sábado, 3 de mayo de 2014

Literatura y fútbol



No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien.
Gabriel García Márquez


Durante el tiempo en que me desempeñé como correctora de estilo en el malhadado periódico El independiente tuve un amigo de nombre Mauricio —cuyo apellido no recuerdo— que todas las tardes iba a mi lugar de trabajo para platicar de literatura. Mauricio era el editor en jefe de la sección deportiva y lo afectaban dos cosas relacionadas con su labor periodística: 1) Que los periodistas no leen (no sé si esto ha cambiado), y por lo tanto no se podía platicar con ellos porque no había temas en común, y, 2) Deseaba que la sección que dirigía se distinguiera de las demás secciones deportivas tanto por la calidad de la escritura como de los contenidos, sobre todo por la vinculación que siempre mostró de los deportes con las artes, particularmente con la literatura. Y lo consiguió. Al menos el tiempo que lo dejaron como editor en jefe, que habrán sido cuatro meses, pues su cabeza rodó por la grilla que el jefe de redacción le hizo con el director editorial. Después de Mauricio pusieron a un chico como editor, de nombre de fácil olvido, supongo que porque éste trató de dirigir su sección a imagen y semejanza de las secciones de los otros periódicos, y lo alcanzó de tal manera que se diferenció de su antecesor por la pobreza de léxico en las notas informativas, por la vacuidad en el contenido de los reportajes y, quién lo diría, por la nula mención de alguna otra cosa que no fuera deportiva, casi exclusivamente fútbol mexicano y quedando extirpados deportes como la fórmula 1 o el americano.

         Hasta aquí el lector habrá inferido que Mauricio no era ningún tonto, sino una persona bastante instruida, de fácil conversación y con una riqueza literaria que muchos periodistas dedicados exclusivamente a la cultura desearían poseer. Gracias a él leí cuentos escritos por boxeadores, por ejemplo, o textos de escritores apasionados por los deportes, uno de ellos Paul Auster con su famoso texto “¿Por qué escribo?”, que vincula el béisbol con el nacimiento de su escritura.

         En mi mente ha rondado Mauricio los últimos días, concretamente porque me he topado con algunos comentarios de personas que aparentemente están dedicadas a la escritura o a algo intelectual y rechazan con vehemencia e intolerancia el gusto por ciertos deportes, en especial por el fútbol, molde de masas, vulgaridades y bajos comportamientos, por lo que puede desprenderse de sus comentarios.

         Quiero pensar que estas personas ven al fútbol de esta manera porque sólo ven el fútbol de nuestro país, cuyos partidos se destacan por ser aburridos, lentos, jugados por “gorditos” que no pueden ir tras el balón porque quizá se hayan ido de antro la noche anterior y que, como lo han dicho, no quieren ser un ejemplo para los niños de este país. Debe tomarse en cuenta, sin embargo, que nuestra realidad no es la realidad del planeta. Hay lugares en los que el fútbol representó la defensa de su nacionalidad frente al autoritarismo del gobierno en turno; en otros, el fútbol es el único pan que pueden gozar de manera diaria, y hay aquellos países que sí ven el fútbol como un medio a través del cual los niños retomarán como ejemplos a los jugadores a los que admiran.

         Es curioso que quienes así piensan se les olvide que a escritores como Juan Villoro o Rafael Pérez Gay les gusta el fútbol e incluso han escrito sobre él, dejando de lado telarañas pseudointelectuales. En el mismo caso estuvieron Albert Camus, bien conocido por practicar incluso este deporte, o Pier Paolo Pasolini, quien alguna vez afirmó: “El goleador es el mejor poeta del año”, afirmación nada extraña en un ciudadano italiano.


         Ciertamente, son dos escritores quienes con sus palabras lapidaron al fútbol: Jorge Luis Borges y Rudyard Kipling y de ellos a la fecha ha habido muchos fanáticos que, sin saber por qué, le echan más tierra a un deporte que debería contemplarse como una actividad más de la vida humana, de la cual se puede o no sacar provecho, depende, claro, quién y cómo la practique, igual que la literatura.