa: Edgar Allan Poe



El arte sirve para limpiarnos los ojos.
Karl Kraus


Mejor conocido como el precursor del relato policial y un maestro en el arte de la narrativa de terror, Edgar Poe (Boston, 19 de enero de 1809-Baltimore, 7 de octubre de 1849), alias Edgar Allan Poe, fue antes que otra cosa un gran crítico. No solamente en su vasta obra claramente crítica, sino en su obra imaginativa, ficcional, Poe ejerce un profundo sentido del criterio[1]. Desde su primera obra, Tamerlane and Other Poems (Boston, 1827), publicada cuando este autor norteamericano tenía dieciocho años, podemos encontrar ya un interés por crear a partir de este rigor. Si bien “Tamerlán” presenta un estilo byroniano y un clasicismo anticuado que denota la inmadurez literaria de su autor, recorre este poema una alta capacidad para enjuiciar, examinar, el mundo que rodea al yo lírico (ni más ni menos que el gran Tamerlán [1336-1405], quien llegó a conquistar desde Moscú hasta la Gran Muralla China) y que pone en duda su vana existencia, pues sus dominios ya no existen y él está por desaparecer. El “Tamerlán” de Poe, aunque no muy bien logrado, era un intento de alegoría, de mostrar a partir de aquella majestuosa existencia la pequeñez de la existencia humana.

Los errores de este primer texto, Poe no los corrige en su siguiente obra, Al Aaraaf, Tamerlane and Minor Poems (Baltimore, 1829), en la cual incluye los poemas de Tamerlane y en la que el joven Poe guardaba infundadas esperanzas. Si “Tamerlán” fue para sus pocos lectores incomprensible, “Al Aaraaf” es un texto oscuro. Este poema narrativo creado por un soñador que canta al amor, que canta a Ligeia y a todas las cosas que hay en la naturaleza, está lleno de alusiones a los mundos clásicos, grecolatino, persa y hebreo, pero sin unidad ni nitidez entre las dos partes que lo componen. El sentido de sus primeros versos, inmersos en la nada existencial, desaparece conforme se desarrolla. La imposibilidad del amor gana terreno en el poema, pero ni siquiera este significado está presente hacia el final del texto, cuya ambigüedad[2] no permite una gran impresión, una epifanía, que conmueva a los lectores.
        
Para 1831, fecha en que publica Poems (Nueva York), Poe ha entendido y tratado de corregir sus errores. En este libro se incluye “Al Aaraaf” y una versión modificada de “Tamerlán”, además de nuevos poemas, entre los que destacan “To Helen”, “Lenore” e “Israfel”. Sin embargo, los símbolos que usa, al menos en Israfel, siguen siendo poco claros para el público al que pretende llegar. Israfel es, en la religión islámica, el ángel que tocará la trompeta para anunciar la resurrección y el juicio final de Dios. En el poema de Poe, Israfel es el ángel de la música que toca, mientras a su alrededor, todo el cosmos queda encantado por la belleza de sus notas y, así, todo cesa, todo calla, todo perece.
         
(1831 es, desde mi punto de vista, el año de la madurez de Edgar Poe. En este año le ocurren situaciones extremadamente dolorosas que le ayudarán a reestablecer el rumbo de su vida, aunque éste incluya la miseria económica. En febrero de este año se hace expulsar de West Point al darse cuenta de que Mr. Allan, su padre adoptivo, no lo ayudará ni siquiera en los mínimos gastos administrativos que le solicita el colegio. Regresa con su familia paterna, su tía María Clemms, su prima Virgina y su hermano Henry, a Baltimore. Pero en agosto de este mismo año, Henry deja de existir a causa de una larga enfermedad, al parecer congénita y vinculada a la que acosó a sus padres. En 1831, también conoce a Mary Devereaux , joven y bonita vecina de su tía, con quien mantiene una relación de no más de un año debido al arrebatado amor de Poe, que la cela y que la trata como si fuese su posesión, al grado de haber tenido lamentables escenas de violencia con la familia de Mary, a quien seguramente nunca olvidó, pues cuando ambos estaban casados, en 1842, fue hasta su casa en Nueva York para preguntarle si amaba o no a su marido.)

A partir de 1831, las características de su estilo literario empiezan una lenta transformación. “Metzengerstein”, publicado por el Saturday Courier el 14 de enero de 1832, su primer cuento, posee un aire gótico tomado de los escritores románticos alemanes a imitación de E.T.A. Hoffman, por ejemplo, pero en el que ya hay rasgos típicos de este autor, como el uso de la simbología (presente en sus malogrados poemas), la creación de una atmósfera pertinente (que será clave en su creación literaria) y el uso de la oscuridad, tanto en términos de ambigüedad semántica dentro de los textos como de herramienta de composición a la que destinará diversos usos (atmósfera, personajes, suspenso narrativo, etcétera).

