miércoles, 13 de agosto de 2014

Francisco L. Urquizo: La necesidad de la escritura, sí; pero no todo es arte literario

  
En ocasiones, al crear sus obras, los escritores intentan borrarse, desaparecer o parecer otros; que sus huellas no se noten, que su paso por la página en blanco sea como el del extranjero, al que todos los lugares pertenecen, pero de los que de igual manera se aleja. En el caso de la escritura de Francisco L. Urquizo (1891-1969) no es así. Las pesadas pisadas autobiográficas recorren sus textos de tal manera que Antonio Castro Leal afirma en el prólogo a Tropa vieja que “es difícil discernir si la obra cae dentro de la literatura narrativa o de la crónica histórica”[1].

            En Fui soldado de levita de esos de caballería (1967) se percibe de manera clara esta ambigüedad. Desiderio González, el narrador, es un militar veterano, viejo y pobre, según él mismo nos cuenta, que se impone el derecho y la obligación de dar a conocer cuanto supo de la Revolución Mexicana.

Las anécdotas sobre la vida cotidiana del batallón abundan. Vemos la manera en que ejecutaban prisioneros, lo que comían, cómo llegaban a las poblaciones y tomaban “en préstamo” algunas cosas, las zonas de burdeles, las disputas entre los caudillos, el devenir de algunos miembros del ejército, su relación con las mujeres, las duras condiciones en que atravesaban los caminos para avanzar a la siguiente población:


 La Sierra era dura; ya la conocíamos, pero aquí tenía un cañón angosto y retorcido por donde íbamos pasando muchas veces de uno en fondo.
      De allí me di cuenta de lo pesado que es ser de infantería. Caminando entre piedras movedizas, las más de las veces resbalando y cargando sobre la espalda municiones. Y luego las avanzadas durante las noches, trepando por aquellas montañas hasta lo más alto, para vigilar, y por si fuera poco, el frío, que todavía duraba a pesar de que ya estábamos en marzo.[2]


             No obstante, la lectura de la obra no puede estar desligada de la vida del autor. El personaje narra en primera persona lo que vivió mientras era parte de la escolta de don Venustiano Carranza cuando éste luchaba contra el ejército del usurpador Victoriano Huerta. Por su parte, Urquizo, al momento de escribir este relato es un militar retirado, con una amplia obra sobre la revolución mexicana, que intenta recrear lo que él mismo vivió mientras era jefe de las fuerzas armadas de México, es decir, mientras era el principal responsable de la seguridad de don Venustiano Carranza hasta el momento de su asesinato.

            Víctor Díaz Arciniega, de la Universidad Autónoma Metropolitana, señala que es notorio que dada su condición de responsable de la seguridad de Carranza, al crear este tipo de relatos, Urquizo se cure en salud:


Es importante subrayar que en esos libros sobre Carranza destaca la voluntad por precisar el desenlace de Tlaxcalantongo. Este detalle resulta preponderante porque desde un año antes a aquel mayo de 1920, Urquizo desempeñaba, de facto, el cargo de titular de las fuerzas armadas mexicanas. Como tal, fue uno de los principales responsables de la seguridad del Primer Jefe cuando éste, ante la violencia y traición generalizadas, decidió trasladar su gobierno al Puerto de Veracruz. Urquizo, al dar su versión, intenta exculparse ante la historia.[3]


            Así que la necesidad de contar lo que vio, vivió o escuchó mientras estaba en campaña es el imperativo de la obra, según lo explica el narrador[4]. Pero Urquizo simplifica este ideal confundiéndolo con la verdad de los hechos. No puede contarnos la verdad, y tampoco puede contarnos su verdad porque no ha escrito unas memorias. En el momento de novelar la información está haciendo ficción, ¿por qué tenemos entonces que creer como verdadero algo cuya base está en las mentiras?

Desiderio tiene mucha empatía con Urquizo, pero no es Urquizo. De entrada, el rango militar alcanzado por el personaje es bajo si pensamos que el autor llegó a ser Subsecretario de la Defensa Nacional, mientras que Desiderio fue soldado de caballería…

Por otro lado, la intención estética de Urquizo se percibe en el texto. La manera en que entreteje la narración con la descripción, los diálogos, algunos poemas, la apelación al lector y aquel guiño metaliterario cuando refiere la razón por la cual le puso a su obra un título tan particular es rescatable.

Sin embargo, los desaciertos en la construcción del texto también se notan. Tiene grandes problemas con el narrador, cuya voz está ausente la mayor parte del relato. Cuando quiere narrar lo que él siente que en verdad sucedió deja fuera al narrador para hablar desde sí mismo, como si fuese una crónica y no la construcción de una novela a través del personaje Desiderio.

En ocasiones, abusa de una mirada romántica de los hechos. Tal parece que es un relato sobre unos buenos muchachos que salen a divertirse armando un ejército al que van a despedir los niños de una escuela cantando el himno nacional[5].

            No hay duda de que Urquizo necesitaba contar estas historias, no hay duda de que la Revolución Mexicana fue una etapa importante dentro de la historia nacional y no hay duda de que mucho de lo que Urquizo narra es desconocido y tiene un valor intrínseco; pero el relato es un complejo sistema de relaciones, de jerarquías, de voces, de imaginación, al que sólo le importa tu necesidad de escribir como punto de partida.


Bibliografía   
Castro Leal, Antonio. La novela de la revolución mexicana. México: Aguilar, 1971.
Urquizo, Francisco L. Fui soldado de levita de esos de caballería. México: FCE-SEP, 1984.
Díaz Arciniega, Víctor. “Francisco L. Urquizo, constructor de una memoria”, en Literatura mexicana, Vol. 6, No. 1, México: UNAM, 1995.





[1] Antonio Castro Leal. La novela de la revolución mexicana. México: Aguilar, 1971, p. 367.
[2] Francisco L. Urquizo. Fui soldado de levita de esos de caballería. México: FCE-SEP, 1984, p. 77.
[3] Víctor Díaz Arciniega. “Francisco L. Urquizo, constructor de una memoria”, en Literatura mexicana, Vol. 6, No. 1, México: UNAM, 1995, p. 112.
[4] Cfr. Op. cit, p. 157.
[5] Ibídem, p. 66.