Junto a “Metzengerstein” conviven cuentos malhadados de los que nadie quiere hablar, como “The Duc de l’Omelette” (Saturday Courier, 3 de marzo de 1832), “Tale of Jerusalem” (Saturday Courier, 9 de junio de 1832), “Loss of Breath” (Saturday Courier, 10 de noviembre de 1832) y “Bon-Bon” (Saturday Courier, 1 de diciembre de 1832). Todos estos relatos tratan de desarrollar los argumentos de manera humorística; a veces con un intento de ironía, en otras, de sarcasmo. Pero al menos en estos cuentos, Poe no lo logra. Imaginemos al joven Edgar, quien en 1832 cuenta con apenas 23 años, expulsado de la casa paterna y con poca experiencia en el mundo, intentando sobrevivir ante la tormenta de la vida que se le ha echado encima (este fue el tema de su siguiente cuento “MS. found in a bottle”, que ganó su primer premio literario, publicado por el Baltimore Saturday Visiter el 19 de octubre de 1833), y en cuya literatura intenta expresar, humorísticamente, su imaginación, sus sentimientos y su erudición. El resultado no puede ser más abrumador para los lectores. “Bon-Bon”, por ejemplo, es un relato cuya anécdota se basa en el Fausto de Goethe, y que trata del filósofo restaurateur Pierre Bon-Bon. Este metafísico trascendentalista, mientras destapa varias botellas de delicado vino, platica con el diablo que ha llegado a su casaacerca de Aristóteles, Platón, Epicuro, Diógenes Laercio, Cratino, Aristófanes, Nevio, Andrónico, Plauto, Terencio, Lucilio, Catulo, Nasón, Quinto Flaco, Horacio, Menandro, Nicandro, Virgilio, Teócrito, Marcial, Arquíloco, Tito Livio, Polibio, Hipócrates, entre otros. Acaso, un relato como este de Poe podría pasar ahora como cuento ensayo, tan de moda en Occidente desde los noventa; sin embargo, la intención de Poe no es escribir un cuento ensayístico, sino mofarse de todo dentro de su relato, incluidos los autores mencionados y de Kant y Leibniz que aparecen en la primera parte. El desenlace, la partida del diablo negándose a llevarse el alma de Bon-Bon y la aparente muerte de éste por la caída de una lámpara que colgaba del techo, no provoca hilaridad en los lectores, al menos no a partir de la abrupta y torpe trama, sino que la sonrisa surge al contemplar a un precoz escritor tratando de mostrarse como tal frente al gremio de los lectores-escritores.

Este humor macabro, inexpertamente expuesto en estos primeros cuentos, será mejorado en varios de sus relatos posteriores de talante cómico, como “The sistem of Dr. Tarr and Prof. Fether” (Graham’s Lady’s and Gentleman’s Magazine, noviembre de 1845) o “The Business Man” (Burton’s Gentleman’s Magazine, febrero de 1840), aunque habría que señalar que incluso en algunos cuentos que no pretenden ser cómicos sino escalofriantes, como “The Cask of amontillado” (Godey’s Lady’s Book, noviembre de 1846) o “The Black Cat” (Saturday Evening Post, 19 de agosto de 1843) existe este fino humor de Poe que no siempre se aprecia en una primera lectura.

Año y medio después de ganar el concurso del Baltimore Saturday Visiter, uno de los jueces de aquel certamen, John P. Kennedy, lo invita a comer, pero Poe se niega por carecer de un traje para asistir a la invitación. Es así como Kennedy lo vincula al Southern Literary Messenger, una revista de Richmond en la que apareció “Berenice” (marzo de 1835) y “Morella” (abril de 1835) y de la que poco después Poe sería el director. Este período dentro del Southern es clave en la creación literaria del autor bostoniano. La crítica, a la que ya era proclive desde su edad escolar, que fue alimentada por sus lecturas y que aplicó escalonadamente en sus textos anteriores a 1835, será desarrollada con talento y gran fuerza dentro del tiempo en que fue director de esta revista. Las numerosas reseñas que publica en este periodo son, en muchos casos, verdaderos ensayos acerca de la composición literaria que, sin duda, nutrirán y reafirmarán sus ideas sobre teoría y crítica de la década del 40 y cuyas obras más conocidas son: “American Poetry” (The Aristidean, noviembre de 1845), “The Poetic Principle” (The Works of Edgar Allan Poe, vol. III, 1850) y “The Philosophy of composition” (Graham’s American Montly Magazine, 1846).

Así, el crecimiento de Edgar Allan Poe tiene sus raíces en todos estos años de formación y fracaso, que pudo dirigir con una lúcida mirada crítica, que encauzó su proceso creativo y que lo llevó a escribir en “Letter to B”, publicada en julio 1936, mientras fungió como director del Southern Literary Messenger:

It has been said that a good critique on a poem may be written by one who is no poet himself. This, according to your idea and mine of poetry, I feel to be false — the less poetical the critic, the less just the critique, and the converse [en línea, fecha de consulta 11/01/2016].

[Se ha dicho que una buena crítica de un poema puede ser escrita por alguien que no sea él mismo un poeta. Esto, según su idea y la mía de la poesía, siento que es falso; cuanto menos poeta sea el crítico, menos justa será la crítica, y a la inversa (2006: 161).]




Referencias

Poe, Edgar Allan (1997). Cuentos/1 y /2. Prólogo, traducción y notas de Julio Cortázar. México: Alianza editorial.
———— (2006). Ensayos. Traducción Margarita Costa. Buenos Aires: Claridad.
———— (en línea, fecha de consulta 11/01/2016). “Letter to B——”, en http://www.eapoe.org/works/essays/bletterb.htm
Rosado, Juan Antonio (2004). Cómo argumentar. México: Praxis.




[1] Que no es otra cosa que, como diría Juan Antonio Rosado en su libro Cómo argumentar [2004: 10], la expresión razonada de nuestra experiencia ante cualquier fenómeno. En este caso, la literatura.
[2] Seguramente ya tenía clara en su mente la destrucción de los amantes aunque no se muestre bien en el poema con que compondrá en 1838 el escalofriante cuento Ligeia.